La Gran Caída dejó pocos supervivientes en la Atlántida: habitantes de las ciudades que se salvaron ocultos en refugios, alcantarillas y túneles y que ahora debían sobrevivir al ambiente estéril y contaminado de hormigón y acero de las zonas residenciales y los grandes complejos industriales y militares; y refugiados de las tierras altas, de los otrora pueblos turísticos de las montañas, que habían escapado de la destrucción y quema sistemática de las tierras de cultivo y granjas.
Unos y otros, devueltos al neolítico, diezmados por hambrunas y epidemias, envueltos en una cruel lucha por la supervivencia y por el control de los recursos naturales en el que las armas obtenidas de las ruinas significaron la victoria o la derrota durante décadas.
Los habitantes de las ciudades terminaron abandonándolas, ya fuera buscando algo mejor, ya porque fueran expulsados por grupos mejor armados. Llevaban consigo vestigios de la antigua tecnología, consideradas en apenas dos generaciones algo puramente mágico, y con ello consiguieron imponerse a los grupos de las tierras altas más débiles. Urbanitas de nacimiento, el desconocimiento de la vida en el campo les hizo cazadores y saqueadores, obligando a los grupos de las tierras altas a unirse entre ellos o aliarse con los urbanitas para sobrevivir.
Para el segundo siglo tras la Gran Caída, las ciudades eran ruinas vacías, convertidas en un tabú sagrado que sólo rompían osados saqueadores en busca de fortuna. En las tierras altas, pequeños pueblos fortificados vivían de la caza, el pastoreo, la recolección y el ocasional pillaje. La Arcadia no corrió mejor suerte: quedó deshabitada al volverse los elfos supervivientes a las Grandes Llanuras.
La Orden del Conocimiento
Uno de los movimientos surgidos durante la Crisis del Racionalismo fue el de los Revisionistas. Defendían la divinidad de los Primeros Dioses y la validez de las Semillas y que era el hombre quien había errado su camino. Consideraban muy probable que sus antepasados no hubieran sabido descifrar todo el conocimiento existente en las Semillas descubiertas o que incluso hubiera información oculta en algunas de ellas sólo accesible con los conocimientos obtenidos en otras. Por ello se embarcaron en una labor enciclopedista imposible, pues no eran pocas las que se habían perdido o habían sido destruidas. Sus estudios fueron empleados por otros investigadores y empresas para formular nuevas teorías y lograr grandes avances tecnológicos, por lo que el movimiento, pese a ser considerado «excéntrico», cosechó gran fama, reconocimiento y fondos.
Inicialmente fue un movimiento circunscrito a las universidades, pero se fue radicalizando en respuesta a la evolución de los valores de la sociedad atlante, mutando en un movimiento monacal. Poco después del contacto con los elfos financiaron una exploración de las islas flotantes más cercanas con las nuevas máquinas voladoras que habían ayudado a desarrollar. Como encontraron estas islas deshabitadas, fundaron conventos en varias de ellas.
Cuando estalló el conflicto con los elfos las aeronaves fueron confiscadas para asuntos bélicos. Los modelos posteriores se crearon pensando en la carga útil y el blindaje, no en la altitud de vuelo, así que las islas flotantes y sus conventos quedaron olvidadas por los atlantes y desconocidas, por fortuna, por los elfos oscuros.
Tras la caída de la Atlántida estos monasterios fueron el último depositario de su conocimiento. Permanecerían aislados durante décadas, hasta que la curiosidad y la necesidad les llevaron a buscar la forma de abandonar sus refugios y prisiones. El estudio de la causa por la que las islas flotaban en el cielo condujo al descubrimiento de la claudia, a su refinamiento y uso como levitador y propulsante de aeronaves. Con nuevas aeronaves diseñadas en torno a la claudia, los monjes se expandieron, explorando nuevas islas flotantes, visitando las ruinas de la Atlántida y estableciendo contacto con otros pueblos, fundamentalmente humanos y enanos.
Muchos de estos pueblos habían sido golpeados también por los elfos oscuros en los 30 Años de Muerte. Los monjes abandonaron la política de no intervención entendiendo que era culpa suya lo sucedido, como herederos de los atlantes, abriéndose a relaciones comerciales y diplomáticas. Fundaron también monasterios, consulados y factorías y, en general, estuvieron detrás del auge cultural y económico que permitió al mundo recuperarse tras la caída de la Atlántida.
Los monjes de la Orden del Conocimiento mantuvieron un férreo control sobre los conocimientos científicos y tecnológicos, obsesionados por no repetir los errores del Imperio Antiguo. También fueron volviéndose cada vez más religiosos, abandonando el monacato laico de sus orígenes por una forma asfixiante de culto a los Primeros Dioses con conceptos ajenos al culto original como redención, salvación y alma.
Esto provocó una crisis de oscurantismo en la Orden, donde los monjes inferiores eran poco menos que técnicos cualificados y los proyectos de investigación y desarrollo estaban muy controlados por la cúpula de la misma. La creación de un departamento inquisitorial, los Defensores de la Fe, que perseguía la herejía, entendiendo como tal el separarse de los preceptos de la Orden y de las órdenes de sus dirigentes, fue la gota que colmó el vaso.
Una purga inquisitorial que afectó a abades de conventos sitos en territorios extranjeros (casi todos en o cerca de poblaciones enanas) provocó una revuelta interna que desembocó en un gran cisma: muchos monjes, incluso monasterios enteros, abandonaron la Orden.
Los Hombres Libres
El Gran Cisma provocado por las purgas en busca de herejes degeneró rápidamente en un enfrentamiento violento entre los Guardianes de la Fe y los cismáticos. Hubo varios centenares de muertos, quema de conventos y daños en poblaciones cercanas, en gran medida debidos a los Guardianes de la Fe. El rechazo a estas cazas de heréticos fue tan grande que hundió a la Orden del Conocimiento. Casi todos los conventos y monjes abrazaron el Cisma. En las instalaciones en otros países fue algo obligado para evitar la intervención de fuerzas extranjeras.
Los cismáticos se llamaron a sí mismos los Hombres Libres. Entre las principales acciones del movimiento estuvo el devolver el carácter laico a la Orden del Conocimiento. Se mantuvo la estructura monacal y la devoción última y personal a los Primeros Dioses, pero se eliminaron mandatos y reglas de carácter puramente religioso añadidos en los últimos tiempos. Se descentralizó en gran medida la estructura de la Orden, dando más libertad a los abades y a los capítulos de cada monasterio para regirse a sí mismos. También se luchó contra el nepotismo y la endogamia, articulándose las formas de ingreso y de salida de la Orden para facilitar tanto la entrada de personas ajenas a la misma como el abandono de aquellos cansados de ese tipo de vida.
Estas medidas trajeron un renacer culturar sin precedentes desde el auge de la Atlántida. La entrada en la Orden de sangre nueva, deseosa de estudiar, investigar y fabricar, impulsó los proyectos de investigación y desarrollo, apoyados por la nueva organización, más ágil. La salida, voluntaria, en buenas condiciones y sin represalias, de aquellos hermanos cansados de la vida monacal y de estudio benefició también a la Orden, al deshacerse de peso muerto, pero no sólo a ella. Los que la abandonaron se llevaron sus conocimientos. Al integrarse en la vida seglar, ya fuera trabajando para otros o fundando sus propios talleres y fábricas, favorecieron un trasvaso de tecnologías e información hasta entonces monopolio exclusivo de la Orden.
Este auge científico y tecnológico no fue patrimonio de un único pueblo: aunque la Orden siguió siendo humana, muchos de sus ex-miembros terminaron trabajando o vendiendo el fruto de su trabajo a pueblos no humanos. Las Cinco Ciudades enanas fueron las más favorecidas, pero incluso entre los elfos hubo pueblos que experimentaron una evolución sorprendente: las llamadas Naciones del Creciente.
Entre tanto, los Hombres Libres se volvieron un movimiento político. Como suele pasar en estas situaciones, los Hombres Libres originales desaparecieron de la Historia, se quedaron en sus conventos o dirigiendo sus investigaciones. Unos pocos revolucionarios irredentos volvieron al siglo, se unieron a otros revolucionarios de salón y a los trepas y políticos profesionales habituales. Tras unos años de indefinición ideológica, supieron recoger el desencanto religioso provocado por el Cisma y reconducirlo a una búsqueda de las raíces atlantes. Identificando a la Orden del Conocimiento como los herederos de la Atlántida y, por lo tanto, a todos los pueblos humanos donde estaban asentados como atlantes, supieron crear sentimiento de identidad nacional y un movimiento de unión entre esos pueblos. Llevó décadas, pero los Hombres Libres terminaron convirtiéndose en el órgano de gobierno de una confederación de ciudades, pueblos e islas identificadas por los conventos que acogían, lo que se conocería como la Confederación de las Ocho Ciudades y luego como la Confederación Atlante.
Paralelamente, este interés por el pasado atlante unido al creciente grado de alfabetización de la sociedad, daría nacimiento a la arqueología como ciencia y al estudio de los antiguos enclaves atlantes, de su historia, más allá de las leyendas y, finalmente, a la exploración y estudio de la propia Atlántida, sembrando las raíces del futuro Segundo Imperio.