El Ícaro — Personajes: Jason Callahan

Jason Callahan era un muchacho superdotado, enclenque y enfermizo criado en un valle perdido de Galgados. Una víctima perfecta de hermanos, primos y amigos de los anteriores que tenía como único futuro posible el entrar en una comunidad de religiosos. Pero un terrateniente excéntrico, en realidad un archimago retirado del mundanal ruido, supo reconocer el potencial, tanto mágico como intelectual del chaval y lo acogió bajo sus alas. Lo educó, lo enseñó y le abrió las puertas de la universidad. Más importante, pasó a ser el orgullo de su familia (aunque como la vajilla de la abuela, es decir, lo mostraban orgullosos pero con esa mirada confusa de quien no sabe realmente qué hacer con él).

Estudió en Ílmora y en Lucrecio, devorando asignatura tras asignatura. Su tesis doctoral, presentada a los veintidós años, consideraba los monolitos metálicos de la Pradera Eterna, alrededor de Arkángel, una máquina de control climático de Sólomon. Fue considerado entre los intelectuales de su época como una ikerjimenada del quince, pero le valió una cátedra en la universidad de Lucrecio auspiciada por Wissenschaft, para quien realizaría diversos trabajos sobre logias perdidas. En el Ícaro dirigía un equipo que debía estudiar las estructuras metálicas del Mar de Arena de Salazar, pero pasó lo que todos sabemos.

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El Ícaro — Sexo y muerte ante los antepasados

En el equinoccio de otoño los elfos de las llanuras se reúnen en An Arda, una gran y antigua mota que se elevaba en el mar de hierba. Es tiempo de tregua entre los clanes, de comercio y de alianzas. También ocasión para que los bravos solteros dancen, bajo el influjo de una variada panoplia de hierbas y bebidas euforizantes, para atraer la atención de las mujeres, tanto de las solteras como de las que quieren un poco de diversión. Y una fecha también apreciada por los comerciantes extranjeros. Mucha plata y mucho oro quieren los bravos para adornar sus puntiagudas orejas y demostrar, así, que ya no son vírgenes o que han sido escogidos por una mujer como compañero y padre (uno de) de sus futuros hijos.

En esta fecha festiva debían recoger los expedicionarios del Ícaro el pago pactado por acabar, semanas atrás, con La Máquina en el norte de las Grandes Llanuras: estómagos e intestinos de los grandes búfalos para reparar la celda de gas dañada del dirigible. El equipo comisionado para recoger la mercancía estaba formado por los sargentos Max Powell (ingeniero) y Iosef Dragunov (artillero) y por la cosa-rara-en-el-organigrama Sassa Ivarsson, joven estudiante de postgrado recogida en el desierto de Salazar un mundo atrás. Powell y Dragunov ya habían estado en el primer contacto con los elfos. Powell debía validar la mercancía y Dragunov hacerle de escolta. Ivarsson iba porque era lo más parecido a un antropólogo que tenían en nómina y porque, siendo sinceros, el equipo científico quería mandar a alguien, pero ningún becario se había prestado a ello.

El viaje lo hicieron con el Albatros dorado, el único barco disponible. Fue un viaje corto, pues Ynys Mawr estaba en esos momentos pasando cerca de An Arda. El campamento de los elfos (de sus elfos) estaba al suroeste, al pie de la mota. Lo reconocieron sin problema por las señas que les hicieron desde tierra. Había otros campamentos rodeando la mota y, junto a varios, también barcos voladores. El piloto del Albatros, sin embargo, prefirió atracar a cierta distancia. Aterrizó un pequeño barranco que les mantendría a salvo de miradas indiscretas.

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El Ícaro — La desaparición de Jorgen Forgen

Tras los sucesos de agosto en Entreaguas había quedado el profesor Jorgen Forgen como enlace diplomático en Sevilla, la ciudad más importante del virreinato, con la misión de apuntalar la incipiente alianza. También tenía el encargo de negociar con los artesanos y comerciantes locales para obtener ciertos suministros indispensables para reparar el Ícaro, como barniz y varios cientos de metros cuadrados de lona. Lo acompañaba una escolta de Wissenschaft formada por el frostkolier Vidar Olrich y Hadi Sa’id, chacal callejero kushistaní.

El equipo pasó veinte días en Sevilla, alternando reuniones de postín con visitas a tabernas y burdeles. Para matar el tiempo, ayudaron a la guardia en varios casos y se alquilaron como mercenarios. Forgen tenía un pico de oro y le gustaba fanfarronear, hasta el punto de que el joven Lope de Vera, dramaturgo muy apreciado en Entreaguas, escribió una obra sobre los sucesos de Córdoba basada en las historias aliñadas de Forgen.

En algún momento, llamó la atención de Pedro Alcántara, uno de los nueve aventureros españoles. Alcántara era hombre de acción, más dado a tener la bolsa llena que a títulos y tierras. En aquel entonces, era la mano derecha de Luis de Trujillo, marqués de Moncada y, junto con el obispo de Sevilla, señor de la ciudad. A Alcántara le llamó la atención la presencia de armas de fuego en las historias de Forgen. Tras interrogarle sutilmente mediante agentes femeninos, terminó convencido de que el diplomático del Ícaro conocía el secreto de la fabricación del polvo negro y decidió secuestrarlo.

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El Ícaro — ¡Incursión!

Un barco destartalado en mitad del llano. Hombres apuntalándolo para evitar que caiga sobre su costado. Otros, sacando de él todo lo que se pueda desmontar y recogiendo las piezas diseminadas alrededor. Una imagen que podría ilustrar un libro sobre vikingos, salvo por las bordas demasiado altas del barco y la gran hélice cuatripala que descansaba más allá. Y por el sargento Gustaf Anderson, con su impecable uniforme y su inseparable regla de cálculo, que supervisaba la operación.

La milagrosa aparición de la Perla había avivado de nuevo los rumores sobre los hombres del Ícaro, fama que bien les venía para reforzar su dominio colonial en la isla. La connivencia de la Máquina con los habitantes de Land o’ carl Risian se ocultó, así como la presencia del propio Risian, arrojado a las mazmorras (reconstruidas) de Nidik tras una cura de urgencia. No pudo ocultarse, por supuesto, a Svala y su tripulación; de no haber sido sinceros, habrían perdido su lealtad. En cuanto a la regente Starnia, el comandante la informó personalmente. El capitán Paolo y él bajaron de la base para negociar con la regente la cesión de su segundo barco para enviar un equipo a Sevilla a resolver la desaparición del equipo del profesor Forgen, equipo que formarían Renaldo (una vez volvió del rescate de Ciri) y Kuro y al que se sumaría, días después, el doctor Callahan.

Resuelto aquello, el comandante tuvo que permanecer en Nidik varios días más, debido a la herida sufrida durante el ataque de Erik el Rojo. Paolo decidió quedarse también y se dio permiso a Dragunov y Powell, así que la presencia del Ícaro en Nidik era nutrida: además de los mencionados, estaban Sassa Ivarsson, Su Wei, el ingeniero Anderson y su escolta, Frederick y Sylvana Wallace.

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El Ícaro — Emboscada en la isla de Risian

Decíamos que, tras la batalla contra la Máquina en el norte, el Albatros dorado volvió a Ynys Mawr con la mayor parte de la expedición, pero la Perla de la capitana Svala había sufrido graves daños y tuvo que buscar un puerto refugio en el que hacer reparaciones: Land O’carl Risian, la isla de Risian el hacedor de barcos, donde nació. Fueron bien acogidos y las reparaciones comenzaron de inmediato, quedando para el día siguiente un desayuno con el propio Risian para acordar precio y forma de pago.

Por la noche la cosa se torció: en la posada, una niña de unos ocho o nueve años era maltratada por los parroquianos. Es la lazarillo de un demonio azul, decían. El grupo del Ícaro tampoco estaba para fiestas, con discusiones entre la capitana Edana Conway y el sargento Iosef Dragunov que cargaron aún más el ambiente. Finalmente, Dragunov no aguantó la mirada de la chiquilla y la echó de la posada. Conway lo abroncó y salió tras la niña, intentando comunicarse con ella. Lo hizo tan bien que no volvió: el amo de la chica había encontrado un lazarillo mejor.

Dragunov y el sargento Max Powell se olieron algo raro al no volver la capitana. Preguntaron por la chica a los parroquianos, averiguando que había venido con un demonio azul, un fenicio, y el dique donde estaba atracado su barco. El primer intento de acercarse al barco fue fallido, porque la puerta del dique estaba cerrada y había un guardia en el pasillo. Como era tarde y estaban cansados, pasaron de una segunda intentona por la superficie de la isla… Una pena, pues hubieran podido evitar lo que ocurrió.

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El Ícaro — Land O’ Carl Risian

La isla del carl Risian, nombre dado por un viajero de otro mundo de casaca roja en su extraña lengua. A Risian le hizo gracia el nombre y se lo quedó en pago por arreglar el reloj de bolsillo del extranjero.

En sus orígenes era una pequeña isla basáltica, muy compacta, con una trayectoria estable al noroeste de la Arcadia. Los atlantes del Segundo Imperio la convirtieron en una base de avanzada durante la guerra contra los elfos oscuros. Modificaron su morfología con obras a gran escala que le dieron una superficie plana de planta elíptica y extremos en punta, quedando sus dimensiones en 400 metros en su eje mayor por 200 en el menor y 150 de altura. Una plataforma artificial de hormigón de 25 metros de altura formaba el borde de la isla y actuaba como cintura acorazada y anclaje de los muelles de atraque. El interior fue ahuecado, para crear un búnker de varios niveles. En superficie sólo sobresalían las dos torres artilladas con gruesos cañones navales.

Fue rebasada por el avance élfico y nunca entró en servicio. Durante la guerra contra la Máquina fue utilizada de forma intermitente como puesto de escucha. La gran hecatombe de Mibalín que destruyó la Atlántida la arrastró hacia poniente, causándole también graves daños y contaminándola radiactivamente.

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El Ícaro — El viaje de Ciri

Pues resulta que la mujer rubia se escapó de la mazmorra y Oso quiso seguirla, porque estaban todos tus amigos muy liados luchando con los piratas. Se escondió y la perdimos. Pero Oso dijo que tenía su rastro y fuimos por las montañas y por los bosques y… y por ahí, ¿sabes? Vimos a unas mujeres-lobo muy simpáticas y un viejo raro y gracioso que quiso invitar a comer a Oso, pero no aceptamos porque teníamos prisa y nos fuimos corriendo. Y llegamos a un pueblo y allí vimos a la mujer. Pero ya no era una mujer, sino el chico con cara tonto que está atado ahí. Y se montó en un barco, un mercante de popa redonda y pesado de proa con la carga mal estibada, así que Oso y yo nos colamos.

Luego nos atacaron los piratas. Pero eran muy torpes y quemaron el barco. Svala nunca deja que se le queme la presa. Hubo pelea y al final los cogieron prisioneros. Svala dice que si se resisten hay que tirarlos por la borda, pero éstos los cogieron y ataron y subieron a su barco todo lo que pudieron antes de que por el fuego estallara el motor. Yo estaba en esa cesta y me subieron a su barco sin darse cuenta, pero Oso quedó en el nuestro. Estoy un poco preocupada.

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El Ícaro — Viejas rencillas, nuevas rencillas

El rey Skilfil había sido el terror del cielo durante más de veinte años y Nidik, el más poderoso de los reinos de las islas. Para los habitantes de tierra firme 4.000 súbditos y vasallos quizás fueran pocos para llamarlo «reino», pero las murallas de piedra de la ciudadela, los 30 huscarls y los grifos, amén de la altitud de vuelo de Ynys Mawr, convertían al pequeño reino en inexpugnable y permitían al rey dedicarse al saqueo gracias a sus dos barcos largos, a los que se unían otros dos fletados por los señores vasallos del sur. No había villa al norte de los Grandes Bosques o en el viejo Camino Real, ni a ambos lados de los Revan o en Entreaguas antes del virreinato que no hubiera visto sus templos saqueados, sus campos arrasados, sus granjas quemadas y no había señor cuya esposa, hermana o hija no hubiera conocido, de buen grado o por la fuerza, la virilidad de aquel hombre insaciable. Esposas, amantes, concubinas, esclavas y botín de guerra: había dejado un reguero de bastardos por todo el mundo, suficientes para repoblar un planeta pequeño.

Este poderoso rey había muerto por un puñal traicionero en la confusión provocada por el ataque de la Máquina. Y las orgullosas murallas de Nidik habían caído, un tercio de sus habitantes habían sido asesinados, así como sus hermosos grifos. Quedó un heredero de diez años poco dado a seguir el camino de su padre y muchos buitres dispuestos a pelearse por los restos.

El Ícaro intervino. Apoyaron a Starnia, hija bastarda del rey, como regente y apaciguaron a los levantiscos señores del sur. Bodoni, el capitán de la guardia, murió al dar un fallido golpe de estado. Ingenieros y personal técnico ayudó en la reconstrucción de la muralla. Y, así, Nidik se convirtió en un protectorado.

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El Ícaro — Nunca debí dejar la isla

El Albatros dorado cabeceó pesadamente al ganar altura después de doblar el cabo Huérfano, enfilando la gran bahía de Nidik y su puerto refugio. La tripulación charlaba animada, congratulándose por el buen resultado de la expedición: todo rincón del barco estaba lleno de las mercancías obtenidas de los elfos y hasta el enano Herschel hijo de Glóin sonreía satisfecho bajo su barba trenzada con hilo de oro.

El capitán Paolo no compartía la alegría de la nave. Daba igual las veces que ya había montado en uno de esos infernales navíos voladores, la maniobra de atraque, esto es, el aproximarse a pocos metros del acantilado en movimiento de la gran isla, entre fuertes corrientes de aire, para amarrar el barco a los pescantes que debían izarlos al interior de la gruta-muelle, le parecía más un acto de irreflexión suicida antes que una maniobra rutinaria. Así que, con los nudillos blancos de aferrarse a la borda, repasaba mentalmente la misión contra la Máquina en el norte, errores, aciertos y como, contra todo pronóstico, habían vuelto todos vivos. No todos juntos, pues parte del equipo iba en la Perla de la capitana Svala Ojos de Hielo en busca de un puerto para hacer reparaciones. Con él volvían Zoichiro, el hosco duk’zarist, malherido y consumido por su magia al extremo de oler a carne quemada; Su Wei, herida y posiblemente embarazada; el fusilero Frederick y Sassa Ivarsson, extraña anomalía del organigrama del Ícaro que lo mismo hacía de enfermera de campaña como impedía que hombre (¡y barcos!) se despeñasen contra el suelo.

Atrás quedaba ya la Máquina herida, tanto, esperaban, como para no ser una amenaza a corto plazo; y el bosque arrasado, adiós a la alianza con su Señor; los elfos y su extraño comportamiento. Ahora, acabada ya la temporada de expediciones, tocaba descansar. Dos viajes rutinarios en la segunda quincena de septiembre: recoger a Forgen en Sevilla (y devolver a Herschel) y recoger los estómagos de búfalo de los elfos.

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Los viajes del Ícaro — Ynys Mawr

¿Grande? Muchacho, Ynys Mawr es más que grande. Tiene más de 50 kilómetros de longitud y alcanza los 25 de ancha en su parte central. Súmale seis de altura desde la quilla hasta lo alto del Pico del Grifo. ¿Dónde has visto una isla semejante? ¿El mar? ¿Qué tiene que ver el mar con esto? Yo hablo de islas, muchacho, no tierra firme: islas en el cielo. Y, ¡vive Dios!, que no hay ninguna tan grande. ¿Ves esa cortina de agua que no deja de caer de ella? Pues estamos a finales de verano y no es más que un poco de agua pulverizada. Durante el deshielo se convierte en una catarata inimaginable, un agua que puede ser la vida donde cae o provocar graves inundaciones. En invierno puede ser peor. ¿Has oído hablar de Emerwal? No, claro, eres muy joven. Era una aldea de las Tierras Altas donde vivía mi tía. Un invierno en que Ynys Mawr pasaba por encima se desprendió un gran bloque de hielo y no quedó nada.


Mi primer intento con hexographer. Sobra verde y falta hielo y nieves, pero sirve para hacerse una idea.

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