Os recuerdo que esta aventura es una adaptación del módulo Lágrimas de Juan Miguel Mancheno Chicó para Akelarre, que podéis leer aquí. Para entender bien lo que sucedió os aconsejo echar un ojo al módulo original, teniendo presente que aquí estamos cien años antes y el Temple aún existe.
Así pues, la noble occitana Indie de Axat (Pírixis), con su dama de compañía (Yaltaka), un viejo teólogo como preceptor (Menxar) y un criado que parecía veterano de varias guerras (el fénix) se sumaron al banquete de bodas del barón Sancho con la joven Oxtatxu. Disfrutaron de la comida y la bebida, después de semanas de vagar de aquí para allá, y vieron casi en primera la entrada de la sorguiña, una vieja elfa que vivía como bruja entre los humanos, recordando quizás viejos (muy viejos) tiempos y pactos ya olvidados… Su ataque verbal a la nueva señora del castillo fue de los que hacen época:
—Cuídate, Sancho de Landarria. Cuidaos todos porque los demonios acechan la ocasión de hacer el mal. En los ríos se agitan las Ondinas, el Gaueko recorre los senderos olfateando sangre, el Aralar y el Agote danzan entorno a la vieja Mandrágora, y la Dama de Amboto viaja por el cielo en su Carro de Fuego. Estas son las señales. ¿Y quién es responsable de tanta agitación? Cuidaos, euskaros, porque esta noche está entre vosotros —Una pausa dramática, para dejar que la gente se santigüe, gima, tiemble, piense… Una no llega a mujer sabia, bruja o dama del lago sin saber estas cosas—. Oxtatxu de Bureskunde, maldito sea el demonio que te engendró, maldita seas tú y maldito tu amo Agaliaretph.
¿Oxtatxu? Los Guardianes del Grial se giraron hacia ella, una vez consiguieron que alguien les tradujera el discurso de la sorguiña y la miraron largamente en visión-ka. Pues no, humana, sin nada de especial. Ni siquiera Yaltaka sintió algo raro. Anotaron mentalmente ir en busca de la sorguiña al día siguiente y preguntarle a qué se refería, porque, mientras ellos conseguían traductor, miraban y remiraban, la joven dama Oxtatxu había contestado con palabras también muy feas, el barón había gritado mucho y a la sorguiña la habían echado a patadas del castillo.
La verdad es que la historia había intrigado al grupo. Las indagaciones que hicieron durante el resto del banquete y la noche no dieron ningún resultado concluyente: unos apuntaban a la sorguiña como malvada bruja, otros a la dama Oxtatxu. El que más y el que menos tenía cuñada, primo segundo, tonto del pueblo o cabra que había sido afectado por las hechicerías de una u otra. Que la dama fuera humana les descolocaba totalmente, aunque el nombre de Agaliaretph le sonaba a Pírixis de investigaciones pasadas. Al día siguiente, cuando aparecieron restos de brujería barata (sello de sangre, cabeza de gallina negra…) y todos acusaron a la sorguiña, los Guardianes no pudieron evitar preguntarse a qué narices jugaba la vieja elfa. ¿Chocheaba? ¿Cabezología? Los intentos de hablar con ella fracasaron porque había desaparecido. El barón, cada vez más cabreado, organizó una partida para ir en su busca, guiados por un cazador que afirmaba verla visto internándose en el bosque. Los Guardianes, tras breve conciliábulo, decidieron sumarse a la partida, por una parte intrigados y por otra para proteger a un hermano nephilim.
Los bellos bosques navarros
El cazador resultó ser algo miope y con tendencia a perderse, pero en el bosque encontraron cacería en abundancia y, ¡oh, extraños hados!, ¡oh, juguetona Fortuna!, los restos antiguos de una emboscada: restos de lobos enormes, caballos y seres humanos. También un cáliz y una cruz de plata, que Pírixis reconoció como objetos consagrados, y bien consagrados. Y en medio, apenas sobresaliendo del humus, una espada extraña con el antiquísimo sello del Faraón (el primer nombre del arcano el Emperador). Por si la vieja espada prometea y el sello no fueran suficiente, en visión-ka era reconocible el ka aprisionado de Uzbia y la media carga de la estasis. Mientras la joven noble y el teólogo alababan las reliquias cristianas, distrayendo al barón y sus hombres, Yaltaka hacía desaparecer la espada con sonrisa triunfal.
La excursión se complicó cuando, al caer la tarde, oyeron al cazador gritar ¡Gaueko, gaueko! Bueno, no lo complicó eso, sino que, de verdad, había un gaueko, que resultó ser un khaiba de tierra con forma de gran lobo y con la capacidad de invocar guerreros fantasmales que tuvo al grupo ocupado mientras el bicho se zampaba al pobre cazador y, de paso, ahuyentaba a los caballos.
Desaparecido el bicho, desaparecido el cazador, desaparecidos los caballos y el sol, al grupo no le quedó otra que buscar un lugar para pasar la noche y reunir leña para un buen fuego. Era un otoño frío y los lobos aullaban cerca. Pero la noche fue fuente de problemas.
El primer problema lo dio otro khaiba, esta vez de agua: Rigios, la ondina salida, que habitaba en una cueva cercana a donde habían acampado. Rigios intentó hechizar al hombre de guardia del grupo, para llevárselo al huerto, pero tuvo mala suerte (nadie dijo que tuviera muchas luces) y eligió a Menxar, también ondina, que se resistió sin problemas a su magia de agua. Pero no se resistió a los hermosos ojos de Rigios, ni a su perfecto busto, y la siguió hasta la vera del regato. En plena faena, aún siendo un hydrim, Menxar no pudo evitar caer bajo el influjo de Rigios: cuando lo encontraron al día siguiente, empapado y embarrado, no recordaba nada de lo sucedido.
El segundo problema lo dio el fénix, que decidió que eso de recibir leches sin protección no iba con él y aprovechó su guardia para invocar las poderosas corazas de fuego. La invocación, para los que no la conozcan, es una armadura tan cantosa como la de Drácula en la película de Coppola y, por supuesto, llamó la atención del barón, sin que las explicaciones del fénix (Me la encontré) fueran muy convincentes.
El nuevo día fue peor que el anterior: no fueron capaces de encontrar el camino de vuelta. Los nephilim sospecharon de algún tipo de magia, quizás inherente al propio bosque, e intentaron usar sus habilidades para, por lo menos, llegar a algún sitio. Los lobos y el dichoso gaueko los seguían, sin duda esperando a la noche. Los conjuros de detección les indicaron la presencia de un plexus o un nexus poco potente y hacia allá se dirigieron. No llegaron hasta el caer de la noche, encontrándose con las ruinas de alguna antigua ermita o iglesia, y tuvieron que rechazar un feroz ataque de los lobos para poder alcanzarla.
En la ermita vivía un ángel del arcano del Ermitaño, que les contó dos historias. La primera, para los oídos del barón y sus hombres y la segunda, más cierta, para los nephilim: la zona era un importante núcleo telúrico, con este nexus y varios plexus repartidos entre las montañas y los valles, que atraía a khaibas y efectos-dragón desde tiempo inmemorial. El nexus había sido consagrado siglos ha por alguna tribu local, controlando la influencia de los seres sobrenaturales y permitiendo a los hombres y a los nephilim habitar las tierras. Con el paso del tiempo, el Ermitaño había redescubierto el nexus y lo había vuelto a consagrar usando reliquias cristianas. Sin embargo, las criaturas sobrenaturales se habían ido volviendo más activas, poderosas y perversas con los años, como si hubiera un poder oscuro detrás de ellas, obligando al anterior responsable a dejar la ermita. Lo último que se sabía es que iba a intentar realizar un rito de consagración más poderoso con ayuda de otros nephilim, pero jamás lo hizo. Los Guardianes entregaron entonces el cáliz y la cruz al ermitaño, quien preparó, con ayuda de Pírixis, un ritual de purificación y consagración en forma de misa.
Los khaibas no renunciaron a conseguir el nexus, pese al ritual. Rigios usó su influencia sobre Menxar para intentar que la ondina matara al ermitaño durante la noche, pero sus compañeros lograron detenerlo y disipar los conjuros de Rigios. Fallado este intento, no les quedó más remedio que retirarse a las profundidades del bosque, conforme el rito de consagración hacía su efecto, trayendo algo de paz al bosque.
Gracias a esto, el grupo, con el barón al frente, fueron capaces de volver al castillo, donde extrañas cosas habían sucedido en su ausencia. Pero los Guardianes las ignoraron, pensando como estaban en la espada de Uzbia, que habían dejado en el nexus al cuidado del ermitaño, para que se recargase. Así, aceptaron sin dudar el ofrecimiento del barón de invernar en sus tierras y el incendio del caserío de Bureskunde y la aparición del cadáver del caballero Robert de Vincio, terriblemente mutilado, les pasaron casi desapercibidas. También es cierto que tenían otro problema encima: el cura del castillo acusaba al fénix de llevar una armadura demoníaca, de ser un demonio y de mil cosas más.
Para conjurar el peligro, los Guardianes se vieron obligados a secuestrarlo, suplantarlo (ese maravilloso conjuro que Pírixis había empleado más de una vez desde que Merlin se lo enseñara en Tintagel), hacer que se disculpara y, tocado por Dios, se retirara al bosque como ermitaño para ayudar a su colega, donde moriría presa de las fieras.
El invierno pasó más o menos tranquilo. Si lo hubieran pensado con calma, parecía que el bosque contenía la respiración, esperando algo. En el castillo, el embarazo de Oxtatxu se hizo evidente, así como el loco amor que sentía su marido por ella. También como los principales hombres del barón parecían, desde la expedición de este por el bosque, más fieles a la señora que a él. Los Guardianes, por su parte, estaban poco tiempo en el castillo. Preferían ayudar en la reconstrucción de la ermita, para tener vigilada la espada de Uzbia o pasar el rato en el pueblo, para evitar despertar nuevas sospechas al barón o sus hombres. Y el mundo siguió, pasó el invierno y con la primavera todo estalló.
Tras la máscara
Oxtatxu era un nephilim. Una vieja conocida de los Guardianes del Grial, de hecho: Nerrad, la Emperatriz. Morgana, Reina del Aire y las Tinieblas. La época de Arturo había acabado mal para ella, no sólo por la muerta de su hijo Mordred. Había terminado sabiéndose que ella había eliminado a Allon en París en 493 y a Asgareth en Londres en 530, por lo que se había convertido en una paria, expulsada de su arcano y perseguida por la Justicia. No se sabe qué relación tenía con Ephram ni desde cuándo se conocían, pero el pretor francés había recurrido a ella para quitar de en medio a Uzbia, dando la razón a las teorías conspiratorias de Ethiel. Nerrad, gracias a la información dada por Ephram y por sus propios contactos en la Emperatriz, había seguido a Uzbia hasta la sierra de Andía, donde, usando a las criaturas del bosque, tendió una emboscada al Pater Imperator y a su grupo cuando acompañaban al ermitaño hacia el nexus. La emboscada tuvo éxito en parte: Nerrad perdió su simulacro y tuvo que encarnarse en un animal. En el proceso perdió la consciencia de sí misma y estuvo a punto de convertirse en un khaiba.
Fue salvada por Agaliaretph, un efecto-dragón de inenarrable poder, uno de los grandes señores elementales de la antigüedad y entró a su servicio, a cambio de poder y de la promesa de éste de acabar con el mal que la devoraba. Agaliaretph necesitaba un niño de noble cuna en el que encarnarse para extender sus dominios por todo el norte de la Península. Para dárselo, Nerrad tomó como simulacro a la joven Oxtatxu y enamoró al barón Sancho. Para evitar ser detectada por la sorguiña o el ermitaño o cualquier otro nephilim que pasara por allí, se lanzó sobre sí el conjuro de Gran Secreto La capa de la Luna, que le hacía totalmente indetectable en visión-ka.
Por desgracia, el conjuro también la hacía incapaz de percibir los campos mágicos, esto es, usar su propia visión-ka. Por ello, no fue capaz de detectar la presencia de los Guardianes del Grial hasta que el fénix se presentó con la armadura invocada. Asustada, intentó quitárselo de encima usando al sacerdote, pero falló. Luego, todo se estabilizó: los visitantes pasaban poco tiempo en el castillo y no parecían interesados en ella, mientras que el poder del bosque había disminuido por culpa de la ermita y el ritual. Estando así las cosas, Nerrad decidió estar a la defensiva, intentando no llamar la atención, hasta dar a luz al niño. Con suerte, para entonces el nephilim de la armadura y sus compañeros se habrían ido, tal y como parecía ser su intención.
Sin embargo, todo se torció de manera dramática tanto para ella como para los Guardianes por culpa de un pequeño fleco que había quedado suelto: el escudero del caballero Robert de Vincio. Nerrad había mandado a una criatura, posiblemente un khaiba, a matar al caballero. El escudero fue testigo, pero logró huir y llegar hasta el hermano de Robert, Manuel, un caballero templario. El escudero llegó medio muerto de terror y no era muy coherente, pero a Manuel le bastó para entender que un nephilim había matado a su hermano con una invocación. Ciego de ira, movió Roma con Santiago para conseguir autorización y medios para marchar sobre Echauri. En primavera, a la cabeza de una poderosa fuerza templaria formada por cinco caballeros con sus escuderos, una docena de sargentos y un hermano mago, junto con un puñado de caballeros seglares contratados. Llevaban consigo dos poderosas armas de auricalco, una de las cuales podría matar al fénix o a Menxar de un solo golpe (POT 22), y otras dos armas menores.
Dieron con los Guardianes en el pueblo y el hermano mago, con sus rituales de detección, los identificó. Los templarios cerraron filas y cargaron, ante la sorpresa de los paisanos. Los nephilim dudaron unos instantes terribles entre hacerles frente o refugiarse en el castillo y, cuando se decidieron, dejaron a Pírixis sola frente al enemigo. Pese a su pericia con las armas, no pudo evitar que Manuel de Vincio la alcanzase con el pesado mandoble de auricalco, desgarrándola dolorosamente en su propia esencia. Allí hubiera muerto o sido capturada de no ser por el fénix que, ignorando el peligro, volvió a grupas y obligó a los templarios a retroceder, ganando el tiempo necesario para coger a Pírixis, subirla a su caballo y llegar con ella al castillo.
Si los templarios se hubieran contentado con los Guardianes del Grial, el barón los habría entregado sin resistirse, pero Manuel buscaba venganza y pidió también que le entregaran a Oxtatxu. El barón, como no podía ser de otra manera, lo mandó a paseo de malos modos y se aprestó a la defensa. Por muchos templarios que fueran, un castillo es difícil de tomar sin infantería y equipo de asedio.
Pero Nerrad se dejó llevar por el pánico. En esos momentos estaba sin el conjuro de la capa de Luna, puesto que la noche anterior había sido luna nueva. Desde sus aposentos vio a los nephilim y los reconoció, y supo que le sería imposible lanzarse el conjuro con ellos en el patio sin que Pírixis o Yaltaka se dieran cuenta. Era cuestión de tiempo que los Guardianes percibieran su presencia. Era cuestión de tiempo que los templarios despachasen la escasa guarnición del castillo. Todo se había ido al traste…
Nerrad invocó unas pocas criaturas para crear el caos. La invocación fue sentida por los otros nephilim, pero antes de que llegaran a los aposentos de Oxtatxu las puertas de la torre saltaron por los aires y la quimera negra forzó una salida cubierta por el caballero Manuel Pérez y otros tres soldados, a los que dominaba. Los Guardianes vieron que la señora era un nephilim, pero no pudieron reconocerla con el jaleo. Aun así, intrigados y sorprendidos, decidieron seguirla. Bueno, y también porque, rotas las defensas con la distracción de Nerrad, los templarios estaban entrando en el castillo y se imponía un avance rápido hacia posiciones estratégicas de baja visibilidad. Aprovecharon también el caos de Nerrad para abrirse paso y ganar el bosque. Allí perdieron unos minutos en despistar a los templarios, pertrecharse de armas y armaduras, sobre todo armaduras, curarse y reflexionar un poco sobre la presencia de un nephilim en Oxtatxu, lo que permitió que un grupo de templarios les adelantase en la persecución de la nephilim.
Por suerte para ellos, porque el bosque, bajo el dominio de Agaliaretph, defendió la huida de Nerrad y fueron los templarios los que se comieron el grueso de la lucha. Cuando los Guardianes llegaron, siguiendo el rastro de muerte, al monte Laurri, los últimos defensores del bosque salvaje luchaban contra los últimos templarios frente a un tosco dolmen. Los nephilim vieron la situación y pasaron por encima de templarios, khaibas y efectos-dragón usando sus armas, conjuros e invocaciones. Pírixis fue la primera en entrar en el dolmen, encontrándose con que la señora ya había parido, con ayuda de la magia, e interrumpiendo el ritual que debía permitir a Agaliaretph encarnarse en el niño. Nerrad, cuando la vio entrar, gritó con furia:
—¡Ah, Pírixis, arpía infecta, zorra rastrera, puta de Merlin! Por tu culpa mataron a mi hijo Mordred y ahora me arrebatas a mi nuevo hijo… Pero pronto nos encontraremos al Otro Lado del Velo y entonces… ¡serás mía!
En la estancia bajo el dolmen había cuatro encapuchados, humanos adoradores de Agaliaretph, y el caballero Manuel Pérez, cubierto de heridas, que intentaron expulsar de la misma a Pírixis. Nerrad, exhausta pero también conociendo a quiénes se enfrentaba, optó por hacer un mutis por el foro mientras el gladio cortaba así y así y llegaba Yaltaka con ganas de sangre…
Terminaba el día, el sol se ponía a lo lejos y dejaba a los nephilim cubiertos de sangre, cansados, un tanto sorprendidos por el giro de los acontecimientos, y con un bebé aparentemente normal en los brazos. El barón llegó entonces, una vez solucionado el problema de los caballeros seglares que, separados del grupo principal, se habían dado al saqueo. Los Guardianes le entregaron al niño sin decirle mucho y se fueron en silencio, camino de la ermita, a la que llegarían bien entrada la madrugada. Allí descansaron y se repusieron. O, por lo menos, todo lo que pudieron, pues Pírixis había terminado atrozmente mutilada por la espada templaria, lo que permitió que el cáncer que la corroía se extendiese rápidamente a partir de entonces.
Un par de días después recogieron la espada de Uzbia, ya prácticamente cargada, y abandonaron el bosque y las tierras de Echauri, esperando no volver.
Y le volví a fastidiar la fiesta a alguien, jiji. Cuándo aprenderá a tener paciencia y esperar el momento adecuado?