Al alba, el mar se cubrió de velas y el pánico cundió en Eburah, la puerta marítima de la capital del Imperio, Arkángel. Los estandartes de los Reyes Piratas Bergion, Razzor y La Gran Dama capitaneaban una flota de treinta o cuarenta barcos: balandras, goletas y bergantines alrededor de la gran fragata de Bergion. ¿Cómo habían llegado hasta allí tantos piratas de Ojo del Huracán, la infame isla situada al otro extremo del Mar Interior? ¿Qué hacía la flota imperial de Brudge, que debía defenderlos? La ciudad, crecida alrededor de una estación de pilotos en uno de los canales principales del Delta del Zafir, carecía de defensas suficientes. El pequeño fuerte de la Guardia, que defendía la orilla sur de la desembocadura, no fue suficiente, aunque hacía poco tiempo que había sido reforzado con culebrinas. Los piratas también tenían cañones, o saboteadores infiltrados, o algo más siniestro y, para las nueve de la mañana, el fuerte había caído.
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