Una de fantasmas

—¡Sassa! ¡Ey, Sassa!

Steffan Dahl era ornitólogo. Bueno, estudiante de postgrado, pero sus profesores decían que se convertiría en una figura mundial. A sus espaldas, todo el mundo decía que era por ese cuello delgado, esos ojos saltones, esa nariz picuda, esa calvicie a la carrera que dejaba tras sí una pelusilla pueril, ese andar nervioso, esa forma de girar la cabeza o mover los brazos, que le daban un aire de pajarillo caído del nido (de polluelo epiléptico, según los más crueles) que hacía que la mayor parte de las aves le trataran como uno más. Menos las rapaces, que le tomaban por el almuerzo. Sus compañeros, sin embargo, sostenían que llegaría lejos por haberse cobijado en buen árbol y hacer los trabajos más duros (como lidiar con los alumnos de primero) sin quejarse.

El sobrio uniforme universitario le hacía parecer un gorrión que se hubiera caído en un barril de alquitrán. Ese aire pegajoso también lo traía de serie, el pobre muchacho, y la pálida luz bajo los soportales sólo lograba realzarlo. Avanzaba dando ridículos saltitos por la larga galería que iba del aula C al salón de actos mientras agitaba nerviosamente los brazos, no se sabe si para atraer la atención de la joven que caminaba delante de él o para remontar el vuelo.

—¡Sassa, por favor, para un momento! ¡Me voy a Salazar! ¡Salimos el mes que viene!

La muchacha se paró en seco y se encaró con un movimiento tan calculado como su vestido: la mano en la cadera, la melena al viento, la falda amplia y cómoda, el corpiño, un escote sugerente pero no escandaloso… los folletines de aventuras estaban llenos de grabados con heroínas con la misma pose pero, por tópica que fuera, levantó un coro de suspiros entre los alumnos de primero que sesteaban entre clase y clase al otro extremo del patio.

—¡Imposible! La expedición Jones iba a salir antes.

—Sí, pero Lunzberg ha conseguido los permisos de las autoridades estigias, así que el claustro nos ha dado prioridad. Y como no hay presupuesto para dos expediciones al mismo sitio al mismo tiempo, la Jones se aplaza. —Steffan revoloteaba alegre alrededor de Sassa. Si hubiera tenido los pies en el suelo, habría sentido el crujir admonitorio de los hielos de la ira de la joven—. Ya te dije que apostaras siempre por el catedrático. La estrella de Jones se apaga y si no tienes cuidado, te llevará contigo. Pero no te preocupes: cuando vuelva de la expedición como un ornitólogo famoso, te reservaré un hueco en mi equipo.

Steffan Dahl sobrevivió a aquel día, no me preguntéis como. Sólo para desaparecer seis meses después tragado por las arenas de Salazar con toda la expedición Lunzberg: el propio Lunzberg, catedrático de Historia y experto en religiones y mitos antiguos; su colega Nordim y Ström el antropólogo; Cornelius y Otis, los geólogos; los guías y camelleros. Y un muchacho sombrío de pelo blanco, un callado estudiante de segundo que daba repelús y se había unido al grupo de Lunzberg un par de meses antes de su partida. Y la expedición del doctor Jones fue a Salazar, al final, aunque para encontrar a su colega. Oficialmente, al menos.

Ya daba igual. La expedición Jones se había perdido también en el desierto, a manos de unos bandidos. Sassa también estaba desaparecida, a los ojos del mundo. Y había estado a punto de ser definitivo.

Los recuerdos volvieron a su mente. No es que quisiera, pero era eso o ver a una curandera más o menos de su edad dudando entre los ingredientes de unos emplastos y equivocándose en la letra de una letanía. A veces, parecía que directamente tarareaba en vez de canturrear. Cielos, si debía remendarte una mujer sabia pagana y salvaje con mejunjes parcialmente regurgitados, no tenía que parecer una mala estudiante que se hubiera pasado las clases (pequeña punzada de culpabilidad) leyendo folletines de aventuras.

Había sido una historia emocionante al principio. Una de fantasmas, como La tumba maldita de Tutkatón del maestro Betini: el espectro de una muchacha rubia de tres ojos que se aparecía en los sueños de los niños, los del clan familiar de Rashid. Una historia que les llevó a unas ruinas cercanas a una llanura de sal. Unas ruinas sin tabúes ni prohibiciones: cuando la caravana pasaba para aprovisionarse de sal, los chavales jugaban en ellas, dentro de la tosca y vacía torre, entre los siete pilares de piedra (negra, ajena a la región) que la rodeaban o escondiéndose tras los montículos de sal de caprichosa forma (el Chacal, el Cazador, la Doncella…) que quedaban un poco más allá. Los mayores preferían no acercarse porque habían pertenecido a los Caminantes de la Muerte y eso siempre da reparo.

Resultó que alguien había excavado bajo uno de los pilares, hasta una cámara subterránea. Resultó que habían sido Nordim y Ström. Resultó que estaban muertos y resecos, pero eso no les impidió levantarse a saludar. Y al teniente Du Pont, con esa forma peculiar de hacer las cosas que tenía, no tuvo mejor idea que disparar el arcabuz en aquella pequeña estancia cerrada.

Y resultó que había otra… cosa… en la estancia: una especie de murciélago humanoide gigante. Un engendro salido de Dios sabe dónde (quizás del pasillo que había al fondo, tras la cadena ahora rota llena de sellos de protección). Un engendro al que el estampido hizo maldita la gracia y estuvo en un tris de merendarse a Sassa. Du Pont la salvó por los pelos: se había dado cuenta de que los sonidos fuertes afectaban la criatura, así que se interpuso con el segundo arcabuz, se lo apoyó en el pecho y (total, ellos ya estaban sordos) disparó.

Luego, con Sassa ya medio recuperada de sus heridas, volvieron a terminar el trabajo. Se llevaron de vuelta un tratado de demonología que parecía el causante de todo y que no fueron capaces de destruir (ni las llamas de la condenación eterna del pobre fantasma que encontraron al final llegaron a chamuscarlo). También encontraron frescos y relieves que contaban la historia de los Caminantes de la Muerte y hacían referencia a una ciudad cubierta por la oscuridad (o por una enorme cúpula oscura) y un convento o lugar sagrado en un macizo de piedra negra que Rashid no fue capaz de ubicar.

2 comentarios para “Una de fantasmas

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