Julio llevó a los hombres y mujeres del Ícaro al límite: cada una de las tres misiones SG implicaron a cuatro equipos de tres hombres; en las ruinas de Minas Anghen estuvieron destacados dos equipos científicos y uno de apoyo; en Nidik, el ingeniero Anderson y su grupo seguían supervisando la reconstrucción de las murallas y un equipo de seguridad controlaba el puerto, para descartar más sorpresas desagradables. En el Valle del Ojo la actividad era frenética, preparándose para el futuro invierno: se construyeron barracones para los campesinos del sur que, conforme a los acuerdos firmados por el capitán Paolo, cosecharían la cebada y trigo silvestre y adecentaron caminos; el equipo de reconocimiento aéreo cartografió el valle y los antiquísimos caminos y construcciones atlantes, aún visibles desde el aire; se limpió y adecentó hidroponía, algo nada sencillo con unas patatas y unas lechugas que presentaron batalla; y se seguían explorando, revisando y adecentando la base militar atlante que se había convertido en su hogar.
La fiesta de la cosecha, que en un principio iban a celebrar sólo los campesinos locales, se convirtió en un esperado evento, en una ocasión para el relax muy necesaria. Se celebró en la pradera junto al lago y a ella asistió todo el personal de la base salvo una pequeña guardia. El comandante había encargado dos barriles de cerveza a Ostakker para alegrar la velada, pero no asistió a la fiesta: Starnia, regente de Nidik, ofrecía un banquete en honor del Ícaro, al que asistieron casi todos los oficiales, incluyendo al capitán Paolo, que acababa de volver con el Albatros dorado cargado hasta los topes. No acudieron ni Edana Conway, aún de misión, ni Walter White, encargado de llevar la parte del botín del Ícaro a la base.
Éste, tras supervisar la operación, dejó que sus hombres se unieran a la fiesta y se retiró a su habitación: no era amigo de multitudes y las fiestas le hacían sentir incómodo. No pudo disfrutar del descanso bien merecido. Apenas se había cambiado de ropa cuando Zoichiro llamó a su puerta. El duk’zarist impasible, con su kimono siempre impecable y la no-dachi en la mano izquierda, parecía turbado, algo sorprendente para un hombre, maestro en la espada y la magia, considerado, por así decirlo, la unidad de artillería autopropulsada del Ícaro.
—No encuentro a Neltha Laglaush.
La cara del teniente White no tranquilizó a Zoichiro. Más o menos, fue la misma que pusieron el comandante y Paolo cuando Erstin Ho les puso al tanto. El mensaje de respuesta terminó de amargar la noche al teniente. «Averigüe qué está pasando y tenga cuidado con la información». Lo último tenía su guasa: muy poca gente sabía que Neltha era una dragona, sólo el estado mayor y el equipo que la encontró. Zoichiro no estaba entre ellos, aunque había sido su guardaespaldas desde que llegó al Ícaro y White preferiría estar muy lejos el día que el duk’zarist se enterase de la verdadera naturaleza de Neltha. Pero no podía elegir equipo, así que le ordenó al duk’zarist que le contara lo ocurrido.
Neltha Laglaush había desaparecido mientras se duchaba. Las duchas de la planta superior sólo tenían una entrada, donde Zoichiro había montado guardia hasta que la tardanza de Neltha le hiciera entrar. Los desagües eran muy pequeños. Sólo el conducto de ventilación permitía el paso de una persona menuda. White cogió los planos que tenían de la instalación y fueron siguiendo el conducto. Cerca de los calabozos se encontraron con un Kuro famélico y desaliñado.
—Yo no quería escaparme, teniente, pero se han olvidado de mí. Llevo tres días de más en ese calabozo y tampoco me traían comida —White escuchó sus quejas con su mejor cara de póker, para volverse hacia Zoichiro buscando una explicación.
—Ocurrió mientras usted estaba de misión. Dragunov fue envenenado y las culpas cayeron sobre la mujer de Renaldo, que trabaja ahora en la cocina. Pero la segunda comandante lo descubrió y lo mandaron al calabozo.
—¿Ya no está arrestado? Muy bien, está de misión. Adecéntese un poco y síganos.
Con ayuda de Kuro, más experimentado en incursiones y sabotajes, fueron montando el extraño puzle a partir de pequeñas pistas como manchas de tinta, restos de tornillos fundidos y un butrón excavado en uno de los puestos de artillería de la base, que había sido sellado hacía un par de meses: un elemental oscuro se había aproximado a la base desde el norte. Había pasado varios días en una pequeña cueva cercana, esperando, quizás haciendo reconocimiento. Unas horas antes, convocó a un elemental de fuego, el responsable del butrón. Y de fundir los tornillos de la rejilla de ventilación del cuarto de duchas. Luego, uno de los dos dibujó un sello con tinta alrededor de la ducha que ocupaba Neltha Laglaush. Y la dragona se esfumó. También el elemental de fuego. Las huellas del elemental oscuro, sin embargo, se perdían en las laderas nor-orientales del valle, más allá del límite de los bosques.
La mano de Paolo se posó sobre el hombro de Sassa Ivarsson. Las idas y venidas del comandante, del capitán y de Erstin Ho no habían pasado desapercibidas entre los miembros de la expedición que permanecían sobrios y hubo cruce de miradas interrogativas cuando el ex-inquisidor se llevó a la joven a un aparte.
—¿Puede localizar a Neltha? —le preguntó sin preámbulos.
—Es muy difícil: el valle bloquea los poderes mentales.
—¿Y si no estuviera en el valle?
La joven lo miró sorprendida. Por un momento, pareció que iba a añadir algo, pero hizo un mohín y abandonó el salón, buscando un lugar tranquilo. Se concentró en Neltha y lanzó un ping psíquico modulado a su señal mental. Al instante, recibió un eco de donde no debería estar. Volvió corriendo con Paolo.
—Está a quince kilómetros al norte. Capitán, ¿qué está pasando?
—Es lo que pienso averiguar —Renaldo apareció a su lado con medio pavo chorreante de salsa—. ¿Viene con nosotros, señorita?