El año comenzó como había terminado el anterior, con tambores de guerra. Las noticias llegaban a Chaville con cuentagotas y las gacetillas, siempre volcadas a las noticias locales y los eventos de sociedad, dedicaban ahora páginas y páginas a los sucesos más allá de las fronteras de Gabriel: el golpe de estado de Tadeus Van Horsman y la muerte del emperador Barbados parecía una reedición de lo ocurrido treinta años atrás con el propio Barbados y el Emperador Loco, Lascar Giovanni. Pero el paralelismo acababa ahí: ahora el Imperio estaba mucho más roto que entonces y los otros señores de la guerra aún no habían mostrado su adhesión al golpista.
En Gabriel, se mascaba el miedo. El miedo a una guerra entre los grandes generales imperiales, pero, sobre todo y más cercano, el miedo a los piratas: los mismos que habían jaleado al archicanciller y al Consejo por declarar la independencia y expulsar a las tropas imperiales, ahora los acusaban de haber dejado Chaville indefensa ante los piratas de Ojo del Huracán.

La pareja se daba un baño de multitud en el Teatro de la Ópera.
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