Pírixis aprendió de Quirós todo lo que pudo los años que estuvo con él y luego lo dejó con un simple «adiós», tal y como el anciano había querido. No sería la última vez que se vieran: su destino había quedado atado al de la Dama del Lago.
En cuanto se hubo separado de su maestro, olvidó sus dos principales consejos. Ni se fue de París ni cortó con su antigua vida. Lo primero que hizo fue presentarse en la sede del Emperador, causando un buen revuelo. Algunos sólo vieron una humana que se paseaba como si fura la dueña del edificio. Otros la rehuían, reconociendo lo que era. Algunos, como Ethiel y Menxar, se acercaban con una mezcla de repulsión y fascinación. Y Yaltaka se limitó a levantar la vista de su escritorio y exclamar un:
—¡Ya era hora de que volvieras!
Nunca sabremos si el silfo no entendió el cambio que había sufrido su amiga, no se dio cuenta o lo ignoró como si fuera algo sin importancia.
En todo caso, los Guardianes del Grial estaban juntos de nuevo y la historia podía continuar. Una historia que les ofrecía muchos caminos que seguir: el Grial seguía perdido y la pista desaparecía con el naufragio de Sigbert, la marca de Menxar y la historia de la Torre Negra y el tema de las vírgenes negras y las catedrales templarias que tanto preocupaba a Ethiel.