Julien Lafleur no pegó ojo esa noche. Daba vueltas por el dormitorio como un león enjaulado. ¿Habrían conseguido sus amigos sacar a los Dragunov de su casa? Se le ocurría mil fallos en el plan, mil cosas que podían haber salido mal. Si había ocurrido el desastre y estaban muertos o presos, no se enteraría hasta varios días después, a su llegada a Eburah. Y eso, con suerte.
Así, sumido en funestos pensamientos, fue pasando la noche y llegó la mañana del sábado. El servicio del hotel llamó a la puerta para servirle el desayuno. Esto le devolvió a la realidad. No podía hacer otra cosa que ceñirse al plan. Su diligencia partía a media mañana hacia Yirath y Eburah. No tenía ni un momento que perder.
Llegaron cuando había pedido ya al conserje que le buscara un coche y mandara recoger sus maletas. Dos agentes de la Orden del Cielo, de paisano, con gesto serio.