Conozco pocas ambientaciones de fantasía que incluyan armas de fuego. Le quita «ambiente». Los cañones son más baratos que los magos y se cansan menos. Si entran en juego fusileros, las armaduras que tanto gustan a los jugadores pierden utilidad (en teoría, porque puede que las reglas del juego no contemplen características especiales de las armas de fuego sobre, digamos, una buena ballesta). Más allá, si nos pasamos de rosca y dejamos demasiado atrás nuestra ambientación tardo-medieval, surgen otros problemas. Podemos perder de vista la seguridad de la ambientación medio-medieval a la que estamos acostumbrarnos e introducirnos en ambientes wargameros realmente raros, donde un dragón es un tío a caballo y no un bicho grande con un aliento peligroso. Bueno, el tío a caballo también puede tener un aliento peligroso, pero no iba por ahí.
¿A qué viene toda esta tontería? Pues pasa que a veces dejo que mi mente vague siguiendo cualquier idea peregrina. Y, en este caso, el tema elegido fue la presencia de armas de fuego en Gaïa, el mundo oficial de Ánima.
Con artillería, estos preciosos castillos quedan obsoletos
Cuenta el manual que las armas de fuego tienen poco más de un siglo. Y en ese tiempo ya han evolucionado de primitivas bombardas y cañones de mano a arcabuces, cañones e incluso pistolas. Todo un avance en un siglo sin grandes guerras donde todo el mundo conocido está bajo el mismo gobierno. Vale, en el manual de Gaïa y en el básico se comenta que el emperador loco, Lascar, declaraba guerras sin sentido. Como en la historia de cada principado del Antiguo Continente no encontramos referencias a estas guerras, cabe concluir que eran, efectivamente, guerras sin sentido (contra las nubes, contra los ruidosos grillos…). Esto creo haberlo dicho: la ambientación general de Ánima está muy bien, con sus tramas, historias y personajes, y la ambientación local, representada por las descripciones de principados y países, también. Pero la unión entre ambos no es tan fluida como debiera.
Hay que tener en cuenta que un Imperio no se mantiene tropecientos siglos, incluso sin amenaza exterior, sin un ejército puntero. Cabe suponer que el desarrollo de las armas de fuego iría con un top secret bien grande, con laboratorios y centros de investigación bien ocultos, proyectos negros y buenos científicos e ingenieros contratados. Todo ese estudio y desarrollo chocaría con dos puntos que frenarían su evolución. A saber, la falta de un enemigo claro (como en el caso de la Guerra Fría) y la falta de guerras. Dejando de lado las Guerras Invisibles de Lascar, el primer enfrentamiento serio con presencia de artillería y armas de fuego tuvo que ser la toma del Castillo del Ángel durante el golpe de estado del futuro emperador Elías Barbados: el enfrentamiento entre la guardia pretoriana del emperador, su Orden del Cielo, y las tropas especiales que el entonces señor de la guerra habría tomado de la crème del grupo de ejércitos norte.
La delicada posición inicial de Elías Barbados como emperador llevaría a una carrera armamentística sin igual, provocada por la necesidad del nuevo emperador de mantener el poder y la cohesión del Imperio, los preparativos de los principados díscolos para seguir su propio camino y la prudencia de los demás ante los tiempos difíciles que se antojaban en el horizonte. Lo más probable es que en la toma del Castillo del Ángel se hiciera uso de bombardas y culebrinas como artillería y cañones de mano disparados por botafuego (como los que salen en La princesa Mononoke, para entendernos). Estas armas evolucionarían en las tres décadas siguientes para llegar al nivel que conocemos: los cañones de mano mutarían en arcabuces al mejorar la fabricación del cañón y la calidad de la pólvora, proporcionando mejor precisión, alcance y pegada; la creación de un mecanismo de disparo derivado del disparador (el gatillo, para entendernos) de las ballestas, que usaría un serpentín y una mecha de combustión lenta, facilitaría su manejo. Las bombardas primitivas habrían dejado paso a cañones más evolucionados con el uso de balas de hierro, metralla y la aparición de diversos tipos de proyectiles especiales. Quizá también podamos hablar ya de morteros y, en un futuro no muy lejano, de carronadas y obuses (N del A: un mortero es un cacharro de cañón corto para disparo con una gran inclinación vertical; un obús tiene el caño más largo que el mortero, pero más corto que el cañón y dispara con menos elevación que el mortero pero más que el cañón: ambas son armas, sobre todo, de sitio; la carronada es un cañón naval de caño corto y grueso calibre, más ligera que un cañón del mismo calibre pero de menor alcance).
¿Algún ingeniero se le ha ocurrido ya esto?
Otro cantar serían los cambios de mentalidad militar necesarios para usar estas nuevas armas. Hay un buen ejemplo en la invasión de Francia de la II Guerra Mundial, cómo un bando sabía usar sus armas y cómo el otro, no.
El primer enfrentamiento moderno fue, sin duda alguna, la operación de castigo a Remo ordenada por Eljared. En el libro se dan unas fechas inverosímiles (una semana desde que dio la orden), imposibles para un ejército sin tropas mecanizadas y aerotransportadas. Sólo la movilización de las tropas imperiales y su traslado desde sus cuarteles en el norte o en Togarini hacia Remo habría llevado bastante más de esa semana, aunque la campaña propiamente dicha es muy posible que no durara mucho más.
El ejército imperial habría estado equipado con artillería de campaña y arcabuces y sus tácticas estarían diseñadas en torno a su uso. Remo, un estado en decadencia, tendría un ejército «clásico» medieval, con algo de artillería defensiva en las fortalezas. En campo abierto sus líneas habrían sido machacadas por la metralla y el fuego de fusilería. La caballería pesada habría sido diezmada antes de entablar contacto con el enemigo. La infantería habría sido duramente castigada por unos proyectiles casi invisibles que mataban y mutilaban con gran eficacia entre un ruido ensordecedor, el pánico se habría extendido, rompiendo la formación y, ya se sabe, infantería que se abre, caballería que la escabechina… La campaña también enseñaría que las fortificaciones clásicas quedan obsoletas con la llegada de la artillería y los zapadores con explosivos.
Lo que no recuerdo haber leído es de dónde eran las tropas que Eljared mandó a Remo. Se lo ordenó a Tadeus Van Horsman, señor de la guerra de la zona norte, lo que parece indicar que las tropas enviadas serían de sus ejércitos. Este tema no es baladí: son las únicas tropas de Gaïa con experiencia real en este tipo de guerras. Que permanezcan en el Imperio de Elisabetta o estén entre las unidades de Gaul puede decantar la Historia en uno u otro sentido.
En estos momentos, de guerra fría entre lo que queda del Imperio y la Alianza, nos encontramos con ejércitos similares, ya que ambos se nutren del ejército imperial que ha quedado en su lado. Tal y como se indica en el libro, artillería en número decente y fusilería que, tras el ejemplo de Remo, se antoja escasa. Los ingenieros deben estar echándolo todo en el desarrollo de las armas, como aumentar el calibre creando los mosquetes o intentando sustituir la mecha por otro sistema más seguro, y los fabricantes estarán desbordados. En ambos lados tendremos ejércitos modernos, donde el arcabuz y la ballesta son el núcleo de los proyectiles, la infantería tire de picas y el equivalente a los tercios sea la última moda.
Si ignoramos los intentos de conseguir cosas como golems de combate y armamento tecnomágico, sólo nos queda saber si hay ingenieros como Vauban. Si la ingeniería de fortificaciones no está a la altura y no empieza a producir muros bajos, terraplenes, bastiones poligonales, revellines y otras maravillas de la técnica, una posible guerra entre la Alianza y el Imperio se resolverá con un par de batallas a campo abierto y ciudades y fortalezas que caen en pocos días con sus orgullosas murallas deshechas.
Fuera del binomio Imperio-Alianza, tenemos un caso curioso de uso confirmado de armas de fuego: Gabriel. Digo curioso porque se menciona el uso de pistolas en duelos. La pistola es un arma de caballería, por lo que su uso en duelos indica un uso habitual en unidades montadas que se ha trasladado a la sociedad (a la alta sociedad, vale, pero a la sociedad). Así, tenemos caballería que ha dejado la lanza por la pistola y el sable o el arcabuz y el sable: unidades de dragones dispuestas a dar bien por saco. La caballería ligera gabrelense sería, ahora mismo, la más avanzada del mundo. Está por ver que la infantería y los estrategas acompañen.
Una ciudadela de los tiempos inmediatamente posteriores a la Guerra de Dios (arriba derecha), una ciudad que creció extramuros y ahora se protege con las nuevas murallas. Badajoz nos sirve de ejemplo: bastiones, fuertes de avanzadas… Incluso un puente protegido por un hornabeque que comunicaba con uno de los fuertes.
En otra división juega Lucrecio. El factor Lucanor desestabiliza cualquier intento de enfocar el asunto lógicamente. Lucanor será un personaje importante de la metatrama de Gaïa y su autor le tendrá todo el cariño del mundo, pero para el máster de a pie es un grano en el culo mucho peor que Elminster. ¿Han encontrado métodos de disparo más eficaces que la mecha? ¿Hasta dónde han llegado? ¿Rueda, chispa, percusión, incluso? ¿Se han trasladado estos avances a la fabricación en serie de armamento y el equipamiento de las tropas? Pero, además, hay otro factor a tener en cuenta: sin duda, algún ingeniero ha pensado en las posibilidades bélicas de los dirigibles que fabrican y estarán desarrollando bombas de lanzamiento aéreo. Por otra parte, algún ingeniero vecino, también sin duda alguna, estará intentando explicar el concepto de arma antiaérea a sus superiores.
Aparte de los mencionados, sólo tres estados más tendrían capacidad para desarrollar armas de fuego competitivas: Phaion, claro está. Y el Kushistán, por raro que nos parezca: si quiere mantener su independencia, no le queda más remedio que unirse a la carrera armamentística, aunque sea comprando primero a Gabriel y Phaion, copiando esos diseños para crear su propia industria y luego desarrollar sus propios ingenios. Y Lannet, porque Ran es preciosa. Un mundo extraño este que tenemos entre manos.
Y todo esto, ¿tiene alguna utilidad en una partida?
Bueno… No mucha, salvo que tengamos pensado meter a los pjs en un campo de batalla. Puede servir para que los jugadores tengan presente que un punto de luz en la noche puede no ser un cigarro. Pero la parte que atañe a las fortificaciones sí es más interesante. Nos permite cambiar el escenario de algunas aventuras, ofreciendo un entorno distinto que seguramente descoloque a los jugadores (bueno, salvo que sean jugadores habituales de El capitán Alatriste, claro). Las fortalezas antiguas, las ruinas que saqueen, los castillos perdidos de la mano de Dios seguirán teniendo el formato habitual (torres huecas, murallas altas y almenadas, quizá barbacana, quizás torres murales), al que están acostumbrados y saben cómo enfrentarse.
Pero una fortaleza nueva o una ciudad recién amurallada, con esos muros bajos e inclinados, fosos tremendamente anchos, esas formas poligonales sin apenas puntos ciegos por donde aproximarse, la existencia de fortificaciones de avanzada…