Me enteré hace unos días por mi hermano del fallecimiento de Martin Ulrich. Martin Ulrich habrá hecho mil cosas para ser recordadas, pero yo lo conozco como co-autor de ese pozo de vicio sin fin que era el Ports of Call.
Ports of Call fue un videojuego de la segunda mitad de los ochenta, aunque yo lo conocí a principios de los 90, en el instituto, poco después de que el primer PC entrase en mi casa (un flamante 286 con 40 megas de disco duro, 1 mega de RAM, disqueteras de 3½ y 5¼ y gráficos VGA). En él gestionabas una naviera: compra-venta de buques, gestión de combustible y reparaciones y búsqueda de un buen cargamento o una ruta estable (Vancouver-Karachi daba muy buen resultado).
Era muy simple y adictivo: buscar buenos cargamentos, llenar el depósito donde fuera barato, elegir una velocidad económica y zarpar, y a otro de los buques. A veces se complicaba la cosa, había huelga de prácticos (¡o no había dinero!) y nos tocaba sacar o meter el barco del puerto a mano (algo complicado hasta que comprabas el barco más grande y su fantástico propulsor lateral). Otras veces eran unos inoportunos icebergs o bancos de arena. Más tormentas, piratas, funcionarios corruptos y la opción, a veces, de pasar contrabando. Hasta había una animación bien mona del barco hundiéndose, si era menester.
Tuve muchísimo vicio con un compañero de clase (a éste y al Prince of Persia). Realmente jugábamos cada uno en solitario y nos contábamos los progresos y las mejores rutas.
¡Ah, qué tiempos!
Descansa en paz, Martin Ulrich, y gracias por tantas horas de diversión.