Este fin de semana hubo algo de jaleo en Badajoz. No tengo claro el qué, pero vi a mucho militar y a mucho civil con cara de pasárselo bien, y a mucho militar y a mucho civil con cara de estar comiéndose un marrón. El sábado igual se había varado alguna ballena en la playa, porque vi mucha gente asomada en el puente y en el paseo, y helicópteros, lanchas y algún avión asomándose a ver qué pasaba, pero echando más humo que un Minardi con el motor reventado. La cosa debió terminar bien para las ballenas, o igual ganó el equipo local de voley-playa o qué se yo, pero los bares del centro fueron tomados por una marea humana a medio día que se desparramó más allá, ocupando hasta la última mesa y el último cachito de barra libre. Por la tarde, el calor sahariano trajo algunos problemas extraños, como la plaga de langosta en forma de banda de música militar que se abatió sobre El Boche, saqueando sus despensas para desgracia de los que se nos ocurriera ir a cenar allí.
Pero, sobre todo, en Badajoz este fin de semana hubo música. Terminaba el Festival ibérico de música, que va ya por su vigesimoséptima edición y había empezado el 19 de mayo. Hay varios conciertos a los que me hubiera gustado asistir, pero para los que vivimos fuera se impone una selección. Y, como el sábado había concierto de abono, la selección estuvo bastante clara.
Ensemble Oxalys
El viernes, con el López de Ayala tristemente semivacío, actuó el conjunto de cámara belga Ensemble Oxalys. Era el primer concierto de música de cámara al que asistía y, encima, con muy buenos asientos, y fue una delicia en lo sonoro y muy divertido en lo visual. Martijn Vini, el chelista, era todo un espectáculo (y, según mi acompañante, de fino y educado oído, con una respiración como la de un elefante tras correr una maratón), así como la complicidad de todo el cuarteto de cuerda (quinteto en la segunda parte, cuando se les sumó un contrabajo). La instrumentación la completaban piano y armonio, fagot, clarinetes, oboe y corno inglés, flauta y flautín y percusión.
La primera parte del concierto estuvo dedicada a Johann Strauss hijo, con versiones para orquesta de cámara de varios conocidos valses (de esos a los que nunca soy capaz de poner nombre, pero he oído mil veces). Arrancó con un alegre Wein, Weib und Gesang, versión de Alban Berg para piano, armonio y cuarteto de cuerdas. Siguieron, ya con la entrada del cuarteto de viento, con una juguetona Annen-Polka (C. Halffter) que daban ganas de bailar, y Unter Donner und Blitz (Rihm), violenta y rotunda, para terminar con un hermoso y dulce Schatzwalzer (Webern).
La segunda parte, con percusión, contrabajo y sin fagot, estuvo dedicada a la Cuarta sinfonía de Mahler, en la versión de Erwin Stein para orquesta de cámara. Mahler es… Mahler. Raro. Muy suyo. Menxar anduvo con el gesto torcido la mitad de la sinfonía. La verdad es que tiene su aquel, la pieza. Un primer movimiento vivaz y hermoso, juguetón tras el inicio con las campanillas que da paso a una obra cada vez más oscura y rara, hasta llegar a un cuarto movimiento más luminoso, que fue acompañado de la hermosa voz y fuerte presencia de la soprano Laura Delcampe y su hermoso vestido negro. Una magnífica noche, sí señor.
Orquesta sinfónica de Navarra
Y el sábado, el undécimo concierto de Abono A de la Orquesta de Extremadura, el correspondiente al habitual concierto «de intercambio». La Orquesta sinfónica de Navarra devolvía la visita que les hiciera la de Extremadura la temporada pasada (creo recordar). La orquesta entró, con la media luz habitual en el auditorio estos días, debido a su claraboya, afinó, cuchicheos y comentarios entre ellos, entró su director titular, Ernest Martínez Izquierdo, subió a la tarima y, ¡hala!, las Suites 1 y 2 de la Carmen de Bizet para dejarnos callados y escuchando. La Orquesta de Navarra nos deleitó (rimbombante palabra, pero que se ajusta bien a lo vivido) con un sonido limpio y una ejecución dinámica que se llevó un fuerte aplauso.
Seguimos en esta primera parte con Fantasía de Carmen del compositor español Sarasate (muy apropiado, dada la orquesta). Como solista, la joven y menuda violinista china Tianwa Yang. ¡Y menuda! ¡Qué forma de tocar! ¡Cómo hizo cantar al violín, tanto aquí como en Aires bohemios y en el bis con el que cerró su actuación! ¡Qué diferente su delicada, por más que enérgica, forma de tocar de la violencia de Kelenem el año pasado (y que suerte la mía, el poder verlos a los dos)!
Para la segunda parte cambiamos de compositor y cruzamos el charco con el Tangazo de Piazzola. Del grave arranque con cellos y contrabajos a las cosas raras que obliga a hacer a la orquesta… a ratos se me quedó la misma cara de desconcierto que con el concierto de Hindemith de la semana pasada. Sólo que esta vez, aunque seguía sin entender gran cosa, mi cerebro pasó de mí y decidió que no hacía falta entenderla para disfrutarla.
El concierto se cerró con una serie de tangos de Piazzola, en versión orquestal de Pablo Mainetti, quien hizo también de solista de bandoneón. Verano porteño, Libertango (los más flojos), Milonga del Ángel (posiblemente la orquestación mejor conseguida de todas), Muerte del Ángel, la hermosa Adiós Nonino, más otro de bis, posiblemente el segundo mejor orquestado, del que no escuché el nombre.
En la parte mala, el sábado fue el día internacional de la tos. Un coro toses esporádicas y dos desafortunados ataques de tos se cobraron su protagonismo en el concierto. Entre la llegada del calor (aire acondicionado, bebidas frías, garganta tocada) y la alergia, que este año hace estragos, la verdad, es que no me extrañan.
Pero lo peor, lo peor de todo, lo que es espantoso, es que fue el penúltimo concierto de abono. Jo, ya se acaba.
Ains, cuánta razón tienes, es una pena que sólo quede un concierto.
Me gustaría puntualizar que aunque es cierto que durante la sinfonía de Mahler anduve con el gesto torcido, no me disgustó en absoluto. Mi sensación al final fue algo así como: «rara, muy rara, pero me gusta».
Y el sábado me lo pasé pipa, me encanta Carmen de Bizet y Sarasate me emociona. A Piazzola no lo conocía, pero si Tangazzo es magnífico aunque tuve mis más y mis menos con los tangos y la orquestación de Mainetti. No es que no me gustaran, es que algunas partes me dejaron muy fría al igual que otras me emocionaron.
Y lo siento si no puedo reprimir mis instintos sanguniarios, pero terminé con ganas de cortarle los pies a Mainetti por los zapatazos que pegaba al suelo y que se escuchaban por encima de la orquesta (aún recuerdo a mi profesor de violín diciéndome que jamás se marca el ritmo con los pies).Y también le cortaba las manos a una compañera de fila que suele venir cargada de todas las pulseras metálicas que pilla por casa y un bolso con asa de cadena que se empeña en hacer sonar de forma repetida durante los conciertos.
En fin qué a gusto me he quedado.