Siguiendo con la moda de las series de ambientación rolera (variante videojuego japonés, cuyo enfoque siempre es pintoresco), donde los personajes se ven atrapados en un mundo de videojuego convertido en real o viven en un mundo con claras semejanzas, este otoño hemos tenido dos series, la de Tensei Shitara Slime Datta Ken (en mi casa conocida como la del limo) y Goblin Slayer. Como la primera sigue en emisión, hablaré hoy de la segunda.
Típico grupo de aventureros (cada cual de su padre y de su madre) en el descanso nocturno
Goblin Slayer es una serie de novelas ligeras, escritas por Kumo Kagyu e ilustradas por Noboru Kannatsuki. En mundo muy, pero que muy Old School, narra las andanzas de un aventurero especializado en la caza y exterminio del Cobalus malignans o goblin común. Su principal gancho es el tono descarnado con el que muestra el horror que supone el ataque del goblin para las zonas rurales.
La adaptación al anime, en 12 episodios (aunque seguramente vengan más temporadas) viene de la mano del estudio White Fox, que ya tiene alguna serie del tipo (Re:Zero kara Hajimeru Isekai Seikatsu), y dirige Takaharu Ozaki. Tiene un buen elenco de voces, entre las que destaca, para mí, Yōko Hikasa (Mio en K-ON!), por el tono desquiciante que le da a la bruja.
La serie es sí ha sido una decepción. Empieza bien, con una mala baba que me hizo recordar a Hai to Gensō no Grimgar, pero decae rapidísimo. La estructura es repetitiva (arco argumental, episodio de descanso, otro arco, otro descanso…); el ritmo de los episodios, irregular; las escenas de acción, también irregulares; la animación, tres cuartos de lo mismo. Me recuerda mucho a Gate: había chicha para hacer grandes cosas, pero las limitaciones tanto del original como de la adaptación lastran demasiado el conjunto.