Y se acabó. La última noche, el último concierto del abono A de Cáceres y Badajoz, temporada 2009-2010. Un gran concierto para cerrar una buena temporada, donde se ha apreciado (bueno, yo he apreciado, que para eso soy quien escribe esto) una mejora de la orquesta con respecto a la temporada pasada, mostrando un nivel más uniforme a lo largo de los conciertos.
El del sábado se inició con el Concierto para violín y orquesta del compositor ruso Alexandr Glazunov (finales del XIX y primer tercio del XX), menos conocido que otros compatriotas suyos y que… esto… Vale, dejemos las frases grandilocuentes. No lo conocía, no lo había oído en la vida (tampoco el concierto, claro) y desde el sábado tengo muchas ganas de escuchar más de él. El concierto, interpretado sin pausas entre los movimientos, tiene en su primera parte un protagonismo absoluto del violín, con una melodía muy hermosa, acompañado por la orquesta lo justo para realzarlo. Una larga y complicada cadenza da paso a un vivo allegro donde la orquesta gana más protagonismo. Teníamos a Viviane Hagner como solista, con un vestido rojo que no le favorecía nada, con una técnica impresionante pero algo fría, que nos brindó un concierto muy bonito pero no emocionante.
Para la segunda parte, Shostakovich. ¿He dicho ya que a Jesús Amigo se le da bien el soviético? Con una orquesta enorme (y esta vez sin diferencias entre la alineación indicada en el programa y los presentes, hasta donde pude notar) y Amigo, muy seguro él, sin partitura, arrancó el largo primer movimiento de la Décima sinfonía, más de 20 minutos de mal rollo magistral, que me evocaban a monstruosas orgías de hormigón armado y (no sé muy bien por qué) al puesto de libros de la editorial Mir que ponían de cuando en cuando en el hall de Aeronáuticos. Veintitantos minutos tremendos que me hicieron revolverme en la butaca, incómodo y con los pelos de punta, una pesadilla genial que la orquesta bordó, tremenda. Una pausa para recuperar el aliento y el corto y potente Allegro nos clavó en las butacas con un ¡Uahhhh!. En el juguetón y extraño tercer movimiento las maderas recobraron protagonismo y todo empezaba a sonar como un cuento de Las mil y una noches mezclado con una pesadilla soviética de cemento y orden, marcado por la presencia de la trompa (la primera vez que entra la trompa en escena, creo que fue Gustavo Castro, me quedé sin aliento; ¡qué sonido más hermoso!). Una extraña sinfonía que es a la vez blanco y negro, seria y juguetona, dulce y amarga y donde Amigo fue extrañamente delicado (su punto más débil) y mostró su fuerza habitual. Decididamente, se le da bien Shostakovich. Una obra muy bien escogida para terminar la temporada, donde la orquesta pudo lucirse tanto en su conjunto como en solitario (especialmente las maderas).
Lástima que lo más comentado entre los asistentes, tanto en el descanso como después del concierto, no fuera el concierto en sí, sino la guarrada del cambio de día para los conciertos de la temporada que viene. Pero eso lo comentaré en otra entrada.