Reconozco que, de vez en cuando, me apetece ver una serie deportiva. Ya saben, de esas donde los chavales forman parte de un club y deciden voluntariamente sacrificar toda adolescencia para entrenar para un lejano torneo (se ve que el concepto de «liga» les es totalmente ajeno). Si la serie, además, no trata de un deporte (o es un deporte raro, y a Chihayafuru me remito), mejor.
La última que ha caído en mis manos cambia el deporte por música. Por el koto, instrumento tradicional japonés de la familia de las cítaras. Dejando de lado esto, el planteamiento es el habitual: pequeño club de un instituto sin renombre, formado por la habitual mezcolanza de uno o dos genios, varios tipos normales y algunos mantas, que intentan, a base de esfuerzo más allá de lo razonable, destacar en los campeonatos del ramo.

Satowa y Chika se hacen querer.
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