—Teníais razón, Reiko-dono. Salieron en dirección a Setsu. Cuatro hombres, Okuzaki Jin y la muchacha, con caballos. ¿Cómo lo sabíais? —Genji venía de hablar con los guardias de la casa situada en la salida a Setsu. Los jinetes siempre llamaban la atención y necesitaban salvoconductos.
Hosoda no sabía aún de los poderes mentales de la joven y Reiko quería que siguiera siendo así. Pese a la urgencia que sentía, había tenido tiempo para componer una excusa que sonara plausible.
—Okuzaki dijo que el ritual deja un rastro y no creo que mintiera: por eso huye con tanta prisa. Es un cobarde que no se atrevió a dar orden de atacarnos en el templo, aunque contaba con veinte hombres. Setsu es la mejor opción para él: una carretera fácil y rápida y un puerto desde donde ir a cualquier sitio. Una buena forma de desaparecer.
»Falta todavía una hora para que amanezca. En cuanto se levanten los Mori, recogeremos nuestras cosas y nos despediremos de ellos. Debemos atrapar a Okuzaki.
—Cuidado, mi señora. La puerta que se cerraba sola y el kami que os habló son fenómenos extraños a tener en cuenta, sin duda, pero lo que tenemos ahora son suposiciones.
—¡Por eso debemos capturar a Okuzaki y hacerle confesar! Espera, quizás Rin, la muchacha del templo Iesu, nos pueda contar algo sobre el ritual que hicimos. ¡Dijo que había ayudado en el Templo de las Cuatro Estaciones! ¿Por qué no me acordé antes? Iré a verla. Hosoda, vos recoged nuestras pertenencias y los caballos. Nos vemos aquí.
Rin no hizo sino confirmar las sospechas de Reiko. Nunca había visto usar el tanto invernal para el ritual de la primavera y la descripción dada por Reiko coincidía con el ritual del invierno. También dijo recordar a una Hitomi, el nombre que dio la muchacha que acompañaba a Okuzaki, de las chicas del templo.
Hosoda Genji, por su parte, recogió los caballos y la mula del establo y los cargó en casa de los Mori, despidiéndose de sus anfitriones y disculpándose por las molestias causadas y por lo inesperado de la partida.
—Debemos seguir una pista importante que nos puede llevar a esclarecer lo sucedido antes de que se enfríe el rastro —explicó, poniendo mucho cuidado en no mentir.
Poco después de las diez de la mañana salían de Tsukikage. La carretera a Setsu era, como la de Aimi, una de las principales del país y estaba salpicada a intervalos regulares de tabernas, posadas, cuarteles de la policía imperial y casas de postas. En la primera de éstas que se encontraron hicieron un alto. Habían tenido tiempo para discutir su situación y decidir el camino a seguir. Enviaron cartas contando lo sucedido al señor Saito y a Tsuki, la sacerdotisa del espejo prima de Reiko. Hosoda también mandó cartas a Visnji y a Shirakura, que gestionaban sus inversiones, a Washamine, como socio y acreedor, y a su prometida Hirano Sachiko, avisando de la situación sin entrar en detalles. Reiko haría lo mismo con su prima Shigeko Kaoru, señora de Aimi. «Tendremos un año de invierno largo y sin primavera por culpa de shugenjas al servicio del Dios Insidioso. Posiblemente la cosecha se pierda. Por favor, creedme y tomad medidas», vinieron a decir.
Entre el tiempo que les llevó salir de Tsukikage y el que perdieron en la casa de postas, avanzaron poco ese día. En la posada donde pararon a pasar la noche habían visto pasar al grupo de Okuzaki a media mañana. Genji quitó importancia a la ventaja.
—Están forzando mucho los caballos. No aguantarán el ritmo. Pasado mañana, antes de medio día, los habremos alcanzado.
Al día siguiente comprobaron cómo se iba cumpliendo la predicción de Hosoda. En cada lugar en el que preguntaban veían que la distancia con el grupo de Okuzaki se iba reduciendo. Esa noche durmieron poco y partieron antes del alba. Hacia las diez de la mañana avistaban a un grupo de jinetes. No tuvieron que acercarse mucho para reconocer a Okuzaki. También ellos fueron reconocidos: los hombres del sacerdote los señalaban con grandes aspavientos.
Ataron la mula con la impedimenta a un árbol junto a la carretera y salieron a galope a la caza de Okuzaki. El grupo del sacerdote intentó huir, pero, como había dicho Genji, los caballos estaban cansados y no eran rivales para los caballos de guerra de los samuráis. Perdida la esperanza de la fuga, los hombres de la escolta tomaron sus arcos cortos. Genji sonrió, desdeñoso, y empuñó su arco largo.
—¡No des ni a Okuzaki ni a la chica! —le advirtió Reiko.
El arco de Genji tenía mucho más alcance que los arcos cortos y su maestría a caballo superaba a las de los hombres de Okuzaki. Uno de los hombres fue herido y cayó del caballo. El resto desmontaron y formaron un cuadro, cubriéndose con sus monturas y esperando la carga de los samuráis. Reiko fue la primera en llegar, amagó la carga, rodeó al grupo, bajó de un salto de su montura y se coló en el cuadro desde la retaguardia, deslizándose bajo los caballos. Antes de que nadie pudiera hacerle frente, ya había atrapado a Okuzaki, tirándolo al suelo e inmovilizándolo sin darle tiempo a lanzar un conjuro.
Su escolta no tuvo tiempo de intervenir: Hosoda llegaba al galope. El caballo de guerra, un Hirano entrenado por los Hosoda, se abrió paso entre sus congéneres a mordiscos y coces, dejando sin cobertura a los ronin. Ninguno era rival para el samurái: dos murieron, uno intentando huir, y los otros dos, malheridos, fueron capturados.
Tras atar a los prisioneros, Genji fue a reunir a las monturas del grupo de Okuzaki y a recuperar su propia mula. Reiko aprovechó para llevarse a Hitomi, que en ningún momento había intentado defenderse o huir, a un aparte para hablar con ella.
—Rin, del templo Iesu, me dijo que se acordaba de ti. Eso me entristeció y enfureció, porque no puedo entender por qué ayudarías a Okuzaki Jin en lo que hizo, teniendo como tuviste oportunidades para avisarme. Pero Hosoda piensa que te obligaron y si no dijiste nada fue porque allí había veinte hombres que, pensante, acabarían con nosotros nos dijeras algo o no. Hosoda es un buen hombre. Y, la verdad, me gustaría aceptar su versión. Como puedes ver, estamos vivos y estás en nuestras manos. Si te obligaron, te protegeremos; si los ayudaste, pero nos das la información que necesitamos, te dejaremos ir; si no, te entregaremos a la policía. En ningún caso te vamos a matar. Así que cuéntame tu historia.
La muchacha se echó a llorar. Cuando se controlaba, pedía perdón y volvía a llorar. Estuvo así hasta que volvió Hosoda y aún otro rato, hasta que pudo controlarse.
—El Templo de las Cuatro Estaciones era mi hogar. Ellos me acogieron tras la muerte de mis padres, como a los otros chicos y chicas. Sólo los sacerdotes y los guardianes eran de los clanes. Nunca quise perjudicarles.
—Háblanos del ataque y de lo que sucedió después.
—Fue la noche del día de Año Nuevo, es decir, después de la celebración. Aún había gente en las calles siguiendo con la fiesta. En el templo nos habíamos acostado pronto, cansados tras el ajetreo del día y la noche anterior. No sé qué hora sería, media noche o más tarde, cuando nos despertó Okuzaki Daisuke, el sacerdote del invierno.
»—¡Todas, despertad! ¡Arriba, nos atacan! Shiho, llévalas al santuario. ¡Rápido!
»Todo estaba a oscuras. Casi no nos veíamos entre nosotras. Okuzaki nos dejó, creo que para avisar a los chicos. Otra figura ocupó la puerta. Reconocí a una de los guardianes. Le dio una naginata a Shiho. Shiho era la mayor de nosotras. Estaba prometida con un comerciante y se iba a casar en verano. Reaccionó muy rápido: nos ordenó quitar los tatamis del fondo y salir por debajo de la casa. Las mayores lo hacíamos mucho. Cuando apagaban las luces, nos deslizábamos por ahí para bajar a la ciudad.
»Esa noche nuestras manos estaban torpes. Nos costó quitar los tatamis. Alguien lloraba, una de las pequeñas, nunca supe quién. Del pasillo nos llegaban ruidos de lucha y gritos. Shiho salió la primera, luego el resto y yo la última. Vi al contraluz caer a la guardiana, luchando contra dos sombras negras.
»Bajo la casa se veía algo más y no estábamos solas: también salían los chicos. Okuzaki nos había ordenado ir al santuario, detrás del templo. Nuestra habitación estaba casi al final de la casa, por lo que éramos las que más cerca estábamos. Pero el enemigo esperaba nuestro movimiento. Había varios hombres escondidos alrededor de la casa y nos atacaron cuando salimos. Shiho les hizo frente con la naginata y nos dio tiempo a llegar al santuario.
»En el santuario ya estaban luchando. Los pocos guardianes que quedaban nos abrieron un hueco para que pudiéramos llegar hasta ellos. Alguien puso una naginata en mis manos. Todo eran voces de mando y gritos que no entendía. Entonces, el viento de Okuzaki Daisuke llegó hasta nosotros, tranquilizando nuestros espíritus. El enemigo retrocedió y nos dio un respiro. El suficiente para que el sacerdote alcanzara el santuario. Traía en brazos a Okuzaki Toshihiko, el jefe de los guardianes. Le faltaba una pierna. También venían con él Shimazaki Eri, la sacerdotisa del verano, sus guardaespaldas y dos sacerdotes más. Daisuke dejó a Toshihiko en el porche del santuario, pero el guardián le cogió del brazo.
»—Vienen a por las armas sagradas, mi hermano y señor. No podemos pararlos. Debéis tomarlas y huir.
»—¡No! No os dejaré atrás.
»—Las armas, mi hermano y señor. ¡Rápido! No deben caer en sus manos. Que nuestra muerte no sea en vano.
»El señor Daisuke entró en el santuario llorando. Con él entraron también la señora Shimazaki Eri y uno de sus guardaespaldas. No volvieron a salir. Luego me preguntaron mucho por un pasadizo secreto, así que debieron poder huir. Nosotros no tuvimos suerte. Sin los señores del verano y del invierno, el enemigo se envalentonó y volvió a atacar. Eran muchos y no pudimos hacer nada. Mataron a los sacerdotes, a los guardianes y creo que a los chicos. A nosotras nos atraparon, nos ataron y amordazaron, nos metieron en sacos y nos cargaron en carros.
»Ya fuera de la ciudad, nos interrogaron. Nos preguntaron por las armas sagradas, por el pasadizo y por refugios que tuviéramos por la zona. Fueron muy duros con Shiho. Estaban muy enfadados con ella porque había matado a dos de los suyos. La interrogaron con dureza, la torturaron hasta la muerte. Luego nos volvimos a mover. Tenían miedo de que les atrapara la policía.
»Cuando me dejaron bajar de la carreta, estábamos en un refugio en las montañas. Estaban conmigo dos compañeras de mi edad. No sé qué fue de las niñas.
»Era el refugio de la banda de Honjo Satoshi. Una banda de ronin y bandidos que llevan varios meses amenazando la carretera de Setsu. En Tsukikage corrían historias sobre su osadía y crueldad. Las he podido comprobar en mis carnes. Todo el invierno. Luego, hace dos semanas, llegó Okuzaki Jin. No sé quién le enviaba o cuál es su autoridad, pero pidió hombres a Honjo y se los dio. También pidió a una de las acólitas y me escogió a mí. Me dijo que si la obedecía en todo nunca volvería con Honjo. Y no me tocó ni dejó que los otros me tocaran. Se ha portado muy bien conmigo.
»Volvimos a Tsuikage, al templo. Lo limpiamos y reparamos e hicimos los ritos diarios. Esperaba algo, no sé el qué. Luego llegasteis vosotros. Me contó que iba a hacer el ritual del invierno y que debía ayudarlo. Que si os avisaba os mataría y a mí me devolvería a la banda de Honjo.
Hitomi calló. Reiko y Genji también permanecieron en silencio. El samurái, con los nudillos blancos sobre la empuñadura de la katana. La joven tenía una mirada feroz a la vez que pensativa.
—¿Los hombres que os escoltaban —señaló a los dos heridos— eran hombres de Honjo?
La muchacha asintió. Reiko sonrió —una mueca feroz— y se acercó a Okuzaki Jin. El sacerdote, atado a un árbol, había escuchado todo el relato de Hitomi con la cabeza gacha. Sólo cuando Reiko se acuclilló a su lado levantó la vista.
—Mátame. Acabemos con esto.
—¿Tanta prisa tienes por morir?
—He fracasado dos veces: no conseguí el tanto de Minako-hime y me he dejado capturar. No me perdonarán estos fallos.
—Y si los Okuzaki te encuentran, también te matarán —terminó Reiko por él. Hizo una pausa antes de continuar—. Puedo darte una salida y hacer que conserves tu miserable pellejo. Tengo contactos extranjeros en Setsu que pueden sacarte del país y llevarte a Shivat o al continente. Con una bolsa repleta de oro para empezar de nuevo. Depende de la información que me des. ¿Te mandó Kamyu Arata?
Okuzaki Jin sólo se lo pensó un instante.
—Me envió mensaje, ordenándome acudir al templo de Tsukikage y esperar a que me entregaran el tanto del invierno para hacer el ritual. En el camino, me enteré de lo ocurrido en Los Valles de Minako-hime.
—¿Estuvo Kamyu detrás de la muerte de mi padre?
—No me dijo nada, pero así lo creo. Kamyu lleva mucho tiempo tras el tanto que protegía la kitsune y sabía que lo teníais vos. Okuzaki Akira fue muy discreto, pero yo estuve entre los que restauraron el santuario y fue fácil atar cabos. Como Honjo no consiguió el tanto que se guardaba en Tsukikage, imaginé, al ver su mensaje, que había conseguido el vuestro. Mi sorpresa fue mayúscula cuando os vi llegar al templo.
—¿El mío? Podía haber sido el de Tsukikage también.
—No. Lo lleva Daisuke. Aunque colgó la katana por los hábitos de sacerdote, es un cazador de la cabeza a la punta de la cola y no hay nadie que sepa más de guerra de guerrillas. El grupo de Honjo no dará con él. Vuestra arma, incluso protegida tras los muros de una fortaleza, era más fácil de conseguir.
—¿Cómo podemos deshacer el ritual del invierno?
—Necesitáis el tanto del verano. Y el del invierno. Y quizás ni así, pues también estuvo presente otra arma invernal, Yukikaze. Luego, un sacerdote familiarizado con los rituales de la primavera y el verano. Y hacer el ritual en el templo de Tsukikage, por ser el templo donde se hizo y estar en el centro de Lannet. El único tanto del verano que conozco es el del clan Shimazaki, el que estaba en Tsukikage y lograron poner a salvo. Imagino que Shimazaki Eri habrá vuelto a sus tierras, en el norte, en el bosque de Karasu.
La información dada por Okuzaki Jin les indicaba el camino a seguir si querían enmendar su error. Ni a Reiko ni a Genji se les escapaba lo que un año sin primavera ni verano podía suponer en un país al borde de la guerra civil. Pero, primero, estaba el grupo de Honjo Satoshi. Reiko quería hacer algo, acabar con ellos si era posible. Por ello, acudieron al cuartel más cercano de la policía y entregaron a los dos prisioneros y haciendo que Hitomi volviera a contar su historia, salvo la parte de Okuzaki Jin. También mandaron mensaje al señor Saito contando lo ocurrido. Esperando su respuesta, se hospedaron en la posada que había junto al cuartel.
La respuesta de Saito llegó por vía aérea, mediante el correo de palomas mensajeras de la propia policía, tres días después, el 29 de marzo. Les informaba de que enviaba un destacamento desde Tsukikage para atacar la guarida de la banda de Honjo y daba la oportunidad a Reiko y a Genji de unirse a la partida.
Genji prefería seguir camino, poniendo siempre la seguridad de su señora por encima de cualquier consideración, pero la joven quería rescatar a las compañeras de Hitomi y vengar el templo de Tsukikage. Decidieron esperar a los hombres de Saito. Reiko también propuso hacer copia del libro de claves y entregársela a la policía.
Sin embargo, antes de que llegaran las tropas de Saito, Honjo Satoshi actuó. Tenía topos en el cuartel que le informaron de lo ocurrido. Reunió una partida suficiente para atacar el cuartel y sacar a sus hombres. Tenía varios ninjas de Kamyu a sus órdenes y los envió para liquidar a Okuzaki Jin y a Hitomi. Para los desconocidos samuráis responsables de todo —Reiko y Genji siempre se llamaban en público por sus nombres falsos, Mifune Rei y Sato Gennosuke— tenía una sorpresa: Honjo, como capitán del Dios Insidioso, tenía varios onis a su servicio. Convocó a un oni de la guerra y de la violencia y lo lanzó contra la posada.
El ataque fue de noche. El oni atacó la habitación de Genji y de Jin. Al ruido, acudió en su ayuda Reiko, que intentó leer la mente del oni para anticiparse a sus movimientos. Fue un terrible error: la ira del demonio la dominó y perdió la razón, convirtiéndose en una despiadada máquina de matar que no reconocía a amigos. Acabó con el oni y se enfrentó con un Genji dispuesto a dejarse matar antes que levantar la mano contra su señora.
Entre tanto, los ninjas habían matado a Okuzaki Jin en el pasillo. No podían llegar a Hitomi, hecha un ovillo en un rincón de la habitación, sin pasar por encima de los samuráis. Uno de los ninjas, armado con una cadena, atrapó a Reiko. El peso del final de la cadena la golpeó en la cabeza y la dejó inconsciente y los tres se encararon a Genji, que se vio totalmente sobrepasado. Por fortuna, era un luchador experto y fue capaz de defenderse hasta que la joven Ishikawa recobró la consciencia. Y, por más fortuna, al caer inconsciente, Reiko quedó libre de la ira del demonio. Entre los dos despacharon a los tres ninjas sin problemas.
Para entonces, el cuartel ardía y unas figuras se retiraban por lo alto de la loma. El único con armadura y daisho, Honjo Satoshi era fácil de reconocer. Genji llegó a disparar un par de flechas en su dirección y Reiko lo retó, tratándole de cobarde. Consiguieron llamar su atención: mientras dos compañeros lo protegían de las flechas, Honjo invocó otro oni y le ordenó atacar la posada.
Reiko saltó al patio y corrió tras el muro con el tanto de Minako-hime en la mano, dispuesta a enfrentarse al oni. Genji mantuvo su posición, en alto y con el arco, para hacer todo el daño que pudiera antes de que el monstruo llegara hasta ellos. La primera flecha se le resbaló por la sangre de sus heridas y alcanzó a Reiko, hiriéndola gravemente. Aun así, entre los dos, lograron derrotar al oni, pero para entonces Honjo y su gente ya había desaparecido.
—¡Por todos los kamis, Genji! Estaba debajo y tras un muro. ¿Cómo habéis podido darme?
Por toda respuesta, el avergonzado samurái sólo podía ofrecer su espada y su cabeza.
Sakura, un cuento de Lannet 2×06 y 2×07. Con Hosoda Genji (Menxar) e Ishikawa Reiko (Charlie).
El combate con el oni ashura fue espectacular y rápido. Reiko, como todo guerrero mentalista con lectura mental, empezó el combate usando el poder (+30 a tiradas enfrentadas), comiéndose la ira del oni. Machacó al oni y luego fue a por Genji, que recibió de lo lindo. Viendo que aquello iba a terminar fatal, metí a los ninjas. Por suerte, Genji aguantó todo y salió vivo.
La pifia con el arco de Genji fue tan, tan gorda que narré una escena muy de Mortadelo y Filemón.