—¡No, yo no soy Pírixis! ¡Es ella, es ella! ¡Lo siento!
Nadie podía entender cómo Yaltaka era capaz por una parte de arrastrar a la gente y hacerlos bailar a su son a base de mala leche, carisma y fuerza de voluntad y luego se derrumbaba ante pequeñas piedras en el camino o ante leves interrogatorios.
—¿De verdad sois vos la legendaria Pírixis? —había preguntado esperanzado el archidruida, provocando el inmediato derrumbe y confesión de la silfo.
Estaban en un bosque perdido al norte de la Península Ibérica. Corría el año 1255, un año que sería tan agitado para los Guardianes del Grial como el anterior, en el que, tras descubrir el Telar abandonado de los míticos Tejedores, habían batido récord de velocidad en su camino a las Islas Británicas, primero usando la Via Yaltaka, la ruta de suministros al Imperio Bizantino del Arcano IV montada por ella, Ethiel y Hrisleah, y luego surcando el mar a bordo de la Liadain. Habían hecho una breve parada en Cornualles, una visita a la Doncella de Hielo buscando Excalibur, pero, como sabemos, ella ya no la tenía. Su viaje les llevó hasta Irlanda, donde vieron a viejos conocidos, echaron en falta a otros y se despidieron de amigos queridos.
Allí tuvo Pírixis una visión en el agua de roble, vio a dos sabios druidas ocultando un gran libro. Uno de ellos se quejaba amargamente de que hay cosas que no deben ser escritas. El otro argumentaba que si Merlin fallaba, aquello era su última esperanza. Suficiente para estimular la curiosidad de la joven selenim. La visión apuntaba a Galicia como el escondite del libro y por esa razón habían cruzado el Golfo de Vizcaya esa primavera. Aunque no era la única: la dama del lago había fundado, tras dejar Britania a la muerte de Arturo, una orden de druidas seguidores de la vieja fe a quienes dejó en guarda su amplia hermeteca. Camino de Galicia quiso buscar a sus «hijos» y recuperar sus manuscritos.
Porque mucho había cambiado en ese último año. Las extrañas revelaciones obtenidas de la Biblioteca arrasada del Telar habían sido confirmadas sotto voce por los Dé Danann, esto es, que los antepasados de los nephilim habían sido los ángeles que permanecieron neutrales durante el enfrentamiento entre Dios y el Diablo y habían sido desterrados al mundo material como castigo. Y Menxar, la joven e imprevisible Menxar, había tenido sueños extraños disfrazados de visiones celestiales (¿o era al revés?) y finalmente había pasado el invierno con un eremita que la había tentado con promesas de poder y rebeldía.
Encontrar a la perdida comunidad druídica fue, pese a los temores iniciales, fácil. Seguían en los mismos perdidos valles, ajenos al devenir del mundo y al auge del cristianismo. Y guardaban la colección de vasijas selladas que contenían los preciados manuscritos de Pírixis esperando con fe inquebrantable la vuelta de la dama del lago. Fue Yaltaka quien decidió presentarse ella misma como su compañera ante el doble temor de que los druidas supieran cómo reconocer a un nephilim (Pírixis ya no lo era) o tuvieran alguna cuenta pendiente con su creadora (no era tan extraño que una sociedad secreta creada por nephilim o selenim se volviera contra sus creadores con el paso del tiempo). Pero, enfrentada a la inquisidora y esperanzada mirada de los druidas, se derrumbó y confesó el embuste y Pírixis, majestuosa y altiva, dio un paso al frente y reclamó su nombre y su obra.
Se dice que, después de reencontrar a sus hijos, Pírixis no los abandonaría jamás. Que, cada pocos años, hacía una pausa en sus viajes para estar en su compañía, para guiarlos y enseñarlos. Y se dice que aún hoy puedes encontrar Hijos de la Dama del Lago en Galicia, en Asturias, en Cantabria y en el País Vasco.
Volviendo a nuestra historia, los Guardianes pasaron unos días con los druidas mientras la dama del lago consultaba libros, tomaba notas, cogía lo que necesitaba y volvía a sellar y guardar el resto. Estos días de pausa dieron tiempo a que un correo rápido del Emperador los alcanzara: se requería urgentemente a Yaltaka en París.
Y así el Destino juguetón quiso que los Guardianes se enfrentaran al mayor peligro de sus vidas sin el más poderoso de ellos, sin Yaltaka el silfo. Porque Sarrask el Destructor les pisaba los talones.
Pero eso lo contaremos el próximo día.
Ya queda menos…
Si es que… Después de siglos en mi compañía no puede hacerse pasar por mí ni cinco minutillos, jeje. Es más efectiva con un arma entre manos.