Sakura — Primera temporada, notas del máster

Hace un par de semanas terminamos la primera temporada de Sakura, un cuento de Lannet. Nueve sesiones jugadas desde julio, con bastantes problemas y rotación de jugadores. Entre problemas de horario y mudanzas, hemos cerrado el arco con sólo dos jugadores, lo que hizo que la última aventura no tuviera la acción que a mí me hubiera gustado (esperaba montar algo al estilo de La noche antes de la boda de Tres Valles, con escenas en solitario con cada jugador e ir juntándolos según sus decisiones) y me tuviera que centrar más en la parte dramática.

Sakura es una campaña mía-mía, con estructura en tres actos y trama bien definida. Después de Los viajes del Ícaro, es una vuelta a las raíces que me ha resultado muy reconfortante. Como hice en Guardianes del Grial, he utilizado el primer acto, introductorio, para dar trasfondo a los personajes. Siempre he preferido tratar con pjs apenas bocetados y que ganen personalidad y trasfondo en la mesa antes que con personajes con extensas historias escritas. No siempre es posible, claro. Para empezar, obliga a alargar la campaña, lo que puede no ser una opción.

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Sakura — La noche de los cuchillos

El crudo invierno afectó tanto a la salud de la señora Nao que se temió por su vida y la de su no nacido hijo. Mandaron buscar a médicos a Aimi y también se presentaron de la corte Asakura, con el onmyoji Araya Souren a la cabeza, escoltados por Maruyama Yoshitaka y un destacamento de samuráis Asakura. Los esfuerzos obtuvieron su fruto: la señora Nao dio a luz a un bebé, prematuro pero sano, y ambos salvaron sus vidas.

Corría el mes de febrero, tiempo de preparar el tradicional viaje a Aimi. Con Nao convaleciente y el pequeño Taro con pocos días de vida, todo parecía indicar que la joven Reiko sería quien cumpliera con los deberes para con la casa de su madre.

Hosoda Genji esperaba con ganas que así fuera: no veía a su prometida desde septiembre. Aquella fría noche estaba de guardia, en la puerta. Sentado junto al brasero, contemplaba la luna a través de los postigos abiertos buscando una paz interior que le rehuía. La imagen de la chiquilla de cara pecosa y melena al viento se le presentaba una y otra vez.

Tan absorto estaba en sus pensamientos que no fue consciente de la llegada de Saki hasta que ella lo llamó por su nombre. Sólo habían pasado unos meses desde que se unió a su escuadrón en verano y los acompañó a Reiko, Akira, Manobu y a él en la aventura del santuario profanado. Debía haber cumplido ya los diecisiete. Parecía mayor, más reflexiva. Sus movimientos eran más firmes y directos. Si en el viaje a la corte Asakura le recordaba a un polluelo histérico en su primera salida del nido, ahora poseía la serenidad de la rapaz al acecho. Aunque, en ese momento, traslucía una mezcla de perplejidad y preocupación a partes iguales.

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Sakura — La batalla del paso Azuma

El invierno llegó pronto ese año. Las nieves bajaron de la Sen Monogatari, cubriendo con su manto desde los profundos valles hasta las tierras bajas más allá de las estribaciones. La vida en el exterior se detuvo y los hombres y animales se recluyeron en sus casas, establos y madrigueras, como habían hecho siempre, a esperar la llegada de la primavera.

Pero ese año el Destino repartía extrañas cartas. En el lejano occidente, los pequeños temblores de comienzos de año se habían convertido en una imparable avalancha que amenazaba con consumir el mundo entero y los habitantes de Los valles de Minako-hime no eran sino guijarros en la ladera.

Un correo imperial llegó al palomar del castillo, causando un revuelo comprensible: el último había anunciado la subida al trono del emperador Akira; el anterior, llamó a las armas tras la muerte del emperador loco de Abel, Lascar Giovanni. Éste traía promesa de tiempos interesantes: el emperador anunciaba que Lannet cortaba sus lazos con el Imperio de Abel y recuperaba su independencia. Todos sabían (en verano, Aimi había sido un hervidero de rumores) de los actos de la sumo arzobispo Eljared y de cómo ostentaba casi el poder absoluto en el Imperio. El emperador de Lannet, por lo general prudente, debía haber leído en esos actos la debilidad de Abel y aprovechaba el momento.

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Sakura — Interludio: otoño

Hosoda Genji se presentó en casa de los Hirano para presentar los respetos a su prometida y para preparar la visita del señor Ishikawa Hideo y su nueva esposa. El rancho presentaba mucho mejor aspecto que en primavera, fruto de los esfuerzos de Manobu padre. Los samuráis de la casa lo recibieron como su nuevo señor, sin muestras de guardarle rencor por la muerte de Hirano Tooru. La joven Sachiko era otro cantar: sabiendo de la venida de Genji, se había escaqueado. Por la tarde, al ver que no volvía, el propio Genji salió en su busca, acompañado por Okuzaki Akira, quien, en calidad de capitán de la escolta de la señora Nao, lo había acompañado.

Encontraron a Sachiko en un recodo del río, donde había estado pescando. Genji se sentó a su lado sin saber muy bien qué decir. Fue ella la que empezó las hostilidades.

—Me han dicho que tengo que casarme con vos.

—Es la decisión de la regente Asakura Katsumi.

—Mataste a mi hermano.

Silencio.

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Sakura — Interludio: verano

Hace ya cosa de dos meses que jugamos la octava sesión de Sakura, un cuento de Lannet. La falta de tiempo libre debida a un cambio de trabajo ha hecho que la campaña esté en el dique desde entonces y que tampoco haya escrito el habitual resumen de la sesión. Voy a intentar remediar esto último, antes de que se me olvide lo que ocurrió ese día, aunque en un tono telegráfico, dejando de lado el aire de relato habitual.

Terminada la aventura del santuario profanado, la siguiente nos llevará al frío invierno. Pero entre ambas hay muchos meses, una boda, los problemas de una nueva señora… La octava sesión la planteé como una serie de escenas dispuestas para rellenar ese tiempo, sin una aventura como tal. Un planteamiento atípico por el que me llevó bastante tiempo decidirme pero que, al final, dio para un día de diversión y un momento épico.

Socializando

Ishikawa Reiko aprovechó los pocos días que faltaban para la boda para hablar con Asai Kikuko, la capitana de la guardia del castillo Asakura. La tanteó, entrenó con ella un par de ocasiones… En resumen, se hizo notar. Tras ser alabada por la capitana por sus habilidades de kendo, Reiko confesó que temía los enfrentamientos contra aquéllos que no eran samuráis, como el ninja que la hirió, pues su entrenamiento no la había preparado para ello y eran situaciones en las que podía encontrarse sin su escolta. Asai le presentó a otra samurái, de veintidós o veintitrés años, aspecto fiero, con varias cicatrices y un lado de la cabeza afeitado, como la guerrera más sucia del clan. Reiko entrenó con la joven todo lo que pudo, de forma que el día de la boda hizo falta de todo el arte de Nakamura Nobi para disimular los muchos moratones.

La samurái surgió como figurante improvisado y sin nombre, pero para el final de la sesión ya se lo merecía. Midori, la llamaremos.

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Sakura — El santuario profanado

El oficial de enlace Asakura que acompañaba a Maruyama Yoshitaka estaba escandalizado y todo su entrenamiento cortesano no evitaba que se le notara. Ante él estaba la única hija del daimio de Los Valles de Minako-hime, una muchacha apenas adolescente que debería estar siendo entrenada en las más refinadas artes sociales, propias de alguien de su rango y sexo. No debería haber salido de lo más espeso del bosque vistiendo los mismos kimono y hakama que sus acompañantes, con aspecto de haber dormido al raso y no haberse bañado en varios días, con un vendaje en el brazo y ese brillo acerado en la mirada. Venía contando una historia estrafalaria de mapas misteriosos, ninjas y falsos onis. No entendía por qué el señor Maruyama la escuchaba con tantísimo respeto (aunque en los mentideros se hablaba de la fama de mujeriego del samurái; quizás estuviera interesado en la chica, uhm, uhm). Lo último que dijo Maruyama le terminó de romper los esquemas.

—¿Qué necesitáis que haga, Reiko-dono?

—Quiero que acabéis con los dos nidos de ninjas restantes. Que hagáis ruido y llaméis la atención. Si aparece el oni, ahuyentadlo, pero no lo matéis. Ganadme tiempo. Yo iré al punto central marcado en el mapa y averiguaré que está pasando.

—Oigo y obedezco.

¡Qué escándalo! ¡Qué indecencia! ¡Tratándola como si fuera un gran oficial o un general!

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Sakura — El oni

La noticia de la boda entre el señor Hideo (42 años) y la viuda Asakura Nao (23) se convirtió en la comidilla del castillo Mitsumi. Los protagonistas fueron enviados a prepararse y purificarse a sendos monasterios, por lo que el único miembro de la ecuación que quedó en el castillo se convirtió en el centro de todas las miradas y todos los cotilleos: la joven Reiko. Todos sabían que, en el pasado, los Asakura habían presionado al señor Hideo para que tomara una segunda esposa, pues que el destino del clan dependiera de un solo hijo era algo de mucho riesgo. También entendían que el que el señor Ishikawa diera su brazo a torcer ahora se debía a que su hija se había pasado la primavera metiéndose en lío tras lío y saludando a la muerte en demasiadas ocasiones.

Los comentarios y rumores se volvían especialmente hirientes cuando señalaban el hecho de que la regente Katsumi había forzado el casamiento del padre y no de la hija, como hubiera sido más normal. Cuando Okuzaki Akira, capitán de caballería, oyó que el motivo era que el señor Hideo era sumiso como una doncella y su hija, un semental salvaje imposible de domar, ofreció a la muchacha el irse ella también de retiro espiritual.

—En el Bosque Sellado hay un santuario que rememora el lugar donde Minako-hime se despidió de sus vasallos antes de abandonar este mundo con los demás kami, hace 700 años. Siendo como sois descendiente de su más importante sirviente y heredera de sus dominios, creo que os hará bien visitarlo.

—En el bosque está Maruyama, cazando al oni —repuso Hosoda Genji—. ¿No será peligroso acercarnos?

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Sakura — La corte Asakura

En el solsticio de verano, el gran señor Asakura Tatsuya recibía a sus principales vasallos en el gran castillo Mitsumi, centro de su poder. El gran señor Tatusya tenía seis años y quien mandaba era la regente, su tía Katsumi, hermana de su fallecido padre, pero eso no cambiaba las formas. Así pues, el señor Ishikawa Hideo se puso en camino diez días antes del solsticio, acompañado por su hija Reiko, quien debía dar explicaciones de lo sucedido con la familia Hirano a finales del invierno, sus principales oficiales y consejeros, el tren de intendencia adecuado, con heraldos, mensajeros, cocineros, pajes, criados y criadas, cocineros y demás, y veinticuatro samuráis de escolta. Iban el hatamoto Sakoda Moritano, el chambelán Saiki, Goto Yasumori, el onmyoji Junichi, pero no el señor Shingen, el hermanastro y principal espada de Hideo: la reciente muerte del anciano señor Iwao aconsejaba prudencia y no dejar el dominio sin gobierno. Maruyama Yoshitaka, el portador de la katana Yukikaze, también era de la partida. Recordemos que Maruyama había sido convocado por los Asakura en el solsticio de verano para acabar con un oni. Tras recuperarse en Aimi de las heridas sufridas, había pasado los últimos días como invitado en el castillo Sakura. El joven Manobu Raiden formaba parte del séquito personal de Reiko, junto con Nakamura Nobi, y Hosoda Genji comandaba el escuadrón de exploradores.

Los exploradores, precisamente, protagonizaron la única anécdota de interés en el viaje, pues localizaron a una compañía de infantería imperial abelense en el pueblo de Magome. Debían pertenecer a la guarnición del Fuerte de Santa Elienai, en el paso de Azuma, uno de los pocos que cruzaban la gran cordillera de Sen Monogatari, y, dada la gran afluencia de mercaderes, debían estar aprovisionándose. Ishikawa Hideo prefirió evitar cualquier contacto con los extranjeros y ordenó acampar y esperar hasta que se fueran para cruzar el pueblo. Envió también a Hosoda tenerlos bajo vigilancia. Por consejo del chambelán, Hosoda se llevó consigo a los samuráis más jóvenes, para que vieran a los diablos gaijin que sometían al glorioso Imperio de Lannet.

—Dejaos ver, que se den cuenta de que no pueden moverse por nuestras tierras sin que lo sepamos.

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Sakura — La muerte del anciano señor Iwao

—Reiko-hime, venid rápido a despediros de vuestro abuelo.

La primavera había llegado, faltaban pocos días para el florecimiento de los cerezos y la vida del anciano Ishikawa Iwao llegaba a su fin. Su deterioro en las últimas semanas había sido tan grande que el triste desenlace era esperado como mera cuestión de tiempo y los principales vasallos habían acudido al castillo Sakura a despedirse del gran guerrero. Cuando Reiko llegó a la cámara, estaban todos allí, arrodillados alrededor del lecho los principales: su padre; su tío; Saiki, el chambelán; Sakoda Moritano, el hatamoto; Hosoda Takao, el comandante de caballería; Goto Yasumori; Nakamura Ken; Junichi, el onmyoji. De pie, al fondo: los jóvenes Hosoda, Nakamura, Manobu y otros. Todos con rostro grave y no pocos llorando sin ocultar las lágrimas. Sobre la cabeza del lecho, imponente, la figura negra del sacerdote del crepúsculo que debía guiar su espíritu.

Reiko se movió como aturdida entre los presentes. El olor a muerte e incienso eran muy penetrantes. Su tío le apretó con cariño el brazo al pasar. Su padre le dio un abrazo —el último que le dio jamás— y la empujó con suavidad hacia el lecho. La joven se arrodilló y observó aquel cuerpo marchito y apergaminado en el que apenas quedaba un hálito de vida y unos ojos que miraban ya más allá de este mundo. De repente, rápido como una centella, el brazo del anciano salió de entre las mantas y atrapó la muñeca de la muchacha. Con el mismo impulso, se incorporó, mirándola, escudriñando su rosto.

—¡Aoba, mi querida Aoba! ¡Ya nada me separará de ti!

Fueron las últimas palabras del anciano señor Iwao. Sin fuerzas, se echó en el lecho y el aliento de la vida lo dejó con una sonrisa en los labios.

Nadie vio la tormenta de emociones que cruzó el rostro del daimio Hideo, su hijo.

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Sakura — Interludio: el viaje de vuelta

Cinco días después de la muerte de Hirano Tooru, Ishikawa Reiko volvió a casa. Iban con ella Nakamura Ken, su hija Nobi, el joven Hosoda Genji y una nueva incorporación a su séquito: el hijo mayor de Manobu el mayordomo, Raiden (hay quien opinaba que se llamaba así por haber nacido en una noche tormentosa, y quien, por ser un torbellino, muy distinto a su calmado padre). Un muchacho imberbe, de dieciséis años, al que su padre enviaba para estrechar lazos con su futura señora y con los otros samuráis del dominio. También cargaba con la deuda de la familia con Genji, por salvar el honor del padre y de la casa en el duelo.

El viaje de vuelta lo hicieron por la carretera de Aimi a las tierras orientales; ya estaban cansados de emociones. Tres días de viaje, bajo un tiempo desapacible y lluvioso, pero durmiendo en posadas y comiendo en tabernas y casas de comidas, hasta llegar al Tercer Castillo de Los Valles de Minako-hime. Tan pomposo nombre pertenecía, en realidad, a una mansión fortificada, levantada sobre una mota artificial y rodeada por un muro bajo y una zanja. Se levantaba sobre la carretera, a la entrada al valle principal del dominio. Al estar en tan provechosa encrucijada, a su alrededor había florecido un pequeño pueblo en el que vivían casi todos los comerciantes y artesanos de la comarca. El señor de la casa era el hermanastro del daimio, un hombre enjuto y taciturno que era la mejor espada del sureste y la mano derecha de su señor. Hijo del anciano señor Hideo con su concubina Oshima Aoba, no portaba el apellido Ishikawa ni usaba el de la madre, así que para todos era, sencillamente, el señor Shingen.

El señor Shingen salió a recibir a su sobrina. Conforme ésta desmontó, se acercó a ella y le puso la mano sobre el hombro, una muestra de afecto rara en él. Al reparar en la cicatriz que delineaba la mejilla de Reiko, apretó la mano.

—La mayor victoria en la primera batalla es volver vivo —le dijo, tras unos segundos de silencio.

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