El enloquecido fin del año 988 afectó también al Ícaro, obligado a realizar continuas misiones de inserción y extracción de agentes. En la calma relativa tras la Ruptura de los Cielos fue varado para hacerle amplias reparaciones y su tripulación dispersada entre La Dama, armándose para ser entregada a Gabriel, y los nuevos dirigibles en construcción. Finalmente, fue comisionado para una misión de tres meses de duración dedicada a la exploración de las estructuras del Mar de Arena en Salazar. Un destino del todo inadecuado para un dirigible justo de flotabilidad y proclive al sobrecalentamiento.
Quizá por ello todo el que pudo obtener otro destino dejó el dirigible y la tripulación se formó con gente de indudable talento pero que tenía difícil el servir en un destino normal.
Al mando continuó el capitán de fragata Jeffrey O’Hare. A sus cincuenta años sumaba más de 30 en la marina de Lucrecio y había participado en numerosas expediciones científicas desde la circunnavegación de La Galante, siendo guardiamarina. Solía apoyarse mucho en sus oficiales, lo que le había supuesto ganarse fama de indeciso. Estaba en el proyecto de dirigibles desde su comienzo, pero dicha fama le había cerrado las puertas de destinos más ambiciosos. Por otra parte, era tenido por un gran formador de oficiales y éste sería su último viaje en el Ícaro: a la vuelta le esperaba un ascenso y el nombramiento como director de la escuela del Cuerpo Aéreo de Lucrecio.