El que aquí firma estuvo de abono de la Orquesta de Extremadura dos temporadas, desde 2008 a 2010. Aunque de chico me gustaba la música clásica, de adolescente me interesé más por otros géneros (nuevas músicas, música celta, folk escandinavo, español…) y no fue hasta Nodame Cantabile que volvió a picarme el gusanillo. Lo comentaba por aquí en 2008, cuando la Orquesta de Extremadura interpretó el Concierto para oboe de Mozart. Para la temporada siguiente, Menxar y yo nos sacamos el abono y disfrutamos de unos sábados maravillosos. Las únicas entradas que me he obligado a escribir sin falta en el blog fueron las entradas de los lunes, tras los conciertos. Para la temporada 2010-2011 jorobose el invento, porque cambió el día del concierto de sábado a jueves; mortal para mí, que no vivía en Badajoz. Luego me salió trabajo en Sevilla y ya, pues adiós, muy buenas.
Este puente empezaba la nueva temporada de la Orquesta. Y nueva época, con nuevo director, Andrés Salado. Y resultó que el viernes tocaban en Villanueva de la Serena, en la bala de paja esa que tienen como palacio de congresos. Y, como íbamos para allá a ver a la familia, pues para allá que fuimos. Llegamos justitos de tiempo (había un tráfico del demonio, claro) y cargaditos de dolores (así andamos estos días, llenos de achaques). Pero bien que mereció la pena (ahora, el auditorio de la bala de paja es de las cosas menos accesibles que he visto en décadas; vaya escaleras criminales que se gastó el arquitecto).
Empezó la noche con un divertido Smetana, la Obertura de La novia vendida. Una gran presentación para esta nueva etapa. Continuó con el Concierto para violonchelo de Elgar, una obra muy peculiar. Como solista teníamos a Anastasia Kobekina. ¡Y qué solista! Ha pasado casi un mes y todavía no me he recuperado. En la segunda parte, la 8ª sinfonía de Dvorak remató una noche memorable.
¡Cómo echaba de menos a mi orquesta!