El rey Madog

Tras la muerte del rey Arturo y la ruptura del Pacto del Dragón, la Britania mágica se desvaneció en cuestión de décadas. A la vez que se veían desprovistos de su mundo, los nephilim británicos hubieron de hacer frente a la invasión sajona y, lo que fue mucho peor, a una guerra secreta sólo comparable en su virulencia a la caída de Akhenatón y la Retirada del Valle de los Muertos. Los seis orgullosos reyes nephilim, llamados a ser la esperanza de su pueblo, sufrieron dispar suerte con un final similar: la desaparición de sus reinos de la Historia.

El rey Klingsor, muy debilitado después de su enfrentamiento con la Doncella de Hielo, no aguantó la merma de poder que supuso el fin del Encantamiento de Britania y se disipó con su reino. El Rey Pescador desapareció en los Yermos, con sus tierras y vasallos. El rey Balor, de los fomorianos, lo tuvo más fácil: sus tierras estaban más próximas a Irlanda que a Britania, así que pudo atarlas con fuerza al Otro Lado irlandés y así salvarlas. Tan grande fue el esfuerzo que hizo que permanece en letargo desde entonces.

Los reyes sobre los hombres, Custennin, señor de Celyddon, y Malahaut, tampoco resistieron por mucho tiempo. El primero se desvaneció un día. Hay quien dice que, anciano como era, alcanzó el agartha. Otros, que dejó estas tierras muertas en busca de un nuevo destino. Los menos, que corrió la misma suerte que Malahaut, terminar sus días como homúnculo de los Hijos de Judas.

Madog, el orgulloso rey del Bosque Salvaje, señor de Este y del Otro Lado, con sus vasallos humanos y nephilim, resistió. Usaron poderosos sortilegios y rituales y el constante sacrificio de sus almas para mantener la poderosa capital del reino como faro para todos los de su raza. Pero las bajas se convirtieron en una constante sangría imposible de parar. Hasta los Cinco Hermanos cayeron y no quedaron suficientes nephilim para mantener abierta la ciudad.

Si por el rey hubiera sido, hubiera buscado la muerte en la batalla. Pero había hecho una promesa a la Doncella de Hielo: debía proteger y guardar Excalibur hasta que llegara el momento. Por eso dijo adiós a sus tierras y se retiró a Irlanda. Allí vivió como un ermitaño, amargado, huyendo de él mismo. Las razzias vikingas y su amor por la batalla apaciguarían algo su espíritu y, cuando los Guardianes del Grial acudieron en busca de Excalibur, el viejo rey se dejaba ver en los salones de los Dé Danann.

Como si la espada fuera el ancla que lo ataba a este mundo, Madog desapareció después de aquello. Hay quien dice que se reunió con los grandes reyes, con Custennin, con Arturo, con el Rey Pescador, esperando en Avalon que alguien forje de nuevo el Pacto del Dragón y renazca el Reino del Verano. Hay quien dice que su espíritu, marchito, se dejó arrastrar por las corrientes de ka y vaga eternamente buscando su reino perdido. Y no faltan las voces que afirman haberlo visto, solo o en compañía de míticos nephilim como el León Verde.

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