Hablando un poco de Nephilim

Me preguntaban el otro día en un comentario por Nephilim. ¡Madre de Dios! Le di mucha leña al juego hace veinte años, pero no me he vuelto a acercar a él, salvo por dos partidas, una de ellas a Selenim (posiblemente, el mejor juego de vampiros). Hace no mucho me encontré con la 5ª edición mientras buscaba otra cosa y terminó en el enorme cajón de pdf, sin que haya hecho otra cosa que ojearla por encima (no sé francés, básicamente). Me sigue apasionando la ambientación y la encuentro más interesante que la de Mundo de Tinieblas, su competencia directa. Lástima que en España sólo viéramos la 1ª edición y un único suplemento, el ya mencionado Selenim. El sistema del manual era poco más que una beta, aunque se podía apañar con los suplementos dedicados a la magia (que, claro, no llegamos a ver). Pero, posiblemente, el sistema fuera el mayor lastre del juego hasta que dejaron BRP.

A decir verdad, éste es uno de los motivos por los que no he vuelto a dirigir a Nephilim: el trabajo para preparar el sistema de juego, ya sea partiendo de la 1ª edición (Joc), los libros de magia (en francés) y Mythras o buscando una adaptación más radical a Heroquest (del que creo que su tono narrativo le iría muy bien) me agota sólo de pensarlo.

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Nephilim – La verdad tras las vírgenes negras

Era un laboratorio alquímico. En una esquina, un gran atanor siseaba suavemente. En la otra, había un horno convencional. Estanterías con vasijas selladas cubiertas de polvo, mesas con alambiques de cobre y recipientes de cerámica, vidrio y cristal de roca. Un olor indefinible que hacía lagrimear. Globos de luz cálida jugueteaban de aquí para allá con risas argentinas, iluminando la gran sala.

Había cuatro figuras en la sala. Tres vestían igual, con batas cubiertas de un sinfín de manchas y pequeñas quemaduras. La cuarta se cubría con un abrigado manto. Estaban todos alrededor de la misma mesa, una larga mesa de roble, vacía, a excepción de dos huevos de piedra sobre soportes de cobre o bronce.

Hablaba una de las figuras con bata. Los otros dos se mantenían alejados, visiblemente inquietos por la presencia de la figura del manto.

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Nephilim — Sigbert y Pírixis

Los años como dama del lago en la corte de su hijo (adoptivo) Arturo la habían enseñado a mantener el rostro impasible ya estuviera Mordred a las puertas de Camelot o un ciervo blanco pisoteando las mesas del banquete. Su rostro fue una máscara inexpresiva cuando vio entrar al anciano, una momia reseca mantenida por el brillante fulgor de su alma, más cerca de la Iluminación que todos los nephilim que había conocido en su vida. Y una momia en muy buen estado para haberse ahogado hacía treinta años. Avanzó con el crujido del pergamino reseco y se recostó frente a la selenim.

Varios acólitos lo acompañaban y fueron ahuyentando a las mujeres con grandes aspavientos y bastonazos bien dirigidos. Cuando hubieron desalojado la casa, uno de ellos levantó una mesa caída y la puso entre el anciano y Pírixis; otro apareció con té humeante y sirvió un vaso a la dama y otro al anciano; un tercero depositó una bandeja de pastelitos de almendra y miel y otros dos, con los bastones aún en la mano, recogieron todos los cojines de la sala y levantaron un mullido trono alrededor de su maestro. Luego, los cinco hicieron una reverencia a su señor y otra a Pírixis y abandonaron la habitación. No, la misma casa, a juzgar por el sonido de los pasos.

Durante todo momento, Pírixis mantuvo hierática expresión, sin que mirada o gesto alguno revelara la presencia de su fiel gladio —aquél forjado por Gofannon siglos atrás— envuelto en la capa de viaje, a su izquierda. No intentó nada contra los acólitos ni cuando éstos se fueron. Mantuvo el silencio, esperando que el viejo teutónico hablara. Tuvo que esperar un rato, mientras el viejo la examinaba de arriba abajo con un brillo entre divertido y nostálgico en la mirada. Por fin, habló. Y lo hizo con la misma voz sonora y carismática con la que se ganó su confianza treinta años atrás, en las laderas del Montségur.

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Nephilim — Los años oscuros

Cuando empecé con el blog, una de mis intenciones era narrar una vieja campaña de Nephilim que nos marcó a mis jugadoras y a mí. La campaña se desarrolló en tres cursos lectivos, en la universidad, entre 1998 y 2001. Cogí un buen ritmo al principio, ventilándome la primera temporada de la campaña (Akhenatón-Jesús-Arturo) en año y medio. Pero con la segunda, ¡ay! Con la segunda llevo desde junio de 2009 a un ritmo cada vez más tectónico. Hay varias causas para este bajón de ritmo: he vuelto a jugar de manera regular, por lo que el tiempo que antes dedicaba a las entradas de Nephilim ahora lo dedico a preparar partidas y luego a resumirlas; también encontré un trabajo que me encanta pero que me quita las ganas de usar el ordenador después de la jornada laboral. Por último, me he adentrado en un segmento de la campaña bastante oscuro, flojo y del que apenas guardo notas.

Un poco de resumen: estamos en el siglo XIII. La trama principal de la campaña, el Grial y su destino, se me murió muy rápido al perderlo las jugadoras a manos de la Prieuré. Los intentos de buscar pistas sobre su paradero fueron infructuosos por escasos y poco motivados, prefiriendo las jugadoras centrarse en las tramas personales de sus respectivos personajes. La trama de Caos, entonces aún la trama personal de Menxar, se cerró súbitamente con la inesperada muerte de Sarrask. La trama Selenim de Pírixis, a falta de aparecer un pnj importante para el siglo XX, estaba completa también. Y la jugadora de Yaltaka, la más dotada para tirar del grupo (barranco abajo, las más de las veces), nos dejó una temporada por caer en brazos de Cupido. Añádase a esto mi inexperiencia en aquel entonces y que mi tiempo libre se lo llevaba el final de la campaña, el enfrentamiento contra el Temple.

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Desempolvé Nephilim

Este domingo pasado dirigí, por primera vez un una buena cantidad de años, a Nephilim. Una urgencia veterinaria de uno de mis gatos dio al traste con lo planeado: tuvimos que cancelar la partida, luego conseguimos reunirnos los suficientes (por los pelos), pero no me dio tiempo a preparar los personajes ni ciertas pistas (esto dio igual, ni se acercaron por allí). El resultado dista mucho de poder considerarlo «bueno», con los dados dando por saco y los jugadores y el máster un tanto anquilosados y rígidos frente al sistema.

Con todo, fue divertido y me reencontré con un viejo amigo, con sus cosas buenas (como el concepto, la cábala o la sencillez del sistema) y sus cosas malas (como el sistema de habilidades, la brujería y los problemas intrínsecos de todo BRP). Con el Runequest 6 en la mano, dan ganas de meter mano al sistema y tunearlo. Lo que ya no me apetece tanto es preparar partidas de Nephilim. Fue la del domingo una aventura ligera y sin grandes pretensiones y, aun así, noté en exceso la falta de documentación. Es el precio a pagar para disfrutar del juego, un precio que, hoy por hoy, me resulta demasiado caro.

Pero escuchar otra vez «Habilidad de los justos», «Manto de agua», «Los querubines de la exasperación y la confusión» hacen que quiera volver a la época de las Cruzadas y contar una historia de templarios, asesinos, teutónicos y nephilim.

Nephilim — La caída de Yaltaka

1255 fue el año de la venganza de Ephram el traidor. Despojado de su rango y posición tras la vuelta de Uzbia, había logrado huir en el caos siguiente a la toma de posesión de Yaltaka como cónsul de Francia en 1246. Había estado desaparecido de la circulación desde entonces, aunque los informadores de Ethiel lo situaban bajo la protección del Pater Imperator Endymythalion, viejo amigo y eterno rival de Uzbia. Por eso mismo, muchos creen que Endymythalion estuvo detrás de los sucesos que ocurrieron ese verano y otoño. Otros, que, aun conociendo los planes del traidor, no participó en ellos, más allá de prepararse para pescar a río revuelto.

Ese año acudieron a Bizancio los cuatro Pater Imperator despiertos para celebrar un informal Capítulo del Emperador que buscaba cerrar el asunto del Imperio Bizantino hasta la vuelta de su Pater Imperator —Recordemos que Yaltaka había resucitado a este moribundo Imperio, canibalizado por sus vecinos—, quedando el silfo como Imperator del Imperio de Occidente durante la ausencia de Uzbia. Fue éste el momento elegido por Ephram para llevar a cabo su venganza.

El alcance de sus planes nos es desconocido. ¿Fue sólo una venganza personal contra Yaltaka? ¿Fue un golpe de estado, con el que buscaba hacerse con el control de todo el Imperio? ¿Buscaba descabezar al Imperio para recuperar su dominio sobre Francia, para luego negociar desde una posición de poder con Uzbia o unirse al Imperio Romano de Endymythalion? Fueran cuales fueran sus intenciones, lo cierto es que Ephram tenía aún numerosos agentes y simpatizantes dentro de la estructura operativa del Imperio, pese a las purgas y limpiezas orquestadas por Uzbia en Hispania y Ethiel en Francia.

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Nephilim — Llega Sarrask

Tres días tardó Pírixis en arrastrar a un incauto (un pescador joven, musculoso y de pocas luces) para que fuera el nuevo simulacro de Menxar, tres días que a la ondina le parecieron años. Pero, solucionado ya el pequeño problema, pudieron seguir con la exploración de las grutas hasta dar con el Libro Negro en una estancia amplia y protegida de la humedad, junto con tesoros y objetos diversos.

Tres días tardó, los que necesitó Sarrask para darles por fin alcance. Sarrask el Destructor, el Heraldo de Caos que quedara libre y acabara con los Tejedores. Sarrask el Luchador, acompañado de toda su tribu de duendecillos contrahechos y de largas y afiladas garras. Y los Guardianes del Grial sin Yaltaka.

El rugido desafiante de Sarrask atemorizaba a los mismos ángeles y Menxar cayó hecha un ovillo y tapándose los oídos. Pírixis juró en arameo (lengua que hablaba a la perfección), empuñó su gladio y se plantó entre la ondina y el heraldo. La dama del lago era ducha en esgrima, pero Sarrask había sido una de las grandes espadas de los ejércitos divinos. Abrió la defensa de la selenim con desdén y le lanzó una estocada mortal con su espada llameante.

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Nephilim — Canis, canis

«Me aburro, me aburro, me aburro.»

El tiempo se hacía eterno. No podía decir ya si llevaba horas, días o meses allí abajo, sin más luz que el tenue resplandor del campo mágico de agua, si más compañía que su cuerpo. El plexus cercano impedía que cayera en narcosis, pero era demasiado débil como para permitirle desplazarse.

«Me aburro, me aburro, me aburro.»

Hay que ver cómo pueden torcerse las cosas en un segundo. Y mira que habían empezado bien, después de que Pírixis encontrara a sus Hijos y, con ellos, a su perdida hermeteca. Hablando con ellos, consultando los libros y juntándolos con los retazos de información proporcionadas por la visión en el agua de roble, habían encontrado con rapidez el sitio donde, esperaban, los dos druidas habían escondido su extraño libro.

Habrá quien diga que seguir visiones proféticas es de locos, pero la cueva estaba allí. Y las trampas, también. Y los acertijos les sirvieron para sortearlas, como la de la mano en la encrucijada. Y luego habían llegado a ese callejón sin salida y se habían dado cuenta de que los huecos en la pared que les cerraba el paso representaban el cielo nocturno. Y la respuesta al siguiente acertijo era «Perro», sin duda, pero… ¡Hay dos perros, el mayor y el menor! ¿Cuál de ellos sería la respuesta? ¿Qué pasaría si fallaban?

Por si las moscas, se había hecho un arnés con las cuerdas que traían y se había atado sólidamente a las gruesas raíces que flanqueaban la pared, y también le había dejado todo su equipo (armas, conjuros, estasis) a Pírixis. Atada (o, mejor dicho, atado, pues su simulacro era masculino) había ido introduciendo clavijas en los agujeros correspondiente a Canis Maior. Que era la respuesta incorrecta. Hubo un sonido como de engranajes, cadenas y contrapesos y el suelo se había abierto en dos, descubriendo la habitual trampa de foso y estacas (como hemos dicho alguna vez, debían fabricarlas en serie). ¡Ja!

La sonrisa desdeñosa tornose en grito de pánico cuando el arnés cedió. La caída fue breve, aunque se hizo eterna y terminó con un chof definitivo que marcaba el fin de la vida del pobre teólogo que había sido su simulacro desde Áquila. Sobre su cabeza, mientras intentaba liberarse del cuerpo muerto, la trampa se cerraba.

«Meaburromeaburromeaburro.»

Oscuridad y soledad inmaterial desde entonces. Atrapada en el pozo junto a su simulacro muerto, Menxar esperaba, agotando su paciencia a marchas forzadas, la vuelta de Pírixis. ¿Cuánto podía tardar en recorrer el cuarto de legua de túneles, subir el acantilado, ir ría adentro hasta la aldea, engañar a un pardillo y traérselo? Un momento… ¿Se lo habría comido por el camino y había tenido que volver a por otro? ¿La había echado el guante el Temple? ¿Cuánto tiempo llevaba ya ahí dentro? ¿Sería ya invierno?

Vuelve Nephilim

Ayer merendé con un notición: la salida, de mano de Edge Francia, de la 4ª edición de Nephilim con un formato chupiguay que me hizo babear pero bien. Un momento de gran alegría seguido de un baño de realidad. Total, vamos a ver esta edición por aquí tanto como la 3ª, o sea, nada. Somos demasiado pocos los aficionados a este juego para que Edge decida traducirlo, las cosas como son.

Al final, voy a tener que aprender francés.

Los Hijos de la Dama del Lago

—¡No, yo no soy Pírixis! ¡Es ella, es ella! ¡Lo siento!

Nadie podía entender cómo Yaltaka era capaz por una parte de arrastrar a la gente y hacerlos bailar a su son a base de mala leche, carisma y fuerza de voluntad y luego se derrumbaba ante pequeñas piedras en el camino o ante leves interrogatorios.

—¿De verdad sois vos la legendaria Pírixis? —había preguntado esperanzado el archidruida, provocando el inmediato derrumbe y confesión de la silfo.

Estaban en un bosque perdido al norte de la Península Ibérica. Corría el año 1255, un año que sería tan agitado para los Guardianes del Grial como el anterior, en el que, tras descubrir el Telar abandonado de los míticos Tejedores, habían batido récord de velocidad en su camino a las Islas Británicas, primero usando la Via Yaltaka, la ruta de suministros al Imperio Bizantino del Arcano IV montada por ella, Ethiel y Hrisleah, y luego surcando el mar a bordo de la Liadain. Habían hecho una breve parada en Cornualles, una visita a la Doncella de Hielo buscando Excalibur, pero, como sabemos, ella ya no la tenía. Su viaje les llevó hasta Irlanda, donde vieron a viejos conocidos, echaron en falta a otros y se despidieron de amigos queridos.

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