Aunque ya había jugado alguna partida suelta en el instituto, cuando de verdad empecé a jugar a rol fue en Madrid, en la universidad. Jugué y luego me animé a dirigir, pero fue la única época de mi vida en la que jugué más que dirigí. En mi etapa en Badajoz podría contar las partidas jugadas con los dedos de dos manos, pero dirigí tres años de una gran campaña de Nephilim y me las apañé para dirigir también bastante a Pendragón, junto con algunas partidas sueltas de otros juegos (Comandos de guerra, Cyberpunk, Babylon Project, Piratas!!).
La primera década del siglo la puedo dividir en dos partes claras: la primera, donde apenas hubo rol práctico (le di mucha caña a Runequest, hasta el punto de quemarlo para quince años, pero mucho de desmontar y montar el sistema de juego y discutir en foros y listas de correo más que llevarlo a una mesa que no tenía entonces, por cuestión de lejanía física). En la segunda mitad, descubrí Ánima Beyond Fantasy (otoño 2005) y, poco a poco, volvimos a montar mesas de juego. Como máster, of course, pero también conseguí jugar alguna partida.
Luego, ya cambiada la década, me vine por trabajo a Sevilla y viví un renacimiento rolero que he ido contando en el blog. No me ha faltado mesa para dirigir desde 2010, y empecé con un ratio jugado/dirigido ideal, casi de 1. Pero desde que terminamos con Los viajes del Ícaro en 2016, con la que Charlie se marcó un spin-off fantástico que me permitía tanto disfrutar del otro lado de la pantalla como refrescar ideas, lo de jugar se ha ido convirtiendo cada vez más en un sueño imposible.
La losa del máster eterno ha caído sobre mí.
Entendámonos, prefiero dirigir a jugar. También soy exigente con otros másters. No sé si por haberme criado con los mejores directores que he conocido o porque me pasa igual que esos jugadores a los que les gusta chupar cámara, tiendo al mejor, dirijo yo. Pero, aunque sólo sea como un acto de supervivencia masteril, necesito jugar. Necesito sentarme al otro lado de la pantalla. Desde un punto práctico, por intentar leer al máster y aprender de su estilo; y por ver la aventura desde el punto de vista de los jugadores, enfoque que nunca podemos perder. Desde un punto de vista lúdico, porque me lo paso pipa jugando, claro.
En resumen, si no juego, mi capacidad como director de juego se resiente.
En los últimos años, apenas he podido jugar. Creo que, ahora mismo, no sería capaz. Necesitaría de varias sesiones de paciencia de máster y jugadores antes de poder aportar algo.
Como máster, he tirado de oficio y experiencia todo lo que he podido., pero hace ya meses que no soy capaz de preparar una aventura. Y en las últimas sesiones me he encontrado con la sensación de que no sé cómo mover una aventura, cómo dirigirme a los jugadores, cómo llevar los tiempos; en definitiva, cómo se dirige una partida.
Tengo que terminar la campaña que nos ha acompañado en los últimos cuatro años, una campaña de Runequest que pide a gritos ser dirigida e ideas para otras tres, pero no sé ni por dónde empezar.
Necesito que un Perceval me recuerde el secreto que he perdido.
Pues según leía la entrada me daba la impresión de que estás quemado de dirigir… pero al final me queda la sensación de que hasta jugar te supone un problema ahora mismo. Igual tienes que darte un tiempecito alejado de la afición. O, efectivamente, jugar a algo ligerito y volver a recargar la batería rolera.
Dirigir sin motivación es un asco porque es mucho curro lo que se invierte para luego encima no quedar satisfecho con cómo lo has hecho. Yo que tú lo hablaría con los jugadores y les pediría que dirigiera alguno de ellos, aunque fuera una partida autoconclusiva cortita.
Releyendo, veo que me quedó confuso. Me refiero a que tengo la sensación de que se me ha olvidado cómo se juega y que tendría que reaprenderlo todo. ¡Y para eso no me vale con un one-shot cada seis meses! ¡Quiero continuidad!
El problema con que otro dirija, es que el otro que me daba relevo cada cierto tiempo está ahora sin tiempo disponible y sin ganas por trabajo, así que voy servido.
Hubo un tiempo en que éramos dos másters sin jugadores. Ahora, hay jugadores, pero no másters. ¡Ah, qué duro el destino del rolero!
Vale, más claro ahora. Sí, es una guarrada no disponer de alguien que te dirija partidas y te dé la opción de «flexionar» los músculos interpretativos. Yo la verdad es que suelo dirigir siempre cuando jugamos en presencial, así que para no olvidarme de lo que es ser jugador participo como tal en partidas vía foro (a través de Comunidad Umbría).
Te entiendo, una cosa que podría ser es que la experiencia y habilidad de masterear te han dado la desventaja de sobrepensar las cosas. Tu mente está dominada por las sensaciones y fluye diferente a la experiencia, cosa que no debe ser así. Hablo de un equilibrio.
Te recomiendo que prepares una mesa y la dirijas no sin interés, pero con el minimo de preparación y sin darle mucha bola.