Sakura — El desquite de Reiko

O Fortuna
velut luna
statu variabilis…

Con las primeras luces del alba, Reiko abandonaba el Segundo Castillo seguida de los suyos y los árboles parecían florecer a su paso. Cuarenta jinetes, incluyendo a Okuzaki Akira y cinco de sus samuráis, cincuenta y cinco monturas. Era 14 de junio y el Sol remoloneó poco en coronar las Sen Monogatari e iluminar el valle. Los primeros rayos los saludaron saliendo del valle, camino de las tierras del hatamoto, adonde llegaron poco después de las nueve. El hatamoto Sakoda los esperaba, acompañado de sus hijos y vasallos, del hijo de Goto y del caballo de Reiko.

El hatamoto y sus hombres se conocían todos los senderos de las montañas en varios días a la redonda, lo que les permitió recuperar mucho tiempo y evitar encuentros con patrullas Asakura. Al atardecer del segundo día, una jornada antes de lo previsto, llegaban a los alrededores del templo de la Magatama.

Acamparon a cinco o seis millas del templo, para evitar ser descubiertos. No quisieron acercarse más sin hacer un reconocimiento previo. No sabían a qué se enfrentaban ni si Araya seguiría en el templo o estaría ya en camino con la Magatama en su poder, pues les llevaba tres días de ventaja. Así, dejaron a Saiki al mando del campamento, con orden de no hacer fuego y mantener los ojos bien abiertos e Ishikawa Reiko, Hosoda Genji, Manobu Raiden, Okuzaki Akira, Asai Yoriko, el señor Shingen y la capitana siguieron a pie hacia el templo.

Evitaron, como habían hecho hasta el momento, el camino que llevaba al templo y fueron por el pinar. Tuvieron que cruzar dos cañadas de pendiente irregular y arroyos aún crecidos por lo largo del invierno. En el último tramo, muy húmedo, casi encharcado y con helechos que les llegaban por la cintura, hicieron un descubrimiento macabro: varias mujeres samuráis, aún con sus armas y armaduras, muertas, la mayoría asesinadas a traición.

—No todas estaban con Arata —murmuró Genji.

—Si volvemos, me ocuparé de honrar sus muertes —dijo la capitana.

Akira, que se había adelantado hasta lo alto de la cresta, descendió hasta ellos pálido como un cadáver.

—Al otro lado. Con cuidado, que no nos vean.

Se deslizaron entre los matorrales y escasos pinos de la cima para asomarse al otro lado. Era un pequeño valle, poco más que una hondonada, delimitado por la cresta en la que estaban por un lado y por una pared vertical por el otro. Un manantial formaba una pequeña laguna en la cabecera, que desbordaba en un riachuelo que había labrado la salida del valle. Todo estaba cubierto de una hierba alta. La fachada del templo estaba tallada en la misma pared de roca y una enorme puerta de doble hoja entreabierta daba acceso a su interior. A la derecha, aguas abajo, un amplio establo cobijaba a numerosos caballos.

Pero no era eso lo que había asustado a la pequeña samurái, sino la presencia de varios onis en el valle. Dos grandes sabuesos demoníacos dormitaban y otros dos onis barrigudos y patizambos se disputaban los restos de alguien.

—Con razón no hemos visto centinelas. Ninguna de las samuráis se atrevería con esos dos cerca —dijo Reiko. Genji frunció el ceño. Ambos se acordaban de aquella aldea del norte.

—Hay cuarenta y seis caballos de guerra —contó Yoriko—. Quitando las asesinadas, siguen siendo más de treinta samuráis. Más lo que lleve Arata.

Arata, les había contado Shingen, tenía a un grupo de élite de escolta, el Grupo Shinzen. Con Izumi y Koshiro de baja por lesión y el cambio de bando del propio Shigen, sólo quedaban tres: un ninja Oshin llamado Yashamaru y dos artistas marciales shivatenses.

—Cualquiera de ellos podría vencerme —había dicho el veterano samurái—, así que id con prudencia.

 

Dejaron a Akira y a Yoriko de vigilancia y volvieron al campamento, llegando ya de noche. Mientras cenaban cecina, encurtidos y algo del arroz que habían cocido por la mañana, contaron lo visto al resto de oficiales e idearon el plan de ataque. Tras descansar unas pocas horas, se pusieron en marcha de madrugada, para llegar al templo al alba. No había habido novedades por la noche, más allá de algo de luz vista por las puertas entreabiertas que indicaba que Arata y los suyos seguían dentro o, por lo menos, una parte de ellos.

Reiko, Genji, Raiden y Shingen se deslizaron entre la hierba alta para atacar a los onis. Querían acabar con ellos rápido, sin que tuvieran tiempo para dar la voz de alarma. Tampoco querían arriesgar la vida de sus samuráis contra contendientes para los que no estaban preparados. Sólo ellos cuatro habían luchado contra demonios o monstruos semejantes.

Se centraron primero en los gordos y patizambos akaoni, por su inteligencia los más peligrosos. No pudieron hacer nada contra la velocidad de Genji, la precisión quirúrgica de Shingen y el torbellino de muerte de Raiden. Para cuando los dos sabuesos se despertaron, ya estaban en desventaja numérica. En segundos, todo había acabado.

Mientras, con Yoriko de avanzadilla, el hatamoto y cinco samuráis rodeaban por la derecha para llegar al establo y hacerse con el control de los caballos, tanto para impedir la huida de los de Arata como para poder usarlos ellos. Por el flanco izquierdo, a la vez, el chambelán Saiki con los cinco samuráis más sigilosos rodeaba por la laguna reunirse con el grupo de Reiko en las puertas. En el interior se oía el ruido normal de un campamento al alba; ningún indicio de que hubieran sido descubiertos, así que hicieron señas a la capitana para descendiera con el grueso de la tropa. En la cresta quedó Okuzaki Akira con diez samuráis, los mejores arqueros, para cubrirlos en caso de necesidad.

Raiden se deslizó en el interior del templo, tras sortear la sencilla trampa-alarma que había montada en la puerta. Estuvo largo rato y sólo la falta de voces de alarma impidieron a Reiko ordenar el ataque. Cuando por fin salió, se lo llevaron a un aparte para que les contara lo visto.

El templo en su interior tenía forma de T, les dijo, siendo el vestíbulo el pie y la sala principal el brazo. Había salas, pasillos, celdas y almacenes que daban a la sala. Manobu había podido revisar la zona de la derecha. A la izquierda estaban acampadas las samuráis Asakura, con una barricada para defenderse de un posible ataque.

—Creo que temen más que se descontrolen los onis que el que venga alguien de fuera. Por lo que he oído, Imada Fumiko está «abajo», con Arata y el resto de su grupo. No sé dónde es ese «abajo», pero detrás del altar, tras un tapiz, he visto algo extraño: es como una gran pared negra, lisa y sin reflejos, pero mi mano la podía atravesar.

—Ese debe de ser el paso a la sala de la Magatama —apuntó la capitana.

—Entonces, esto es lo que haremos —dijo Reiko, tras meditar unos instantes—: Raiden y Yoriko, os deslizaréis dentro sin ser vistos y tomaréis posiciones en el altar. Debéis proteger el portal. Capitana Asai: tomaréis el mando de nuestros samuráis y atacaréis a las tropas de Imada. Tomad el portal y que nadie lo cruce. Genji, tío Shingen: nosotros cruzaremos hacia la Magatama. Raiden y Yoriko: en cuanto la capitana os dé relevo, nos seguiréis.

Dicho y hecho: Raiden y Yoriko se deslizaron dentro del templo, inutilizaron la trampa-alarma y desaparecieron en las sombras. Los siguieron Saiki y sus hombres, armados con arcos cortos. Tomaron posiciones e iniciaron el ataque, asaetando a las centinelas y a las que estaban preparando el desayuno. Ante la señal, el resto empujaron las grandes puertas dobles y entraron dando grandes gritos.

El caos duró unos instantes. Las samuráis de Imada eran de élite y lo demostraron recomponiéndose de forma admirable: unas pocas aguantaron en la barricada, dando tiempo a las demás a tomar sus armas. Enviaron mensajeras en busca de su comandante, que fueron eliminadas por Raiden y Yoriko. Un grupo, en respuesta, atacó el altar, pero ya llegaba la capitana para mantenerlas a raya.

Aprovechando la confusión, Reiko, Shingen y Genji pasaron por detrás de sus samuráis y rodearon el altar por la derecha. Genji fue el primero en apartar el tapiz y enfrentarse a la pared de negrura infinita. Reuniendo todo su coraje, se tiró contra ella.

Sintió que caía por un túnel frío y resbaladizo que giraba en muchas direcciones: arriba, abajo, hacia un lado, hacia el otro. Salió trastabillando y se encontró en una sala hexagonal con el suelo cubierto de arena y tres puertas frente a él: una con el marco de piedra, otra con el marco de madera y la tercera, de metal. Las tres daban a túneles similares y no había nada más en la sala, aparte de una lámpara que ardía sobre la puerta de metal, iluminando la estancia.

Genji eligió sin dudar la puerta del marco de piedra, pues sabía que la Magatama del templo era la de la Tierra. Dejó una marca en la arena apuntando a la puerta, con toda su buena voluntad. Por desgracia, aunque la marca siguió en su sitio, no lo hicieron ni las puertas ni la lámpara, que intercambiaron sus posiciones ante cada visita. Raiden y Shingen, que siguieron la marca, se perdieron y tuvieron que derrotar a una sombra con las habilidades del otro para poder continuar. Yoriko también la siguió, pero con la suerte de apuntaba a la puerta correcta. Reiko rastreó ecos mentales y, como sintió el más cercano a su derecha, también acertó por suerte la puerta, pues la de piedra le caía a la derecha.

Todos se terminaron reuniendo en una sala rectangular cortada a lo largo por un foso y un manantial subterráneo. Al otro lado, una puerta de doble hoja parecía ser la salida. Genji cruzó el foso de un salto y ayudó a Reiko. Raiden fue el siguiente: cogió carrerilla, saltó con todas sus fuerzas y se estampó contra un muro invisible. De no haber sido por la rapidez de Genji, hubiera caído al río y se lo habría llevado la corriente.

Mientras Raiden se recuperaba del susto en su orilla, Shingen tanteaba el terreno con la espada, encontrándose con el muro, y Genji volvía a saltar a uno y otro lado sin problemas. Tras darle un par de vueltas al extraño misterio, pensaron que podría ser por Yukikaze y el tanto, ambas armas forjadas con la esencia de un kami. Le pasó Genji Yukikaze a Raiden y éste pudo cruzar sin problemas, así que hizo lo propio con Yoriko y Shingen.

Ya reunidos todos, abrieron las puertas de par en par y las cruzaron como si fueran la entrada al saloon y ellos, los pistoleros más rápidos del oeste.

Las puertas daban a una sala alargada, la antecámara de un templo, con columnas, estatuas, braseros y pequeños altares en capillitas laterales. Tras ellos ya no había puertas, sino una pared de negrura infinita. Frente a ellos, varios hombres y una samurái que, al verlos, gritó:

—Pero, ¿cómo habéis cruzado sin las llaves?

Al decirlo, Reiko y los demás se fijaron que los que estaban en la sala, todos, tenían una especie de amuleto al cuello. Ah, pensaron, igual con eso nos hubiéramos librado del paseo. Los cogeremos para la vuelta.

Realmente, pensaron en eso después, cuando vieron los colgantes en los cadáveres de sus enemigos. El grupo Shinzen se recuperó rápido de la sorpresa. Intentaron cerrar filas y dar tiempo a que los miembros más lentos del equipo pudieran utilizar sus habilidades, pero Reiko y los demás no les dieron tiempo. Atacaron por rapidez, desbordaron por los flancos, aislaron a los Shinzen para que no pudieran ayudarse entre sí y así los fueron matando, uno a uno. Ni la samurái Imada Fumiko se salvó.

La puerta del fondo de la sala daba a la cámara de la Magatama. Era una caverna de planta más o menos circular, con el suelo, paredes y techo cubierto de grandes cristales. Una pasarela de madera rodeaba la caverna por encima del nivel de los cristales. Estaba unida radialmente con una plataforma central sobre la que flotaba la propia Magatama, en el interior de una esfera ambarina surcada ahora de corrientes caleidoscópicas corrientes de inquietante negrura. Un intrincado dibujo había sido tallado en la plataforma, centrado bajo la piedra, con los más extraños objetos dispuestos en él. Una mujer, la regente Asakura Katsumi, estaba echada inerte en su centro. El ambiente estaba cargado de electricidad estática, que bailaba en forma de fuegos de San Telmo en las puntas de las katanas; había un fuerte olor a ozono y el aire, agitado por erráticas corrientes, tenía un sabor metálico.

Con esto se encontraron nuestros héroes al cruzar la puerta. Con esto y con Kamyu Arata, con la apariencia de Araya Souren, con sus vestiduras de onmyoji imperial manchadas de sangre, caminando hacia ellos, sin duda atraído por el ruido de la lucha. Al ver a Reiko, no perdió el tiempo en grandilocuentes discursos. En su lugar, se limitó a un prosaico:

—¿Tú, otra vez? Maldita sea tu estirpe por siempre jamás.

El grupo se abrió para cogerlo: Raiden y Genji por la izquierda, Shingen por la derecha y Reiko por el centro. Yoriko quedó protegiendo la salida. Su oponente era un solo hombre, pero no por ello era menos peligroso. Recurrió a todas sus artes oscuras, quemó ofudas sin miramientos, usó tanto su magia como la del ambiente; de sus manos surgían rayos oscuros que destrozaban los cristales y la plataforma, llenando el aire de peligrosas esquirlas; bolas cristalinas del tamaño de un pomelo daban vueltas por la cámara para atacar de repente desde el ángulo más insospechado; garras de sombra apenas visibles buscaban el corazón de los samuráis para llenarlos de terror.

Era tal la furia de los ataques, que lo único que podían hacer era defenderse: Raiden quedó acorralado al fondo; Genji saltó de la plataforma y buscó cobertura entre los cristales; Reiko a duras penas lograba parar las descargas mágicas con el tanto de Minako-hime y Shingen saltaba entre pared, suelo y plataforma, rozando los cristales para cambiar de dirección y adelantarse por milésimas de segundo a los impactos.

Pero incluso para un mago tan poderoso, aquél era un ritmo imposible. Frustrado al ver que no lograba matar a ninguno de sus oponentes y temiendo quedarse sin reservas, intentó forzar el paso y huir. Y, para eso, tenía que pasar por Reiko y por Genji. Éste, el más rápido, logró saltar sobre la plataforma y cerrar distancias antes de que el hechicero pudiera salmodiar sus encantamientos. Sin embargo, el brujo no estaba indefenso ni a distancia de katana: un espejo oscuro apareció, como guiado por sus ojos, para interceptar la estocada del samurái. Por tres veces atacó Genji y las tres fue rechazado por el escudo oscuro. La cuarta logró rozar la esquina del espejo, haciendo trastabillar al hechicero. Fue distracción suficiente: llegaba Reiko, con toda su alma puesta sobre el tanto de Minako-hime. Se anticipó al mago, pasó por bajo el escudo, tiró a fondo y le clavó el arma hasta la empuñadura en el corazón.

El tiempo pareció detenerse. Raiden se desplomó, riendo y sangrando por múltiples heridas; Genji se apoyó en Yukikaze, exhausto; Reiko cayó de rodillas; Yoriko corrió a atenderlos y Shingen, haciendo acopio de sus últimas fuerzas, llegó a la plataforma para recoger a la regente. Katsumi estaba inconsciente, posiblemente drogada. Le habían amputado el brazo derecho por el hombro y el tosco vendaje no había cortado la hemorragia. El propio brazo, se fijó Shingen, estaba repartido en diversos trozos por el pentáculo.

Utilizaron sus reservas de bebedizos curativos. Pese al riesgo de sobredosis, forzaron a la regente a beberse dos: restañó la hemorragia, cerró el muñón y empezó a cicatrizar y su respiración se hizo más fuerte y regular. No podían hacer nada más allí, así que, en cuanto se recuperaron un poco, tomaron los amuletos de los cuerpos y cruzaron el portal negro.

Esta vez no hubo ningún desagradable paso intermedio y aparecieron en la gran sala del templo. El combate acababa de terminar: los samuráis Ishikawa reducían a unas pocas prisioneras y la capitana y Okuzaki Akira estaban organizando un grupo para cruzar el portal. La mayoría de las samuráis traidoras habían muerto en el combate o habían logrado suicidarse, arrojándose sobre sus armas.

Reiko entregó a la regente a la capitana y salió al exterior, donde se tumbó sobre la larga hierba, al sol de una hermosa mañana de junio. Quería llorar, quería reír. Y allí se quedó dormida, abrazada al tanto de Minako-hime.

Sakura, un cuento de Lannet 3×06. Con Hosoda Genji (Menxar) e Ishikawa Reiko (Charlie) y la colaboración especial de Manobu Raiden (Norkak).

El decorado de la sala rectangular partida por el canal subterráneo debía ser propiedad de la productora, pues ya lo colaron en Los Visnij y en las producciones de bajo presupuesto de Las Sirenas Nocturnas, que recordemos.

El título de la entrada hace referencia a Salgari, claro.

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