La expedición Reed

Los desiertos de Salazar son reacios a revelar sus secretos. Si bien los mercaderes de Gabriel parecen no tener problemas en conseguir las preciadas plumas del Oasis de las Aves, las expediciones científicas se ven abocadas a un destino más incierto. De la expedición Lunzberg, dos de sus miembros estaban oficialmente muertos (por dos veces), Nordim y Ström, y por el pellejo del resto nadie daba una pieza de cobre. La expedición Jones no había corrido mejor suerte: tras sufrir un ataque de una partida saada, sólo la suerte de Sassa y su criada Mira nos es conocida.

El día uno de enero de 989, en la sala de oficiales del destrozado Fuerte Nakhti, se habló del destino de otra expedición, treinta años atrás, que parecía ser el origen de las extrañas aventuras vividas en el fuerte en las últimas semanas.

La expedición Reed estuvo formada por la habitual mezcla de profesores universitarios, alumnos de postgrado y aventureros de medio pelo. Con la misión de cartografiar y explorar cierto sector al norte de Fuerte Nakhti que hasta los nativos eludían, contó con el apoyo del ejército imperial en forma de una escolta comandada por el joven teniente Deschamps. Encontraron y cartografiaron parcialmente un árido macizo rocoso cruzado por un laberíntico sistema de desfiladeros y cañones.

Y en el centro, una gran explanada, como un cráter. Y en su centro, un túmulo. Y en el túmulo, una tumba. Reed, su ayudante, un joven estudiante llamado Grezbuln, y el teniente Deschamps entraron en la tumba. Cuando sus compañeros, preocupados por su tardanza, fueron a por ellos, sólo lograron sacar con vida a Grezbuln y al teniente, ambos inconscientes. Reed estaba muerto y el soldado que intentó llegar hasta él también murió. Los encontraron en una amplia cámara cuyo suelo, salvo una estrecha franja junto a las paredes, estaba cubierto por baldosas de distintos colores. Reed era el único que estaba en las baldosas y el soldado murió al pisar en ellas.

Deschamps salió de la cámara muy enfermo. Grezbuln también enfermó, aunque de forma más leve. Y pronto les seguirían todos los que habían bajado a socorrerlos, así que recogieron el campamento y volvieron rápidamente al fuerte.

El doctor entró en nuestra historia poco después. Formaba parte del relevo de la guarnición de Fuerte Nakhti, como nuevo oficial al mando. En Fuerte Blanco, en el limes estigio, se encontró con la escolta que Fuerte Nakhti había dado a la expedición Reed, que volvía a casa. Uno de los soldados había muerto de una extraña y fulminante enfermedad. De boca de sus compañeros supo la historia de la tumba y que el soldado fallecido era uno de los que habían bajado a la misma. Es más, parte de la escolta había tenido que quedarse en el oasis de Ain Asil, a medio camino, porque otro de los soldados, el cabo Flanagan, había caído igualmente enfermo. El doctor, todo un coronel de la Orden del Cielo destinado allí hasta que se olvidara cierto asuntillo que no viene al caso en esta historia, comprendió que la enfermedad no era natural. Que Flanagan se recuperase milagrosamente en cuanto volviera a adentrarse en Salazar sólo confirmó sus sospechas.

En cuanto tomara el mando del fuerte, puso en cuarentena al teniente Deschamps y todos los soldados que pisaron la tumba, prohibiéndoles abandonar el fuerte. A continuación, visitó la tumba para intentar conocer el mal al que se enfrentaba, sin resultado. Iría luego al sur, hasta el hogar de los Caminantes de la Muerte, en busca de respuestas y una cura, pero sin mucho éxito. También recurrió a sus contactos, con el mismo resultado: fuera cual fuera el origen de la extraña enfermedad o maldición, no había cura. Sus síntomas eran fiebres intermitentes, pesadillas y la muerte segura si intentaban abandonar Salazar.

El doctor usó toda su influencia para garantizar que ni él ni el resto de infectados fuesen obligados a abandonar el desierto. Con el tiempo, renunciaría a su empleo militar, quedando como simple médico militar y dejando el mando del fuerte en las manos de Deschamps, el que más tiempo pasó en la cripta y el que en peor estado se encuentra, empeorando ostensiblemente en el último año y medio. Aparte de ellos dos, los sargentos Flanagan y O Flaherty son los únicos supervivientes de los militares que bajaron a la cripta. Condenados a permanecer en el fuerte mientras el resto de sus compañeros vuelven a la civilización relevo tras relevo.

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