Nochevieja, llamas y sombras

La actividad frenética en Fort Nakhti inequívocamente ligada a la habitual y famosa fiesta de Nochevieja fue el telón de fondo del problema localizativo de Du Pont que vimos el otro día. Más o menos a la vez que él revisaba los registros del fuerte de los últimos trescientos años e interrogaba a los dos viejos sargentos, el padre Rupert, capellán castrense, ex-agente inquisitorial y convocador medio potable, con ayuda de ciertas hierbas, brebajes y pentáculos protectores, revisaba el grimorio demonólogo que nuestros héroes habían traído de su aventura con los fantasmas. Tenían el convencimiento de que un algo había quedado libre cuando Nordim y Ström rompieron los sellos y que ese algo era el responsable de las huellas calcinadas que, erráticamente, avanzaban hacia el fuerte.

Razón no les faltaba: el chaval de las llamas eternas había sido un devah sin temor de Dios (de ninguno) al que la demonología no se le había dado demasiado bien. El ignis, demonio de fuego con muy mala leche resultante, buscaba ahora lo único que podía tanto causarle problemas como valerle un ascenso. Así, Nochevieja sorprendió a Du Pont, Rashid, Hodor, Sassa y al padre Rupert en la nueva plataforma de madera construida por el teniente Alonso, los tres primeros tras una pieza de a ocho cargada de metralla mientras seguían con la vista un fuego fatuo crecido que se acercaba haciendo eses por el lado del oasis.

El partido se complicó porque resultó ser un triangular simultáneo: Gaya, el tío de Rashid perteneciente a los Caminantes de la Muerte y dueño de las huellas en la salina, buscaba por sus propios motivos el grimorio y al demonio y había decidido sumarse a la fiesta. Un rayo oscuro que derribó al padre Rupert dio inicio a un partido enloquecido donde el demonio se estampó contra la muralla al saltar a la plataforma. Du Pont se tiró murallas abajo intentando pillar el libro, caído de las manos del padre Rupert, pero la telequinética Sassa se le adelantó.

¡La sombra número uno salió de la nada y cogió el libro, pero fue pateada hasta la muerte! Y el libro, que vuelve a bailar como un balón de bloodbowl. Gaya lo intenta a distancia; el demonio salta a por el libro pero recibe una somanta de palos de la sombra número 2 que lo deja medio muerto; Sassa vuelve a agarrar el libro y Gaya lo soluciona con un nuevo rayo que atraviesa limpiamente el inútil escudo telequinético de la chica.

Y el libro vuela hacia el Caminante. Hodor se tira en plancha en una estirada espectacular, pero falla y se la pega planta y media más abajo contra el techo de la sala de oficiales —con un siniestro crack el techo de cañizo cede, atrapando la pierna del grandullón—. Rashid le sigue, aunque no hubiera ningún cazatalentos de edén o béisbol por ahí. Consigue no hundirse y trastabilla entre tejas y cañas intentando alcanzar a su tío, que, ya con el libro, se da el piro. Unas hebras negras surgen de la nada y lo inmovilizan bajo la muralla.

—¡No me sigas sobrino, que no quiero hacerte daño!

¡Pero Du Pont vuelve al partido! Trepa, salta, pega, escupe, sacude, le parte la crisma al demonio, corre como un Ben Johnson sobredopado y como viera al Caminante ya a camello alejándose del fuerte, saltó sobre él desde la muralla —lástima que los jueces ya estuvieran borrachos y no validaran el récord—, le atrapa, cae con él, rueda por la arena y le sacude dos rodillazos para dejarlo quieto ya, ¡coño! ¡Y no te muevas!

Atrás, mientras Sassa y el doctor arrastraban al cura a la enfermería, la plataforma en llamas se venía abajo con gran estrépito llevándose consigo uno de los preciados cañones del fuerte.

Y para terminar la noche, la tierra tembló, el cielo se tornó rojo como la sangre y una leve nevada cayó sobre el fuerte.

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