Hace más de dos años que no veo a mi orquesta. Este sábado pasado pude ir a ver a una orquesta y, así, por lo menos, quitarme algo del mono que tengo. Era la Orquesta Joven de Andalucía, bajo la dirección de Lorenzo Ramos. No esperaba gran cosa, la verdad, pero el rígido y aburrido Mendelssohn de la primera parte casi me hizo desear el haber dedicado la noche a actividades más interesantes, como las sombras chinescas o la contemplación del viento en las ramas del árbol que tenemos delante de casa.
Sin embargo, tras el descanso se soltaron, quizás vencido el miedo escénico, quizás porque la llevaban mejor preparada, quizás porque empezaron a divertirse o porque los cambios en la alineación fueron los precisos, pero La Pastoral de Beethoven sonó preciosa. Viento, que en la primera parte habían estado perdidos y a destiempo, aquí lo bordaron, empezando por un soberbio y cristalino oboe. Y los cellos, ronroneando como un motor bien ajustado… ¡Ah, qué delicia! Me encantan las orquestas.
Y hubiera sido una buena noche… pero estaba el batería. Tiene alma jazzista, el muchacho. Pero no ha encontrado sitio en un grupo de jazz porque se emociona demasiado. Con el heavy, metal, y similares tampoco tuvo fortuna porque se desmelenaba demasiado. Así que probó con la clásica. Pero como la batería es algo harto extraño en una orquesta, se pasó al contrabajo.
También debía tener algo de carpintero en su acervo genético, el muchacho. Cierto es que el arco del contrabajo tiene cierto parecido con un serrucho, pero dudo mucho que haya contrabajo o arco que se merezca semejante tratamiento. Por no hablar de los golpes al cuerpo ni las hostias al pobre mástil. Y eso, dejando de lado el crujir de la silla, el zapateado semirrítmico y otras lindezas por el estilo.
Pero hay que reconocer que es un chaval afortunado. No sólo tocó como solista de contrabajo esa noche, sino que sobrevivió para contarlo. Y eso, teniendo en cuenta la nochecita que nos dio y el mal humor que provocó a mis compañeros de velada, eso, como digo, fue tener mucha, mucha suerte.
Creo que si le hubiese ocurrido un «accidente», nadie hubiese llorado su pérdida. No, su madre tampoco hubiera llevado flores al funeral y el ataúd estaría cerrado (y remachado por si acaso).