Atrapados en ese día sin fin, despertaron una y otra vez al sonido de la alarma para morir sin remedio ante la Máquina. La huida por los túneles o el intentar llegar a la superficie eran caminos sin salida. Intentaron refugiarse en el puerto, que parecía intacto en su época. Eso les permitió ganar algo de tiempo, pero siempre terminaban localizados por la Máquina y muertos.
Entre muerte y muerte, lograron hacerse una composición de lugar. Estaban en Última, la ciudad atlante bajo Ynys Mawr, varios siglos tras la gran guerra contra la Máquina que casi acabara con el mundo. El clima se había estabilizado y las misiones de exploración no habían encontrado rastro de la Máquina, así que un grupo de atlantes, liderados por el doctor Diapprepes, decidieron emular a la antigua Orden del Conocimiento y ayudar a las gentes del mundo, rompiendo así con el aislamiento de los últimos siglos.
Al principio pareció ir bien. Fundaron enclaves, se mezclaron con la gente, ayudaron a comunidades con los conocimientos atlantes, disminuidos con el paso del tiempo pero, aun así, verdadera magia ante los ojos de los comunes: antibióticos, anestesia, motores de claudia… Y la Máquina volvió a aparecer, atraída quizás por la aparición de la tecnología atlante. Los dirigentes de Última, asustados, prohibieron al grupo del doctor Diapprepes volver a la ciudad, por lo que estos tomaron medidas para proteger su principal asentamiento y luego se dispersaron en un intento de alejar a la Máquina tanto del asentamiento como de la ciudad. Los expedicionarios del Ícaro habían encontrado el asentamiento perdido del doctor Diapprepes semanas atrás y lo conocían como la Isla de los Niños.
Sin embargo, aquella maniobra no había engañado a la Máquina y ahora estaba ante las costas de Ynys Mawr. Como habían comprobado con varias muertes, la élite que gobernaba la ciudad decidió sacrificar a la mayoría de los habitantes esperando engañar al terrible enemigo y que no encontraran la última línea de defensa en el Valle del Ojo. Esto explicaba los túneles cortados mediante demoliciones controladas que habían estado encontrando los del Ícaro en sus expediciones (1) y convertía a los salvajes y deformes wendols con los que se tropezaron al llegar en, seguramente, los mutados descendientes de aquellos cobardes que traicionaron a sus congéneres.
Había otra línea de defensa en la ciudad. Años atrás, una expedición de Última a las ruinas de la Atlántida había encontrado un nodo maestro de la Madre de la Máquina que no había sido volatilizado por el gran demonio Mibalín. Los científicos más brillantes de su época, los doctores Diapprepes y Euênôr se habían embarcado en un proyecto ambicioso: reprogramar el nodo y usarlo para controlar los droides y naves de combate y desarrollar a partir de ahí armas autónomas que pudieran enfrentarse a la Máquina en igualdad de condiciones. Diapprepes se desentendería del proyecto al irse de la isla y Euênôr continuó en solitario con el apoyo de los militares.
Entre los dos idearon un sistema de contención tecnomágico que aislaba completamente al nodo. El sistema utilizaba tecnología ya olvidada por los atlantes y para crearlo tuvo que usar las máquinas del acorazado Arcadia, la más avanzada nave de guerra atlante, creada poco antes del final de la guerra y que nunca había entrado en acción. Euênôr logró reactivar el nodo y construir el enlace que lo uniría a los sistemas de defensa de la isla, pero nunca liberó el bloqueo que impedía al nodo conectarse a los sistemas de defensa.
Todo esto lo averiguaron los expedicionarios del Ícaro porque el cuerpo en el que Zoichiro se despertaba tras cada muerte era el del doctor Euênôr. La información de lo ocurrido la obtuvieron preguntando a las personas y accediendo al ordenador personal del científico. El que nunca se activó el sistema era pura deducción, ya que el puerto estaba intacto cuando ellos entraron por primera vez en su tiempo. Si fue porque entró en pánico y huyó hacia el Valle del Ojo, si murió sin poder llegar al puerto o si no lo hizo por temer que aquello se convirtiera un error de las proporciones de la creación original de la Máquina nunca lo sabremos.
El principal sospechoso del particular día de la marmota que estaban viviendo era el propio nodo y su siguiente paso fue intentar contactar con él. Resultó ser «ella» y responder al nombre de Maetel. Costaría horas de conversación paciente y varias muertes sonsacarle información. Maetel no parecía mentir pero tampoco daba mucha información y el camino sin salida «No sé qué responder a eso, doctor Euênôr» fue el resultado habitual de sus pesquisas. Con todo, lograrían hacerse una composición de la situación bastante buena:
Nadie entró en el puerto el día de autos y Maetel quedó olvidada. Con el tiempo el campo tecnomágico que la aislaba perdió fuerza y pudo interaccionar de forma limitada con el mundo a su alrededor. Pudo controlar un droide de forma remota y acceder a los bancos de datos de la ciudad. Buscaba la clave que liberaba el bloqueo, pero esa información no estaba en los ordenadores. Como la clave sólo podía introducirse tres veces antes de que el sistema de seguridad la destruyese, Maetel siguió en su prisión.
Cuando el grupo del Ícaro entró en el puerto, Maetel comprendió que había llegado el momento de jugarse el todo por el todo. Si los humanos trasteaban en el campo de contención, ella moriría. Por eso, en cuanto entraron en su radio de acción, los sumió en una ilusión psíquica completa, una recreación de la caída de Última creada a partir de la información obtenida de los bancos de datos. Confiaba en la capacidad humana para sacar conclusiones más allá de la información disponible.
Tuvo suerte, al menos en parte. De la información existente el grupo del Ícaro averiguó que la contraseña la había puesto el doctor Diapprepes, que siempre usaba la misma porque tenía muy mala memoria. Daba la casualidad de que Sassa Ivarsson había formado parte del equipo que, en la Isla de los Niños, accedió al complejo central tras resolver la clave de la cerradura y sabían ya que el creador (o responsable) de aquellas instalaciones había sido el doctor Diapprepes. Llevó casi más tiempo (y muertes) recordar la dichosa clave.
Sin embargo, las incisivas preguntas del grupo llevaron a que Maetel, que no mintió en ningún momento, diera más información de la que ella quería. Así, quedó en manos de ellos si retirar el bloqueo y confiar en que Maetel les liberase de la ilusión sin hacerles daño ni volverse contra el resto de la expedición o destruirla y enfrentarse a un futuro incierto. Sassa, tras estudiar la documentación del doctor Euênôr suministrada por Maetel y hablar con ella llegó a la conclusión de que el nodo había aprendido el valor de la vida y no se volvería contra ellos, convenció a sus compañeros e introdujo el código de liberación.
¿Fue una buena decisión? ¿Lograron una poderosa aliada o un enemigo terrible? El tiempo dirá. El nodo continúa físicamente en el puerto, pero Maetel envió su consciencia a recorrer el mundo. De las decisiones que tome tras su viaje puede depender el destino del mundo entero.
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(1) Hasta la fecha, los túneles o pozos de comunicación entre la ciudadela del Valle del Ojo y los niveles inferiores que conocían los del Ícaro eran:
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El túnel desde la zona de viviendas del Pico del Hada que Dragunov, Renaldo y Sassa encontraran en su primera visita a Teyrnas Y Cymoedd, cuando resolvieron el asunto de las minas.
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El túnel de los elementales oscuros, al sur del anterior (aproximadamente, bajo el Pico del Águila, a la altura de Caer Dubh), por donde huyeron los wendols y por el que se llegaba hasta el Portal donde estaba sellado el alto elemental oscuro.
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El paso de Nidik, que era donde Powell, Sassa y Zoichiro habían «muerto» por primera vez. Un derrumbe posterior sobre el nivel del tapón había abierto una fisura entre el túnel y el valle de Nidik, permitiendo el tránsito entre ambas zonas.
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El túnel del reactor nuclear, al sur del Valle del Ojo, que había sido reabierto por los wendols y que les permitía llegar a la vía MacLellan, la línea de bunkers que llegaba hasta dicho asentamiento.