Invierno en Bizancio

Estaba bien entrado el otoño de 1244 cuando los Guardianes del Grial, Menxar y el fénix llegaban a Bizancio, exhaustos y desanimados. Siguiendo las indicaciones obtenidas en un refugio cercano a la ciudad, localizaron la pequeña taberna portuaria que hacía de tapadera del Sapo verde. Allí, por primera vez en meses, fueron recibidos con los brazos abiertos. Dashiell, encarnado en un orondo y pelirrojo hombre de mediana edad, acudió a darles la bienvenida en cuanto supo de su llegada, les cedió unas habitaciones donde pudieran asearse y descansar y organizó un pequeño banquete de bienvenida, invitando a todos los supervivientes de la Retirada del Valle de los Muertos y de París que había en Bizancio.

El grupo pasó varios días en la sede de los Enamorados dejando que sus agotados simulacros se recuperasen. Yaltaka y Pírixis pronto se perdieron en la sala egipcia, donde encontraron a algunos conocidos de los tiempos de Akhenatón con los que conversar de los viejos tiempos delante de grandes jarras de espesa cerveza. Estas reuniones al caer la tarde se prolongarían durante todo el invierno, para desesperación de la ondina y el fénix, que se recorrían a su vez las salas de la taberna como animales enjaulados.

Pírixis también se encontraría con cuatro adeptos de El Loco que pronto empezaron a seguirla con temerosa veneración, convirtiéndose en su sombra en el Sapo verde. Pasarían semanas antes de que se atrevieran a algo más que escuchar sus conversaciones entre cerveza y vino resinoso, pero a finales del invierno se habían convertido en discípulos de una de los Veinte, los veinte discípulos nephilim de Jesús. Y ella y Yaltaka se buscaron, de paso, con quién pasar el invierno, ligándose a los dos centinelas de la Sacerdotisa, dos fénix encarnados el uno en un alto nubio de ojos azules, el otro en un robusto maharato de bellas facciones.

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Bizancio – Arcanos mayores

1244

La Cuarta Cruzada fue desviada hacia Bizancio, privando a Tierra Santa de refuerzos. Del terrible saqueo, que recuerda, aunque mucho menos sangriento, a la toma de Jerusalén, nos hablan cronistas e historiadores, así que callaremos aquí. Los amigos de las conspiraciones hablan de una mano en la sombra que dirigió a los cruzados. Se equivocan. Hubo varias: desde unas no tan a la sombra, como los venecianos, a diversas organizaciones secretas que buscaban desde poder (la Rosa-Cruz) o unos objetos concretos (el Toisón de Oro) a debilitar la presencia cristiana en Tierra Santa (los asesinos). Incluso hay rumores de que el Culto a Lilith estuvo en el ajo. Muchas de las sedes de los arcanos fueron asaltadas y saqueadas. Algunas, por fortuna, por humanos buscadores de riquezas, por lo que pudieron recuperarse pronto. Otras, por humanos iniciados que sabían lo que buscaban: objetos, conjuros, información, homúnculos…

Ya da igual. Han pasado 40 años desde entonces. La vida sigue y los arcanos, o casi todos, han podido volver a la gran ciudad, convirtiéndola, una vez más, en la principal ciudad nephilim del mundo.

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Nimaminanión, heraldo de Caos

Nima, para los amigos.

En visión-ka es un bellísimo y delicado ser andrógino, de cautivadora sonrisa, plateado y de aspecto angelical. Le gusta moverse entre bastidores y usar a sus siervos, o a cualquiera que caiga bajo sus poderes ilusorios, para el trabajo sucio. Sin embargo, cuando los Guardianes le encontraron, hacía muy poco que se había librado de la Prisión y estaba emocionalmente inestable. De ahí que cometa errores bastante tontos o el miedo irracional hacia la Marca de la Diosa. Su aparición en esta parte de la historia es muy breve y descafeinada, pero lo volveremos a ver en el futuro.

Sigue un boceto de reglas propias para seres agarthianos (nephilim en un principio, pero ya veremos que no sólo ellos). Resumiendo mucho, en la Tierra (plano material, que diríamos) aparece como un ser de un solo ka-elemento, el dominante, que toma el valor del opuesto mayor (el 20% de su ka real). Mantiene los bonos a las características que le corresponden y puede usarlos como si fueran características reales, es decir, para formar un cuerpo físico, esto es, al contrario que un nephilim, no necesita un simulacro. También puede ocupar un humano, de forma similar a los nephilim con sus simulacros, sólo que en este caso puede abandonarlo libremente. Si su ka es reducido a 0, no muere si no que es expulsado a su plano de origen (que no es la Prisión, pero tampoco un lugar al que quiera volver). El auricalco le afecta como a los nephilim.

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La Torre Negra – El manuscrito

En la biblioteca oculta en las ruinas de la extraña abadía de Valle Soleado, los Guardianes del Grial y Menxar encontraron un manuscrito escrito en un griego tan antiguo que era casi ininteligible y que les supuso muchas, muchas preguntas. Traducido, lo tenemos aquí:

Al final fue Caos…
Al principio fue Dios,
y Dios dijo: Hágase la Luz
y la Luz se hizo

Derrotado Caos en la última confrontación, fue desterrado de la Tierra y encarcelado por largo tiempo. Cinco Puertas cierran su Mazmorra y nosotros, los Tejedores, somos sus guardianes. Pues está escrito que si una Puerta es parcialmente abierta, escapará uno de los Heraldos de Caos, y son diez; que si una Puerta es abierta, saldrá uno de los Siervos de Caos, que son cinco; y si las cinco Puertas son abiertas, Caos quedará libre y la Creación dejará de existir. Y nosotros debemos vigilar para que las puertas queden cerradas por siempre, pues son muchos los ambiciosos que desean el poder de los siervos de Caos y que, en su insensatez, creen poder controlarle, y si por ellos fuera, Caos ya habría sido liberado hace tiempo.

Está escrito que la Historia la escribe el Vencedor, y el Vencedor no quiere que se sepa que puede ser Vencido, pero nos, que nada le debemos a Él, ni a los que le siguen o le combaten, ni a los que ni le sirven ni combaten, sabemos la Verdad. Por eso nosotros vigilamos las Cinco Puertas, que algunos llaman del Infierno, aunque no sean del Infierno; las vigilamos de igual modo que otros protegen y guardan las otras Puertas que a otros Sitios llevan, con humildad, con devoción, con dedicación. Porque servimos a la Verdad y a la Memoria y por eso, aunque no Lo sirvamos, Le servimos.

Y nos guardamos las Puertas desde la Gran Confrontación y esperamos que si, por desgracia, Caos quedase libre, aparezcan quienes han de derrotarle, tal y como está escrito, pero no aquí, pues esos conocimientos no deben salir del Telar del Destino. Y deseamos que quienes han de derrotarlo puedan derrotarlo, pues también está escrito que un día la Creación no aguantará la presencia de Caos, pues al final será Caos.

La Torre Negra II – La Puerta del Infierno

Las sombras de Pírixis se infiltraron en el castillo sin ser detectadas. La Bella Dama las hizo revisar el torreón y las torres buscando la habitación del astrólogo Astartes, evitando encontrarse con este y con el barón Arnulfo. La puerta de la estancia estaba cerrada, claro, pero es no supuso impedimento para la sombra, que se deslizó por una rendija. Tuvieron suerte: aquello era un caos de signos astrológicos, dibujos místicos, artilugios variados y montones de pergaminos y libros, pero, abierto y a la vista, aquí y allá, Pírixis pudo leer, a través de los ojos del espíritu del bosque de basalto lo que necesitaban saber. Retazos de información que, juntados, les permitió hacerse una idea de la situación:

Astartes había encontrado en una especie de abadía en ruinas cercana (había un mapa encima de una mesa) información sobre una puerta sellada que encerraba a poderosos espíritus o diablos. Logró encontrarla y, con sus conocimientos, consiguió abrirla un poco y uno de esos demonios salió. La criatura, que se presentó bajo el nombre de Nimaminanión (Nima, para los amigos), le había dado poderes a Astartes a cambio de su ayuda para abrir del todo la Puerta. Pírixis supuso que Nima había poseído al barón Arnulfo, lo que explicaría lo que vio en él. Yaltaka aceptó lo que decía su compañera y Menxar se plegó a la experiencia de los Guardianes, pero el fénix no terminó de escuchar o no fue capaz de seguir la conversación entre Pírixis y Yaltaka y decidió por su cuenta presentarse ante el barón Arnulfo y desenmascarar al mago Astartes.

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La Torre Negra

El desánimo cundía entre los nephilim. Yaltaka y Pírixis, los Guardianes del Grial, estaban deshechos tras perderlo. La pista de Constancio se había borrado en Aquila, donde perdieron un tiempo precioso, y la sensación de que Sigbert se la había jugado como a unos primos les perseguía. El mundo, tan distinto al que recordaban, y la falta de apoyo de sus respectivos arcanos (el Carro, porque poco podía hacer en esta causa; el Emperador, porque Yaltaka no era bienvenida en aquella guerra de poder) no les ayudaba a animarse, precisamente. Por su parte, los dos mozalbetes que les habían dado de acompañantes no es que sirvieran de mucho. Menxar, la ondina, no hacía más que quejarse de la pérdida de Cascabeles, su querido simulacro. Y el fénix era un soldado valiente y de pocas luces, pero su arcano parecía haber desaparecido de la faz de la tierra.

Iban camino a Bizancio. La gran ciudad, pese al castigo de la cruzada de 1204, era sede de casi todos los arcanos y puerta entre Oriente y Occidente. Allí esperaban encontrar más ayuda de la Torre, que tenía un refugio importante, y, con suerte, del Loco o del Carro. El Emperador, para desesperación de Yaltaka, aparecía vedado: sin Uzbia ni ella ni Ethiel pintaban nada y no tenía acceso a los vastos recursos del arcano.

Hacían el camino por tierra, pues no tenían fondos para un viaje marítimo ni quisieron perder tiempo en volver a Génova. Eso se había traducido en largas jornadas en los caminos, noches al raso o en camas infestadas de chinches, mala comida, calor, moscas… Algún bandido ocasional o soldado borracho se había interesado por sus pertenencias o sus cuerpos, pero eso no había servido para levantarles el ánimo. El oro donado por un adepto del Carro en Venecia se agotaba, pero los Balcanes parecían no tener fin. El verano, sin embargo, sí y esa noche prometía ser fresca y al raso. Tras varios días de míseras aldeas, cuestas interminables y bosques espesos («Por la derecha, sin duda», había dicho Yaltaka) habían albergado la esperanza de dormir esa noche bajo techo: una familia de campesinos, con todas sus pertenencias amontonadas en un destartalado carro, les había dicho que aquellas eran las tierras del barón Arnulfo, que estaban endemoniadas y por esos ellos se iban.

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Tú el pronto, yo el paño

Navarre quería pasar a cuchillo a su ilustrísima, pero los nephilim rápidamente se dieron cuenta de que así no se conseguiría romper la maldición. El plan que propusieron los Guardianes era más audaz, casi estúpido, pero logró ganarse el apoyo del caballero. Aunque fuera porque, si fallaba, sólo sería un pequeño retraso. Siguiendo este plan, Pírixis volvió a la celda, para no levantar sospechas. Los demás se infiltraron durante el día en la ciudad, a través de las alcantarillas o disfrazados.

Las crónicas, sin embargo, no se ponen de acuerdo con lo que sucedió a continuación. La falta de registros escritos y los siglos pasados hacen difícil la reconstrucción de los hechos. Sabemos que los Guardianes rescataron a fray Gilberto el minorita de la celda y abandonaron la ciudad esa misma noche. Fueron al mismo lugar donde el obispo había hecho el pacto demoníaco y, allí, pidieron al fraile que les contase todo lo que ocurrió entonces. Pírixis y Yaltaka, las dos cabalistas más expertas del grupo, lograron comprender el ritual y, entre las dos (una invocaba, la otra controlaba), repitieron la invocación. Sin embargo, fallaron en el Contrato y tuvieron que enfrentarse con el demonio. Fue un combate feroz. Menxar había caído inconsciente mientras lanzaba un conjuro de armadura: las corrientes mágicas habían sido tan alteradas por la presencia del demonio que el joven nephilim no pudo canalizar el poder.

El demonio era invulnerable a las armas físicas, así que Yaltaka, la mejor espadachina del grupo, se enfrentó a la criatura con el gladio de Pírixis, pero sin fortuna. El arma le era tan extraña que no logró darle un uso eficiente, por lo que tuvo que retirarse para conjurar una espada mágica. Durante unos instantes que se le hicieron eternos, Pírixis se enfrentó a solas con el demonio, evitando milagrosamente los tajos y estocadas que daba con su gran mandoble llameante y logrando alcanzarle varias veces. Cuando Yaltaka pudo volver al combate se cambiaron las tornas y ahora el demonio tuvo que aguantar el chaparrón de estocadas del vencedor de Brent Pelham. Viéndose derrotado, pidió clemencia y aceptó romper la maldición.

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Lady Halcón

Aquila era una ciudad amurallada perdida en mitad de ninguna parte y regida con mano de hierro por su obispo. Los Guardianes llegaron a la ciudad siguiendo la pista falsa de Constancio de Selinonte y cada vez con menos esperanzas de recuperar el Grial. En Aquila buscaron posada, para poder dormir por primera vez desde que abandonaron Génova bajo techo. Luego, dieron una batida por la ciudad, cada uno por su lado, intentando averiguar algo sobre el mameluco. Por desgracia, uno de ellos se cruzó con el capitán de la guardia, un tipo malcarado llamado Marquet.

Marquet era un templario renegado, ambicioso y sin escrúpulos, que había medrado bajo las órdenes del obispo, llegando a traicionar al anterior capitán. Tenía, además, un extraño talento natural que le permitía sentir a los nephilim, así que en cuanto presintió al desafortunado ambicionó capturarlo, ya fuera para que el obispo, versado en artes ocultas, pudiera usarlo, ya para venderlo al mejor postor. Con esta idea en mente, lo hizo seguir mientras reunía un grupo escogido. Una ver supo dónde se alojaba, y que, además, no era uno, sino cuatro, preparó cuidadosamente el plan para capturarlos sin dejarles usar la magia. Un soplón les avisó cuando los nephilim bajaron a comer al salón y, en ese momento, pasaron a la acción.

Los Guardianes fueron cogidos con la guardia baja, sin armas ni armaduras ni tiempo para prepararse. Los hombres de Marquet entraron por ambas puertas. Los Guardianes retrocedieron hacia sus habitaciones, en la planta superior, pero por la ventana del pasillo había entrado el propio Marquet con algunos guardias que rápidamente redujeron y maniataron a Pírixis. Sus compañeros, viéndolo todo perdido, intentaron forzar el paso y escapar. El fénix, golpeando con un gran banco como si fuera un bastoncillo, abrió camino y Yaltaka y Menxar, tirando de cuchillos, puñetazos y patadas, lo siguieron. Afuera se encontraron con otro problema, con dos, más bien: no conocían la ciudad y la gente les era hostil, bien por miedo a la guardia y al obispo, bien por intentar congraciarse con ellos. Por fortuna, la posada estaba cerca de una de las puertas de la ciudad, así que los guardianes corrieron hacia ella, redujeron a los guardias de la misma, cruzaron el puente y se internaron en el bosque que cubría ese lado de Aquila.

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La pérdida del Grial

La noche pasó tranquila, contra todo pronóstico, y con el amanecer Sigbert decidió poner en marcha su plan, decidido a no dar tiempo a los nephilim a llevar a cabo los suyos y, al mismo tiempo, despistarlos. La idea básica era dar el cambiazo y que los Guardianes siguieran una pista falsa. Había en la casa del Hospital un sanjuanista casi tan grande como él que, vestido con sus ropas y armas, llevaría la caja del Grial haciéndose pasar por él. Iría con Constancio y los mercenarios en el bajel reparado. Si eran seguidos, deberían echarse sobre la costa y huir a pie. El sanjuanista buscaría resguardo en alguna casa del Hospital, desde donde volvería a Génova, los marinos del bajel irían a Roma, donde serían recompensados por un agente de la Prieuré y Constancio con los mercenarios se buscaría la vida para despistar a los nephilim.

Por su parte, el teutón seguiría viaje hasta Otranto, donde se reuniría con la galera rápida de Séamus. El viaje lo haría en la galera del Hospital que había en el puerto, una vez esta estuviera preparada, y con la única compañía de un mercenario. Conseguir la galera fue lo más difícil, ya que frey Reinaldo, el preceptor, no tenía autoridad sobre la nave y temía la reacción de sus superiores. Sin embargo, el talento negociador de Sigbert y los grimorios arrebatados a los Guardianes lograron el apoyo del capitán de la galera.

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Génova, de noche

Génova era una gran ciudad, con un gran y atestado puerto. Por lo tanto, gozaba de una animada vida nocturna. Sin embargo, esa noche muchos de los que velaban no lo hacían por motivos lúdicos y bastantes se preguntaban si aquella sería su última noche. Ajenas a estas preocupaciones, de las tabernas salía el sonido del entrechocar de las jarras, las risas, las disputas; de los callejones oscuros el susurro del trapicheo, la voz ronca del ladrón pidiendo la bolsa, el gemido quedo del moribundo; de las casas de la guardia, los ronquidos de la guardia nocturna; de las mancebías, el agudo grito de la cama torturada. Y, sin embargo…

Noche.

A la luz de las antorchas, marineros y estibadores adormilados aprestaban un bajel bajo los gritos, maldiciones y voces de mando de capataz y contramaestre. El bajel era propiedad del Emperador y el cónsul Ezequiel lo había puesto a disposición de Yaltaka. Al otro extremo del puerto todo era silencio y oscuridad. Pero en la galera del Temple se vigilaba. Aunque no había muchas esperanzas de que los nephilim intentaran nada contra la nave, todos esperaban poder borrar la afrenta y la vergüenza del día, cuando perdieron la espada sagrada. En la galera del Hospital también se velaba, con un ojo puesto en el pequeño bajel del teutónico. Aquí esperaban que no pasara nada: casi todos los hombres de armas se habían quedado en la casa, así que los pocos tripulantes no se hacían muchas ilusiones si eran objeto de algún ataque.

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