Nephilim – La verdad tras las vírgenes negras

Era un laboratorio alquímico. En una esquina, un gran atanor siseaba suavemente. En la otra, había un horno convencional. Estanterías con vasijas selladas cubiertas de polvo, mesas con alambiques de cobre y recipientes de cerámica, vidrio y cristal de roca. Un olor indefinible que hacía lagrimear. Globos de luz cálida jugueteaban de aquí para allá con risas argentinas, iluminando la gran sala.

Había cuatro figuras en la sala. Tres vestían igual, con batas cubiertas de un sinfín de manchas y pequeñas quemaduras. La cuarta se cubría con un abrigado manto. Estaban todos alrededor de la misma mesa, una larga mesa de roble, vacía, a excepción de dos huevos de piedra sobre soportes de cobre o bronce.

Hablaba una de las figuras con bata. Los otros dos se mantenían alejados, visiblemente inquietos por la presencia de la figura del manto.

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La piedra negra

Pírixis aprendió de Quirós todo lo que pudo los años que estuvo con él y luego lo dejó con un simple «adiós», tal y como el anciano había querido. No sería la última vez que se vieran: su destino había quedado atado al de la Dama del Lago.

En cuanto se hubo separado de su maestro, olvidó sus dos principales consejos. Ni se fue de París ni cortó con su antigua vida. Lo primero que hizo fue presentarse en la sede del Emperador, causando un buen revuelo. Algunos sólo vieron una humana que se paseaba como si fura la dueña del edificio. Otros la rehuían, reconociendo lo que era. Algunos, como Ethiel y Menxar, se acercaban con una mezcla de repulsión y fascinación. Y Yaltaka se limitó a levantar la vista de su escritorio y exclamar un:

—¡Ya era hora de que volvieras!

Nunca sabremos si el silfo no entendió el cambio que había sufrido su amiga, no se dio cuenta o lo ignoró como si fuera algo sin importancia.

En todo caso, los Guardianes del Grial estaban juntos de nuevo y la historia podía continuar. Una historia que les ofrecía muchos caminos que seguir: el Grial seguía perdido y la pista desaparecía con el naufragio de Sigbert, la marca de Menxar y la historia de la Torre Negra y el tema de las vírgenes negras y las catedrales templarias que tanto preocupaba a Ethiel.

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El manuscrito de Ethiel

Una de las razones por las que Ethiel pinchó un poco a Yaltaka para que este volviera era, simplemente, el quitarse den en medio una mosca molesta. Ephram lo persiguió y le hizo la vida imposible, tomándolo como un agente de Uzbia que conspiraba contra él. Ethiel estaba entonces enfrascado en la investigación de lo que sería su obsesión durante todo el siglo XIII: la salida a la luz de la Orden del Temple. Cuando huyó de las Galias por sus problemas con el pretor rebelde tenía ya en su poder un manuscrito robado al Temple que indicaba la existencia de algún plan oculto de la organización.

La orden de Yaltaka de dejarlo todo y buscar a Uzbia le obligó a dejar de lado el Temple y los primeros y convulsos años del regreso del Pater Imperator no le dejaron tiempo para retomar la investigación, así que buscó la colaboración de su superior y le enseñó el manuscrito. Yaltaka le permitió dedicar parte de su tiempo al tema en cuanto fuera posible, así como utilizar los recursos del arcano.

El original del manuscrito que cambiaría la historia de Europa y quizás del mundo entero se guarda en la biblioteca personal de Vndyrwynd:

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