El Telar: el templo y la biblioteca

El edificio que se levantaba tras el convento, pegado a él y comunicado por dos pequeñas puertas que daban al claustro, aparentaba ser un lugar de culto. Un cruce entre templo romano e iglesia cristiana, de planta rectangular y con varias capillas y salas laterales. La sensación de terreno sagrado del lugar era casi palpable y los efectos-dragón salvajes lo evitaban.

Los Guardianes del Grial no estaban de visita turística, así que no se fijaron en los bancos del Coro de los Hermanos ni en los del Coro de los Padres, ni en el pequeño almacén semioculto que había junto a la entrada y tampoco le prestaron mucha atención al enorme telar que presidía el templo. Sí se fijaron en las cuatro estatuas que, a modo de columnas, flanqueaban la puerta principal: un bello ser andrógino de cara angelical armado con una espada; una hermosa joven de largos cabellos que embraza un escudo; un hercúleo hombre barbado de cara maligna que empuña una lanza; y un viejo de larga barba con una gran llave en la mano. Los tres primeros tenían cada uno una capilla dedicada en el interior, mientras que el viejo quedaba a la izquierda del telar, delante de una gran losa negra.

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El Telar: el convento

La abadía del Telar se levantaba al final de una pequeña meseta que parecía haber sido cultivada en la antigüedad, pero en la que sólo había ahora hierba baja y cardos: una auténtica fortaleza pentagonal de piedra negra. De cerca, sus imponentes muros se veían agrietados, con plantas abriéndose paso aquí y allá. Un par de las garitas que coronaban cada vértice, sobre lo que debieron ser hermosos escudos representando los ka-elementos, se habían venido abajo y los goznes de los portones de la puerta principal, al sur, hacía tiempo que se habían declarado vencidos.

El interior estaba lleno de escombros, restos de cobertizos y otras construcciones menores. Entre ellos tropezaron con diverso número de esqueletos, en mejor o peor estado, con restos de ropas y armas… Pero lo verdaderamente preocupante eran los bloques cristalinos de cerca de dos metros de altura que salpicaban el patio como si fueran setas en temporada. Sus ocupantes, incorruptos, mostraban diversas metamorfosis más o menos avanzadas, pero en visión-ka no pudieron encontrar rastros de los nephilim que los habitaron. Tampoco quedaba nada de ka-sol en esos cuerpos, a los ojos de Pírixis.

Quedaban en pie tres edificios. El más cercano a ellos tenía un piso y era de planta cuadrada, sin ventanas. Detrás de él se veían los tejados de otra edificación mientras que el tercero, a cierta distancia, parecía ignorado por el tiempo: una imponente mole negra de tres plantas.

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El Telar: el viaje

Lo que contó Vndyrwynd

Poco antes, o después, o incluso durante la caída de la Atlántida, Caos, el principio destructor, quedó libre, amenazando todo el Universo. Pero tres Paladines elegidos, portando tres Armas forjadas ex-profeso por los mejores herreros y armeros de la Atlántida, le salieron al paso al frente de un gran ejército unido formado por los Elegidos, los Desposeídos y los Malditos, y Caos fue derrotado y encarcelado. Su cárcel está cerrada por cinco puertas, las conocidas como Puertas del Infierno.

Tras la guerra se formó una sociedad secreta nephilim que quedó encargada de velar las Cinco Puertas. Fueron llamados los Tejedores del Destino, se han movido siempre en las sombras y jamás se ha conocido a ninguno. Para no levantar sospechas entre los habitantes cercanos a las Puertas vivían como eremitas o monjes en edificaciones cercanas a la Puerta pero apartadas y aisladas. Estos… «conventos» dependían de una sede central, en donde se encontraba el Telar, sea lo que sea eso. Sería como una abadía, apartada del mundo, donde los Tejedores serían adiestrados y vigilarían que ninguna de las Puertas fuera abierta.

¿Dónde está ese Telar? Nadie lo sabe. Nadie cree en su existencia, para empezar. Pero con los documentos que he podido reunir con los siglos y la información que me proporcionasteis, he logrado recomponer un vago camino que parte de la Puerta de la Torre Negra, que creo es la que encontrasteis, hasta una Montaña de la Garra del Dragón.

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Caos, poniendo un poco de orden

Resulta difícil, más de diez años después, narrar una campaña, y más si es una tan compleja como fue Guardianes del Grial. Las notas escasean o, mejor dicho, abundan, pero confusas, a veces ilegible lápiz casi invisible sobre papel amarillento, crípticas, desordenadas. Tengo notas de los jugadores y notas del máster y a veces no hay forma de reconstruir qué sabían los jugadores y qué era únicamente información del director de juego. La trama de Caos, que nació sobre la marcha como trama secundaria para un personaje para terminar absorbiendo toda la historia, es la parte más difícil. Mientras que las tramas básicas de la Prieuré, el Temple y el Emperador estaban fijadas tres años antes de arrancar esta segunda temporada y para la tercera esperaba su entrada La telaraña de las Parcas, la campaña que trae Selenim, Caos mutaba día a día, uniéndose a la segunda trama de la Prieuré y un extraño crossover con otro juego de rol francés de la época: una serpiente cambiante y a menudo contradictoria que me daba muchos dolores de cabeza.

Por eso, antes de arrancar con El Telar, el comienzo de una serie de aventuras dedicadas en exclusiva a la trama de Caos hasta su final (en esta época) abrupto y totalmente inesperado, quiero repasar la situación, aprovechando que tengo las hojas de personaje de Pírixis y Menxar sobre la cama (no es que la cama sea muy grande: sólo me hacen falta 6 de las hojas). Y todo empezó el día que los Guardianes del Grial, Menxar y el fénix, llegaron a Sunnydale y su Puerta del Infierno (sí, toda la trama de Caos surgió en parte de Buffy).

Allí encontrarían una torre de piedra negra, una extraña criatura y una puerta semiabierta a algún mundo extraño. Allí le apareció a Menxar una marca, en un principio visible en visión-ka, pero luego reducida a un tatuaje en su esencia, parecido a un conjuro memorizado, y uno equivalente en la espalda de su simulacro. La extraña criatura, de nombre Nimaminanión (Nima, para los amigos), retrocedió asustada ante la marca, cruzando la puerta por la que había salido.

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Viaje a Bizancio

La entrada que los Guardianes del Grial hicieron en Bizancio fue muy diferente a su primera visita. La entrada de la Liadain en el puerto, altiva y mostrando el pabellón, inquietó a templarios, hospitalarios, teutónicos, genoveses, venecianos y a cualquier otro con intereses marítimos. También preocupó a los nephilim de la ciudad, temerosos de que tanta ostentación provocara movimientos indeseados en las sociedades secretas.

Fue un espaldarazo para Nalen, la gárgola, que había luchado esos años por mantener vivo el Imperio de Kirkjabyr. Ya no se trataba de dinero y suministros que le llegaban a través de rutas secretas, sino de la visita de un cónsul de otro Imperio. La sede bizantina del Emperador había crecido y había dejado el Sapo verde pudiendo, más o menos, garantizar por sí misma su seguridad.

Sin embargo, la visita de Yaltaka a Bizancio no tenía nada que ver con el Emperador o Nalen. De hecho, el flamante cónsul de las Galias declinó la invitación del de Bizancio y prefirió alojarse en el refugio de los Enamorados con sus compañeros.

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Invierno en Bizancio

Estaba bien entrado el otoño de 1244 cuando los Guardianes del Grial, Menxar y el fénix llegaban a Bizancio, exhaustos y desanimados. Siguiendo las indicaciones obtenidas en un refugio cercano a la ciudad, localizaron la pequeña taberna portuaria que hacía de tapadera del Sapo verde. Allí, por primera vez en meses, fueron recibidos con los brazos abiertos. Dashiell, encarnado en un orondo y pelirrojo hombre de mediana edad, acudió a darles la bienvenida en cuanto supo de su llegada, les cedió unas habitaciones donde pudieran asearse y descansar y organizó un pequeño banquete de bienvenida, invitando a todos los supervivientes de la Retirada del Valle de los Muertos y de París que había en Bizancio.

El grupo pasó varios días en la sede de los Enamorados dejando que sus agotados simulacros se recuperasen. Yaltaka y Pírixis pronto se perdieron en la sala egipcia, donde encontraron a algunos conocidos de los tiempos de Akhenatón con los que conversar de los viejos tiempos delante de grandes jarras de espesa cerveza. Estas reuniones al caer la tarde se prolongarían durante todo el invierno, para desesperación de la ondina y el fénix, que se recorrían a su vez las salas de la taberna como animales enjaulados.

Pírixis también se encontraría con cuatro adeptos de El Loco que pronto empezaron a seguirla con temerosa veneración, convirtiéndose en su sombra en el Sapo verde. Pasarían semanas antes de que se atrevieran a algo más que escuchar sus conversaciones entre cerveza y vino resinoso, pero a finales del invierno se habían convertido en discípulos de una de los Veinte, los veinte discípulos nephilim de Jesús. Y ella y Yaltaka se buscaron, de paso, con quién pasar el invierno, ligándose a los dos centinelas de la Sacerdotisa, dos fénix encarnados el uno en un alto nubio de ojos azules, el otro en un robusto maharato de bellas facciones.

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Nimaminanión, heraldo de Caos

Nima, para los amigos.

En visión-ka es un bellísimo y delicado ser andrógino, de cautivadora sonrisa, plateado y de aspecto angelical. Le gusta moverse entre bastidores y usar a sus siervos, o a cualquiera que caiga bajo sus poderes ilusorios, para el trabajo sucio. Sin embargo, cuando los Guardianes le encontraron, hacía muy poco que se había librado de la Prisión y estaba emocionalmente inestable. De ahí que cometa errores bastante tontos o el miedo irracional hacia la Marca de la Diosa. Su aparición en esta parte de la historia es muy breve y descafeinada, pero lo volveremos a ver en el futuro.

Sigue un boceto de reglas propias para seres agarthianos (nephilim en un principio, pero ya veremos que no sólo ellos). Resumiendo mucho, en la Tierra (plano material, que diríamos) aparece como un ser de un solo ka-elemento, el dominante, que toma el valor del opuesto mayor (el 20% de su ka real). Mantiene los bonos a las características que le corresponden y puede usarlos como si fueran características reales, es decir, para formar un cuerpo físico, esto es, al contrario que un nephilim, no necesita un simulacro. También puede ocupar un humano, de forma similar a los nephilim con sus simulacros, sólo que en este caso puede abandonarlo libremente. Si su ka es reducido a 0, no muere si no que es expulsado a su plano de origen (que no es la Prisión, pero tampoco un lugar al que quiera volver). El auricalco le afecta como a los nephilim.

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La Torre Negra – El manuscrito

En la biblioteca oculta en las ruinas de la extraña abadía de Valle Soleado, los Guardianes del Grial y Menxar encontraron un manuscrito escrito en un griego tan antiguo que era casi ininteligible y que les supuso muchas, muchas preguntas. Traducido, lo tenemos aquí:

Al final fue Caos…
Al principio fue Dios,
y Dios dijo: Hágase la Luz
y la Luz se hizo

Derrotado Caos en la última confrontación, fue desterrado de la Tierra y encarcelado por largo tiempo. Cinco Puertas cierran su Mazmorra y nosotros, los Tejedores, somos sus guardianes. Pues está escrito que si una Puerta es parcialmente abierta, escapará uno de los Heraldos de Caos, y son diez; que si una Puerta es abierta, saldrá uno de los Siervos de Caos, que son cinco; y si las cinco Puertas son abiertas, Caos quedará libre y la Creación dejará de existir. Y nosotros debemos vigilar para que las puertas queden cerradas por siempre, pues son muchos los ambiciosos que desean el poder de los siervos de Caos y que, en su insensatez, creen poder controlarle, y si por ellos fuera, Caos ya habría sido liberado hace tiempo.

Está escrito que la Historia la escribe el Vencedor, y el Vencedor no quiere que se sepa que puede ser Vencido, pero nos, que nada le debemos a Él, ni a los que le siguen o le combaten, ni a los que ni le sirven ni combaten, sabemos la Verdad. Por eso nosotros vigilamos las Cinco Puertas, que algunos llaman del Infierno, aunque no sean del Infierno; las vigilamos de igual modo que otros protegen y guardan las otras Puertas que a otros Sitios llevan, con humildad, con devoción, con dedicación. Porque servimos a la Verdad y a la Memoria y por eso, aunque no Lo sirvamos, Le servimos.

Y nos guardamos las Puertas desde la Gran Confrontación y esperamos que si, por desgracia, Caos quedase libre, aparezcan quienes han de derrotarle, tal y como está escrito, pero no aquí, pues esos conocimientos no deben salir del Telar del Destino. Y deseamos que quienes han de derrotarlo puedan derrotarlo, pues también está escrito que un día la Creación no aguantará la presencia de Caos, pues al final será Caos.

La Torre Negra II – La Puerta del Infierno

Las sombras de Pírixis se infiltraron en el castillo sin ser detectadas. La Bella Dama las hizo revisar el torreón y las torres buscando la habitación del astrólogo Astartes, evitando encontrarse con este y con el barón Arnulfo. La puerta de la estancia estaba cerrada, claro, pero es no supuso impedimento para la sombra, que se deslizó por una rendija. Tuvieron suerte: aquello era un caos de signos astrológicos, dibujos místicos, artilugios variados y montones de pergaminos y libros, pero, abierto y a la vista, aquí y allá, Pírixis pudo leer, a través de los ojos del espíritu del bosque de basalto lo que necesitaban saber. Retazos de información que, juntados, les permitió hacerse una idea de la situación:

Astartes había encontrado en una especie de abadía en ruinas cercana (había un mapa encima de una mesa) información sobre una puerta sellada que encerraba a poderosos espíritus o diablos. Logró encontrarla y, con sus conocimientos, consiguió abrirla un poco y uno de esos demonios salió. La criatura, que se presentó bajo el nombre de Nimaminanión (Nima, para los amigos), le había dado poderes a Astartes a cambio de su ayuda para abrir del todo la Puerta. Pírixis supuso que Nima había poseído al barón Arnulfo, lo que explicaría lo que vio en él. Yaltaka aceptó lo que decía su compañera y Menxar se plegó a la experiencia de los Guardianes, pero el fénix no terminó de escuchar o no fue capaz de seguir la conversación entre Pírixis y Yaltaka y decidió por su cuenta presentarse ante el barón Arnulfo y desenmascarar al mago Astartes.

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La Torre Negra

El desánimo cundía entre los nephilim. Yaltaka y Pírixis, los Guardianes del Grial, estaban deshechos tras perderlo. La pista de Constancio se había borrado en Aquila, donde perdieron un tiempo precioso, y la sensación de que Sigbert se la había jugado como a unos primos les perseguía. El mundo, tan distinto al que recordaban, y la falta de apoyo de sus respectivos arcanos (el Carro, porque poco podía hacer en esta causa; el Emperador, porque Yaltaka no era bienvenida en aquella guerra de poder) no les ayudaba a animarse, precisamente. Por su parte, los dos mozalbetes que les habían dado de acompañantes no es que sirvieran de mucho. Menxar, la ondina, no hacía más que quejarse de la pérdida de Cascabeles, su querido simulacro. Y el fénix era un soldado valiente y de pocas luces, pero su arcano parecía haber desaparecido de la faz de la tierra.

Iban camino a Bizancio. La gran ciudad, pese al castigo de la cruzada de 1204, era sede de casi todos los arcanos y puerta entre Oriente y Occidente. Allí esperaban encontrar más ayuda de la Torre, que tenía un refugio importante, y, con suerte, del Loco o del Carro. El Emperador, para desesperación de Yaltaka, aparecía vedado: sin Uzbia ni ella ni Ethiel pintaban nada y no tenía acceso a los vastos recursos del arcano.

Hacían el camino por tierra, pues no tenían fondos para un viaje marítimo ni quisieron perder tiempo en volver a Génova. Eso se había traducido en largas jornadas en los caminos, noches al raso o en camas infestadas de chinches, mala comida, calor, moscas… Algún bandido ocasional o soldado borracho se había interesado por sus pertenencias o sus cuerpos, pero eso no había servido para levantarles el ánimo. El oro donado por un adepto del Carro en Venecia se agotaba, pero los Balcanes parecían no tener fin. El verano, sin embargo, sí y esa noche prometía ser fresca y al raso. Tras varios días de míseras aldeas, cuestas interminables y bosques espesos («Por la derecha, sin duda», había dicho Yaltaka) habían albergado la esperanza de dormir esa noche bajo techo: una familia de campesinos, con todas sus pertenencias amontonadas en un destartalado carro, les había dicho que aquellas eran las tierras del barón Arnulfo, que estaban endemoniadas y por esos ellos se iban.

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