Lo que contó Vndyrwynd
Poco antes, o después, o incluso durante la caída de la Atlántida, Caos, el principio destructor, quedó libre, amenazando todo el Universo. Pero tres Paladines elegidos, portando tres Armas forjadas ex-profeso por los mejores herreros y armeros de la Atlántida, le salieron al paso al frente de un gran ejército unido formado por los Elegidos, los Desposeídos y los Malditos, y Caos fue derrotado y encarcelado. Su cárcel está cerrada por cinco puertas, las conocidas como Puertas del Infierno.
Tras la guerra se formó una sociedad secreta nephilim que quedó encargada de velar las Cinco Puertas. Fueron llamados los Tejedores del Destino, se han movido siempre en las sombras y jamás se ha conocido a ninguno. Para no levantar sospechas entre los habitantes cercanos a las Puertas vivían como eremitas o monjes en edificaciones cercanas a la Puerta pero apartadas y aisladas. Estos… «conventos» dependían de una sede central, en donde se encontraba el Telar, sea lo que sea eso. Sería como una abadía, apartada del mundo, donde los Tejedores serían adiestrados y vigilarían que ninguna de las Puertas fuera abierta.
¿Dónde está ese Telar? Nadie lo sabe. Nadie cree en su existencia, para empezar. Pero con los documentos que he podido reunir con los siglos y la información que me proporcionasteis, he logrado recomponer un vago camino que parte de la Puerta de la Torre Negra, que creo es la que encontrasteis, hasta una Montaña de la Garra del Dragón.
El camino
Mucho había cambiado ente la llegada de los Guardianes a Bizancio, sin dinero, provisiones y agotados, y su nueva partida. Yaltaka, Pírixis, Menxar, el fénix y los dos nuevos compañeros se pertrecharon a conciencia: buenas monturas, mulas cargadas de provisiones y equipo variado, muleros, criados y guías e intérpretes que contratarían cuando fuera necesario. Así volvieron a la Torre Negra, donde fueron recibidos efusivamente por el barón Arnulfo y pudieron comprobar que la Puerta seguía bien cerrada.
De ahí siguieron camino según las vagas indicaciones de Vndyrwynd. Fueron largos meses de viaje, donde avanzaron, retrocedieron, se perdieron y se encontraron; se asaron bajo el sol y sufrieron las heladas y la nieve; los bandidos, señores locales y algunas bestias salvajes intentaron sacar provecho de la rica comitiva y salieron trasquilados. En resumen, vivieron grandes aventuras que nos llevaría mucho tiempo contar y nada aportan a nuestra historia.
Por fin, en un perdido y olvidado valle rodeado de grandes montañas, encontraron un pueblo para los que la Montaña de la Garra del Dragón no les era desconocida: era una de las montañas que cerraban el valle, la más escarpada e impracticable de todas, que recibía ese nombre de una formación rocosa en la parte media que recordaba a una gigantesca garra.
—¿Y maldita? ¿Está maldita? —preguntaron.
—Maldita, terriblemente maldita, un maldito pozo de maldición desde siempre. Ni las ovejas se atreven a acercarse y hasta los lobos la rehúyen. Los que se adentran en la montaña por error mueren de maneras horribles —les contestaron.
El grupo se sonrió. Parecía que por fin habían dado con ella, así que dejaron en el pueblo a guías, intérpretes y muleros y se fueron con equipaje ligero a encontrarse con su destino. Destino que tenía la forma de un viejo y escarpado camino, lo suficientemente ancho como para permitir el paso de un carruaje pero ahora comido por la maleza. Ya en la ladera de la montaña el camino quedaba flanqueado por columnas rotas, antiguas estatuas y restos de arcos. Pero en la arrancada del camino, al pie mismo de la montaña, se levantaba un arco altivo, desafiando al tiempo y los elementos. Y en el que aún se leía una inscripción en un ennochiano muy, muy antiguo:
«Cua non est invitado, non pasare».
Menxar cruzó bajo el arco sin temor. Bueno, con temor, pero decía que habían ido allí por su causa y por ello debía ir primero. El fénix también cruzó, casi a la vez, pero rodeando el arco. Apenas hubo pasado cuando se le apareció, sólo visible para él y en un idioma perfectamente inteligible, una curiosa maldición escrita en grandes letras llameantes:
«Por cruzar esta puerta sin ser invitado, jamás podrás entrar o salir por un sitio que no sea puerta».
Tras el arco, una segunda inscripción aclaraba el enigma y explicaba también la fama de maldito del lugar. Decía:
«Cua pasare bajo aqueste arco, sea bienfenido».
Una gente ingenua, estos Tejedores, que pensaban que aquél que entra por la puerta no viene con malas intenciones, mientras que el que se desliza subrepticiamente por otro sitio, sí. Como resultado, el fénix había ganado una serie de terribles quebraderos de cabeza, aunque tampoco vivió lo suficiente como para sufrirlos.
El camino subía hasta un puerto de montaña donde había un templete de piedra, o algún antiguo refugio, aún con casi todo el techo y las paredes. De ahí bajaba hacia un pequeño valle formado entre la Montaña de la Garra del Dragón y una enorme mole rocosa negra. A sus pies, incluso desde esta distancia, distinguían en visión-ka la presencia de un formidable nexus. Más o menos donde la única edificación que se veía en el valle.
La parte baja del valle estaba cubierto por un bosque pantanoso en el que abundaban las arenas movedizas, los fuegos fatuos que les guiaban hacia ellas, pequeñas salamandras ígneas, líquenes cantarines, chop-chops del barro y una gran tortuga de niebla que, por fortuna, no encontraron. En el riachuelo que inundaba el bosque vivían unos alocados jinetes de la Gran Corriente, que hizo difícil su cruce.
¿Y por qué había esa extraña abundancia de efectos-dragón en el bosque? Pues porque el nexus se había vuelto salvaje y los chicos grandes se habían apropiado de él, mientras que los débiles debían contentarse con vivir en las proximidades.
Quizás nuestro grupo pensara en ello mientras se acercaban a los negros muros pentagonales del Telar.
Y pensando y pensando (sobre como siempre acabamos metidos hasta el cuello en estos berenjenales), llegamos por fin sin saber que lo peor aún no había llegado, la tortuga de niebla no iba a ser nada comparado con lo que encontraríamos después.
Pues entre otras cosas a la Tuna…….
Que pena me da no haber podido ver cómo el fénix salía por cualquier sitio que no fuese una puerta, seguro que habría sido divertido.