Baile de máscaras — Viaje inesperado

Julien Lafleur no pegó ojo esa noche. Daba vueltas por el dormitorio como un león enjaulado. ¿Habrían conseguido sus amigos sacar a los Dragunov de su casa? Se le ocurría mil fallos en el plan, mil cosas que podían haber salido mal. Si había ocurrido el desastre y estaban muertos o presos, no se enteraría hasta varios días después, a su llegada a Eburah. Y eso, con suerte.

Así, sumido en funestos pensamientos, fue pasando la noche y llegó la mañana del sábado. El servicio del hotel llamó a la puerta para servirle el desayuno. Esto le devolvió a la realidad. No podía hacer otra cosa que ceñirse al plan. Su diligencia partía a media mañana hacia Yirath y Eburah. No tenía ni un momento que perder.

Llegaron cuando había pedido ya al conserje que le buscara un coche y mandara recoger sus maletas. Dos agentes de la Orden del Cielo, de paisano, con gesto serio.

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Baile de máscaras — Preparando la extracción

Andrei Dragunov era grande y de hombros anchos. Habría sido un gran atleta en su juventud y su nariz de boxeador debía ser de entonces. Ahora, rondando los cuarenta, se le notaban los años de casado. Con todo su aire de buey torpón, pensaría Michel más de una vez esos días, era todo un espectáculo verlo dibujar con soltura sus complicados planos o ajustar los pequeños muelles, llaves y demás piezas del mecanismo de sus armas.

Alda, cuatro o cinco años menor, era menuda y servicial. También inquisitiva, un punto testaruda y una devoradora de libros. De esas mujeres que, al envejecer, terminan resolviendo crímenes para pasar el tiempo.

La casa de los Dragunov


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Baile de máscaras — Interludio festivo

—Si mi madre me viese ahora mismo se moriría de la impresión. —Creía que me iba a sentir más incómoda con algo tan… ligero. Pero la realidad es que me siento cómoda y me muero por ver la cara de Julien.

—Ten por seguro que nos convertiríamos en el escándalo de turno si nos viese cualquier conocido —Chloé ríe entre dientes mientras habla y me ayuda a terminar de peinar a Gwen.

—Señoritas, ¿de veras es necesario que yo también las acompañe así vestida? —No necesita nada de colorete de lo ruborizada que está.


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Baile de máscaras — Espías en Arkángel

Remontar el río me ha traído recuerdos y nos ha permitido a todos relajarnos de cara a lo que nos espera. He necesitado tener una pequeña charla con Gwen para dejarle claro que lo mío con Julien es un secreto y que, aparte de los que estamos, no debe enterarse nadie. Es un amor, se ha encogido de hombros y me ha dado una charla anticonceptiva.

Diario de Colette Leclair, junio de 988.

Solucionado el problema familiar de los Laffount, los seis jóvenes (Julien, Jacques, Michel, Chloé, Colette y Gwen) continuaron su viaje hacia Arkángel en un barco de pasaje que remontaba el Zafir, el caudaloso río que cruzaba la Pradera Eterna de Abel y unía la capital del Imperio con los estados del Mar Interior. No era muy distinto a los viajes que habían hecho ya entre Chaville y Dupois por el Carignan, salvo que el Zafir tenía, si cabe, más tráfico. Viajaban de día y, al caer la tarde, atracaban en pueblos y pequeñas ciudades donde podían aprovechar para dar un paseo entre curiosos y vendedores. La corriente era lenta y el barco cortaba las aguas con soltura, por lo que en pocos y cómodos días llegaban a la ciudad.


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Baile de máscaras — Negocios de familia

Eburah, situada en el Delta del Zafir, sobre el brazo principal del río, había desbancado a Yirath como principal puerto de Arkángel, la capital imperial. Los barcos de alta mar, cada vez de mayores dimensiones, evitaban remontar así el río hasta Yirath y descargaban o cargaban directamente en los muelles cada vez más extensos. La pequeña estación de paso, similar en un principio a las que existían aún en los otros canales navegables del Delta, había ido creciendo, convirtiéndose en una ciudad boyante y cosmopolita.

Una de las ocupaciones preferidas de los ociosos era ver el trajín continuo del puerto, el incesante ir y venir de lo más exótico del Mar Interior. Los barcos que traían pasaje de Gabriel estaban entre los que más expectación levantaban, pues las recargadas vestimentas de sus adinerados burgueses y nobles, tan llenas de encajes, volantes, pedrería y plumas, chocaban sobremanera con la sobria moda de Abel.


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Baile de máscaras — Dupois

Llegó la primavera y, con ella, las fiestas de Dupois. Nuestros amigos volvieron a la ciudad de los cisnes. Mucho había cambiado en sus vidas desde el año anterior, pero la ciudad en esa semana de carnaval seguía igual de desenfrenada. Los cuatro habían conseguido invitaciones para el Gran Baile semanas o meses atrás, lo que era un gran privilegio para jóvenes de su edad y posición.


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Baile de máscaras — La boda

Tras el confinamiento, retomamos Baile de máscaras. Después de esas semanas de aislamiento, fue fantástico volver a desplegar el hule blanco, abrir la mesa y sacar los cuencos para las chuches. Para recuperar el tono, me decidí llevar a la mesa un suceso al que no tenía pensado dedicar tiempo de juego: la boda entre Émilien Duchamp y Cécile Chapelle, hija del vizconde de Soirault. Me resultaba evocador retomar los personajes de la primera aventura de la campaña para la primera sesión de la vuelta. Pero, ¿me sería posible retomar a la desdichada pareja y la asagiri, el espíritu licántropo, y montar una aventura que no fuera una repetición de la anterior?


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Baile de máscaras — Personajes jugadores 2

Ha pasado casi un año y nuestros jóvenes amigos han crecido, han ganado experiencia y han perdido inocencia. Se han enfrentado a la muerte muchas veces, han matado y han salvado vidas y han visto cosas salidas de leyendas y cuentos de hadas. Las propias relaciones dentro del grupo han cambiado. Colette ha pasado de ser la hermana de Noel a ser amiga o amada, Michel se ha distanciado y la relación entre los hermanos Lafleur es, a la vez, más abierta y más llena de secretos.


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Baile de máscaras — Primera temporada, notas del máster

Baile de máscaras es una campaña que me ha costado muchos meses arrancar y que no marcha tan fluida como me gustaría. Camino del año de su arranque, sólo nos ha dejado once sesiones (de un mínimo de seis horas, eso sí). Incluso con el asunto del coronavirus, es un paupérrimo bagaje. Y reconozco que tengo gran parte de culpa. No me siento cómodo con la campaña y, durante algunas semanas, incluso evitaba pensar en ella porque me estresaba sobremanera. Quizás haya sido por problemas con el planteamiento inicial, o porque navegue entre dos aguas, sin definirse en un estilo claro, o porque el ritmo de las sesiones está muy lejos del habitual en mí. Desde un principio, buscaba salirme de mi zona de confort, ya explotada con Sakura, y probar algo más experimental (para mí). El resultado está siendo una campaña que me gustaría jugar, pero no tanto dirigir.


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