Sakura — Dos cabalgan juntos

La helada teñía de blanco los campos, lejos aún el amanecer. Golpes urgentes en la puerta hicieron caer el blasón de la casa en el dormitorio. Goto Yasumori, en la quietud de la madrugada, meditó sobre ello antes de que el criado viniera a informarle. Un mal augurio, sin duda.

*****

Ishikawa Reiko y Hosoda Genji galopaban solos. Habían decidido que Saki, la joven samurái, volviera al castillo. No porque no se fiasen de ella, sino porque con dos caballos para tres jinetes no irían muy lejos. Además, les venía bien tener alguien de confianza dentro del dominio. Saki diría que Reiko les había emboscado, robándole el caballo y que Hosoda, tras recuperar el suyo, había partido en su persecución. Para darle verosimilitud, Reiko partió primera y Hosoda la siguió al rato, tras sembrar la zona de huellas y dar un estacazo a Saki. Echaría de menos a la muchacha en los días siguientes, pero esperaba protegerla así de lo que estaba por venir.

Ambos jinetes, ya reunidos, se dirigieron a casa de Goto Yasumori. El samurái, uno de los notables del dominio, administrador de los importantes cotos de caza de poniente, no había sido convocado a la reunión de esa fatídica noche, donde se había nombrado heredero al recién nacido Taro. Quizás tamaño insulto lo predispusiera del lado de la joven Reiko.

Llegaron aún de madrugada, despertando a la casa con funestas noticias. El señor Goto entendió pronto la situación y no quiso saber más de lo necesario. Dio a Reiko ropas adecuadas y provisiones y convocó a sus hombres para una partida de caza al alba, con idea de cortar el paso a los perseguidores de la joven y hacerle ganar tiempo.

Genji y Reiko agradecieron la ayuda y, tras rogarle que no cometiera ninguna imprudencia, continuaron camino. A mediodía, sin rastro de perseguidores, llegaban a la aldea de Yugawa. Reiko la cruzó al galope y Genji la siguió, alrededor de media hora después, parándose y preguntando a los lugareños. Se reunieron en el puente donde se habían enfrentado con unos ronin el año anterior. Tocaba tomar la siguiente decisión: ¿continuar por el camino o desviarse a la aldea de Sukarou? Allí podrían encontrar refugio y quizás un guía para cruzar las montañas evitando los caminos. Optaron por continuar por el camino, no querían tardar más tiempo del necesario en llegar a Aimi.

Pasaron la noche en una granja a un par de horas del puente. La conocían, pues el año anterior, tras los sucesos de Sukarou, ya habían pedido hospedaje allí. Era arriesgado, pero estaban agotados y confiaron en que la plata cerrara los labios de los campesinos. Ya acomodados en el establo, Reiko usó el tanto de Minako-hime para cubrir sus huellas. El tanto tenía extraños poderes que, con el tiempo que llevaba en su poder, empezaba a comprender y a poder usar. Invocó con él una ventisca. La ventisca obligó a sus perseguidores, que habían alcanzado el puente, a retroceder a Yugawa buscando refugio.

Al día siguiente fueron más lentos por culpa de la nieve recién caída y, por la noche, tuvieron que acampar al raso. En la primera guardia un gran oso se acercó al fuego. Con gran temor se dieron cuenta de que podían ver los árboles tras el traslúcido cuerpo del oso: era un espíritu. Lograron calmarlo con canciones y poemas y pudieron hablar con él. Una osa que se había visto atrapada en la cueva donde hibernaba por un alud provocado por la ventisca de anoche lo había llamado en sueños. Sintiéndose responsables, Reiko y Genji pidieron al espíritu oso que les llevara hasta la cueva y despejaron la entrada. Como agradecimiento, el espíritu oso les llevó por sendas invisibles, cubriendo mucho camino en pocas horas. Desde la cima de una colina vieron como habían dejado atrás a sus perseguidores, tres hombres a caballo entre los que Hosoda reconoció a Kusakabe Mitsuo, el mejor rastreador del dominio.

Los dos días siguientes fueron agotadores. El tiempo seguía frío, con un aire helado que bajaba de la Sen Monogatari trayendo heladas y ocasionales nevadas. Reiko era inmune al frío por el tanto de Minako-hime, pero no estaba acostumbrada a una cabalgada tan dura ni a dormir a la intemperie y ya avanzaba de forma mecánica, sin reaccionar apenas a la guía de Hosoda Genji. Tampoco el samurái estaba mucho mejor. Era agotador llevar a su caballo, estar pendiente de su señora, comprobar si les perseguían, reconocer el camino y dormir con un ojo abierto cuando no le tocaba la guardia. Las provisiones también descendían más rápido de lo previsto. Por eso decidió desviarse del camino, aún a riesgo de ser atrapados, hacia una gran granja, propiedad de un samurái sin lazos con el dominio. Hizo pasar a Reiko por su escudero y pidió hospitalidad.

Al final descansaron casi un día, disfrutando de un baño reparador y un lecho cómodo y cálido, antes de partir con las alforjas otra vez llenas. Antes de partir, el samurái de la casa les advirtió de la presencia de una caravana de nómadas en el camino de Aimi.

—Nos compraron arroz el día antes de vuestra llegada y van con carros, así que seguramente les deis alcance mañana o pasado. ¡Ah, se me olvidada!: tened cuidado con el paso de la Peña del Águila. Es estrecho y los aludes son frecuentes.

Kusakabe los alcanzó justo antes de la Peña del Águila. Reiko, muy sensible a la proximidad de otras mentes, los sintió llegar y pudo ocultarse en el bosque, dejando a Genji con las monturas. El samurái siguió camino como si nada, hasta que escuchó los caballos de los perseguidores. Se paró entonces y aguardó, aparentando una calma que no sentía. Si sospechaban de él y lo atacaban, todo estaba perdido. Quizás si derribaba a Kusakabe pudiera hacer huir a los otros…

Así pensaba cuando llegaron Kusakabe y sus dos hombres. Conocía a los tres, aunque no había tenido mucho trato con ellos: buenos jinetes que se conocían bien la zona. Los saludó y le devolvieron el saludo.

—Saludos, Hosoda-sama. Llevamos tres días tras sus huellas. ¿No es ese el caballo de Saki, el que robó Reiko?

—Saludos, Kusakabe-sama. Lo encontré a una jornada de Yugawa. Creo que Reiko-dono ahuyentó a su montura para hacerme perder su pista. Las ventiscas no me han dejado encontrar un rastro claro. Contadme, ¿qué ha ocurrido en el castillo desde mi marcha?

—Komura partió al Tercer Castillo y Namikawa hacia las tierras del hatamoto Sakoda. Saiki el chambelán ha convocado a los vasallos para anunciar las terribles nuevas. Y Nakamura-dono nos envió tras tus pasos, pues, y lo diré sin rodeos, no se fía de vos. Teme que ayudéis a escapar a Reiko.

Hosoda Genji llevó la mano a la espada.

—Y yo temo que el juicio de Nakamura-sensei esté nublado por su dolor. ¡Acusar a Reiko-dono de atentar contra la vida de su padre es una locura!

—¡Huyó del castillo!

—¿Quién no lo habría hecho? Vio a su padre muerto y los señores consejeros la amenazaron y volvieron sus armas contra ella. ¿Quién no habría pensado en una revuelta de los vasallos? ¿Quién no habría huido para salvar su vida? ¡Basta! Decidme cuáles son vuestras órdenes. Si buscáis matarla, no pasaréis de aquí.

—No haríamos algo tan deshonroso, Hosoda-sama. Buscamos llevarla de vuelta al castillo. ¿Y vos? ¿Para qué la seguís?

—No me creo que sea cómplice en la muerte de su padre. La encontraré, la llevaré de vuelta y no cejaré hasta averiguar la verdad. ¿Os vale esto?

—Nos vale. Una caravana de buhoneros o nómadas ha pasado por el camino y no nos lleva ya mucha delantera. Es posible que Reiko se uniera a ellos. Propongo que continuemos juntos, Hosoda-sama.

A Genji se le cayó el alma a los pies, ¡dejar a su señora sola en el bosque! Pero no podía negarse, así que les pasó a los hombres de Kusakabe las riendas del caballo de Reiko y se unió a la comitiva.

Alcanzaron a la caravana, tres carromatos tirados por mulas, una decena de adultos y un puñado de niños. Había un par de muchachas de la edad de Reiko, pero, por supuesto, ni rastro de ella. Los rastreadores maldijeron y, por un instante, Hosoda temió que pasaran a cuchillo a los caravaneros para desahogar su frustración.

—¿Alguna idea, Hosoda-sama? ¿Alguna idea de a dónde ha podido ir? Por delante de la caravana es imposible, a menos que le hayan salido alas.

Hosoda meditó, intentando inventar algo plausible que los alejara de allí.

—El único sitio que se me ocurre es la aldea de Sukarou. Los campesinos la adoran por liberarla de la mujina y Fukuyama consiguió el feudo gracias a ella. Una ventisca me sorprendió en las proximidades del desvío a Sukarou y tuve que buscar refugio en una granja. Luego encontré las huellas del caballo y no pensé más en esa posibilidad.

—Recuerdo la ventisca, nos hizo retroceder hasta Yugawa y al día siguiente no había rastro alguno en la zona. ¡Qué oportuna nevada! ¿Será cierto que Reiko habla con los espíritus del bosque? Iremos a Sukarou, más camino no tenemos. ¿Qué haréis, Hosoda-sama?

El samurái hizo como que pensaba unos instantes.

—Continuaré hacia Aimi. Me entrevistaré con la señora Shigeko para pedirle ayuda y consejo. Y quiero ver a mi prometida; temo por nuestro futuro. Kusakabe-sama, mandadme correo de inmediato si encontráis a Reiko-dono.

Se despidieron así y Hosoda Genji pudo volver con Reiko ya al anochecer. Al cruzar juntos bajo la Peña del Águila, Reiko usó el tanto de Minako-hime para provocar un alud.

—Así no podrán seguirnos en unos días.

Sakura, un cuento de Lannet, 2×01. Con Hosoda Genji (Menxar) e Ishikawa Reiko (Charlie).

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2 comentarios para “Sakura — Dos cabalgan juntos

  1. Si que fue intenso el encuentro con los otros perseguidores, y más porque el pobre de Genji miente fatal.

  2. Conseguisteis evitar los enfrentamientos más duros de la aventura: los tres perseguidores y el grupo nómada. Y mantener el engaño sobre las intenciones de Genji. Un buen trabajo.

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