Pesados grimorios, estatuillas e ídolos de mil templos, armas, armaduras, equipo diverso. El grupo de aventureros luchaba por pasar su pesada carga a través de las estrechas escaleras. Y el resbalar y caer a la profunda sima sobre la que serpenteaba la escalera no era el peor peligro: grandes trasgos con extrañas máquinas y jaurías de huargos gigantes desplazadores acelerados en su variante enana (también llamada «estate quieto, chucho») asaltaron en repetidas veces a nuestros héroes. Y, para colmo de males, el gran volcán Rolace Credoj (goblinés, derivado del ifrit. Lit. «El verano en Sevilla es una maravilla») amenazaba con convertir la escalera en un alto horno bilbaíno.
La semana estaba siendo muy larga y se cobraba sus primeras bajas.
De momento las bajas son dos muñecas abiertas, agujetas allí donde la espalda pierde su nombre y una medio contractura en un hombro, amén de las agujetas habituales en este tipo de casos…