La zona de catas de Josef, el (ex) ingeniero de minas, estaba en la cabecera misma del valle, bajo la imponente mole del Pico del Hada, una pared rocosa casi vertical que se levantaba más de cuatrocientos metros: una buena cabaña rodeada de varios pozos de distinto tamaño. Algunos sobre la zona cubierta por un antiguo derrumbe de la pared rocosa ocurrido siglos atrás, herida vieja que podía adivinarse cerca de la cumbre.
El camino hasta la cabaña discurría por sendas de cabras, entre nieve sucia, barro helado y un bosque que despertaba al deshielo y la promesa de la primavera. Demasiado abrupto para los caballos, que hubieron de dejar en la mina. Pero nadie se quedó atrás. Ni los guerreros del condado, ni la doncella ni el hermano de Josef, resuelto a averiguar qué estaba detrás de su muerte.
Sin embargo, nada encontraron en el campamento de montaña, más allá de sangre reseca en el establo adosado. Ni pistas sobre la suerte de los mineros que acompañaban a Josef ni rastro de sir Andrei y sus hombres. Y, descorazonados y cansados, no se dieron cuenta de la mirada perdida de Anna y de sus movimientos lentos.
Quien sí se daría cuenta, y por los pelos, fue el gigante Iván Kursinskov, cuando la chica intentó rebanarle el cuello durante su guardia. A sus gritos se levantaron sus compañeros que, tras la duda inicial, consiguieron reducirla en un furioso forcejeo sobre el durmiente Cedric. Cuando Anna recuperó el conocimiento exigió saber, confundida, por qué estaba en la cabaña y no camino del pozo número 3, por qué estaba tan oscuro dentro de la cabaña cuando aún era medio día y, ya de paso, qué demonios hacía atada.
Un silencio tan pesado como una losa cayó sobre la cabaña, roto solamente por el sonoro bostezo de Cedric que, ajeno a todo, ahora despertaba. ¿Les había pasado lo mismo al grupo de Josef y al de sir Andrei? ¿Se habían matado entre sí durante la noche sin ser conscientes de sus actos? ¿Había algo cerca del pozo nº 3 que era el responsable de aquello? Dispuestos a averiguarlo, se pertrecharon y avanzaron hacia el pozo, el más grande y en plena zona del desprendimiento, sin dejar de vigilarse los unos a los otros.
Fue Anna quien lo vio. Una especie de látigo de hebras de seda que, saliendo del pozo, agarraba a sir Franz Mauser, intentando doblegar su mente. Y así se lo dijo a sus compañeros, que miraron al daevar, la mano en la frente y la rodilla doblada, y luego a Anna, señalando al vacío y describiendo algo que ellos no podían ver. Fueron unos instantes muy largos para el castellano, mientras los otros discutían si Anna estaba loca, si era una bruja y, si era así, si había que hacerle caso, hasta que le sacaron a rastras de la zona. Recompuestos y con el corazón en un puño, lo volvieron a intentar.
El pozo era grande y permitía el paso de una persona, aunque Iván Kursinskov, el gigante hombre oso chapado en acero, quedara atascado unos instantes en la boca inferior. El pozo daba al techo de una caverna que se perdía en la oscuridad, quizás una oquedad que quedó tras el derrumbe. Y de esa oscuridad una figura atacó por sorpresa al gigante. Un combate en un terreno irregular, bajo la tenue penumbra del pozo, y sin apoyo. Pero Cedric Wynne, Cedric el loco, venía en ayuda. Cortó la cuerda con la que bajaba tan pronto pasó la boca inferior del pozo y se dejó caer sobre la misteriosa figura, a la que decapitó de un solo tajo, mandando la cabeza a los pies de Garrison, Franz y los demás. Se trataba de sir Andrei, el caballero desaparecido.
—Muy bien, Cedric, pero recuerda que debemos proteger a los habitantes del valle, no matarlos.
El porqué sir Andrei les había atacado quedó claro poco después, cuando, ya reunidos todos en la gruta, la exploraban. Un extraño monstruo parecido a una enorme araña, del tamaño de un puma, estuvo a punto de acabar con Morslav Sergiev, pero un disparo afortunado de Garrison lo dejó seco. El (nuevo) ingeniero de minas lo identificó como una lagor, un extraño animal capaz de controlar a sus víctimas, popular en las leyendas de los valles. La lagor no estaba sola: encontraron unas crías en una caverna inferior que fueron también muertas.
Pero esta caverna inferior, a la que se llegaba por un simple agujero en el suelo, era muy distinta a la superior. Para empezar, tenía un suelo pulido de mármol negro con motivos geométricos.
Y unas puertas dobles, con un extraño sello roto. Una de las hojas estaba semiabierta, y en parte parecía forzada. Nuestros valientes aventureros asomaron la cabeza, claro. Y lo que vieron era lo más extraño que habían visto en su vida, aunque no tanto como lo que verían después. Era una estancia rectangular, con una especie de órgano de iglesia en una de las paredes, del que salían multitud de tubos, algunos de los cuales iban a morir a cuatro grandes recipientes de vidrio y metal. Tres de ellos estaban llenos de un líquido traslúcido y tenían una lagor inmóvil en su interior. El cuarto, claro, había quedado hecho añicos al forzar la puerta de entrada. Era de suponer que Josef Sergiev y sus hombres habían encontrado el lugar, habían logrado abrir la puerta, rompiendo el recipiente de la lagor. Ésta estaría en algún tipo de hibernación además de preñada y, al despertar, habría dado cuenta de los hombres. Josef de alguna manera había logrado huir pero a costa de su cordura. En cuanto a sir Andrei y los suyos, habían sufrido el mismo destino.
Fin del misterio de la mina.
Bueno, casi: la habitación tenía dos puertas dobles. Y la segunda se abrió al tocarla Morslav, después de los infructuosos intentos de sus compañeros. Al otro lado, un pasillo largo de metal y piedra pulidas y unas pocas luces blanco-azuladas que se encendieron al entrar ellos. Alguna, parpadeando de una manera lúgubre.
Franz Mauser dio orden de retirarse: ya habían cumplido con su misión. Anna le secundó. Y Garrison, muy nervioso, se negó a seguir adelante.
—Yo he estado en un lugar parecido, y sólo encontré maldición y muerte.
Pero Morslav quería saber que era aquello que había causado la muerte de su hermano y arrastró consigo a Cedric y a Iván, éste con el pesimismo habitual de los tanques que saben que el correr no va con ellos. Los tres se internaron por el pasillo, que moría en una doble puerta metálica. A su lado había un extraño panel con dos pulsadores, uno sobre el otro. El inferior tenía grabado un símbolo parecido a una V, aunque de brazos más abiertos, mientras el superior tenía el mismo símbolo, pero invertido, con el vértice hacia arriba. Morslav los reconoció como antiguas runas usadas por antiguos pueblos paganos y civilizaciones olvidadas que indicaban el infierno, los poderes del mismo y los caminos hacia él, así como el cielo. Al pulsarlos oyeron un sonido extraño, un chasquido, un crujido, el sonido de maquinaria en movimiento y al poco se abrieron las puertas mostrando una pequeña habitación cuadrada que tenía también dos puertas metálicas y un panel lleno de pulsadores.
Los tres entraron en la habitación y probaron a pulsar varios de los botones, lo que provocó que las puertas se cerrasen y experimentaran una breve sensación de mareo. Tras pensarlo, Iván dedujo que estaban en un extraño montacargas, pero no antes de que Cedric pulsara al azar todos los botones. En una de las plantas se bajaron del montacargas, pero se olvidaron de asegurar las puertas, por lo que éste siguió su extraño camino. Tras recorrer otro pasillo entraron en una amplia sala acristalada que se abría en la pared del Pico del Hada. Allá abajo veían el pozo nº 3 y a sus compañeros saliendo de él.
Pero lo que atrajo su mirada fueron las doce extrañas criaturas encerradas en sendos contenedores parecidos a los de las lagor. Pero estas criaturas, más parecidas a golems, eran poderosos elementales de luz. De los doce contenedores, diez tenían una luz verde. Pero en los otros dos parpadeaban luces rojas.
La huida fue memorable. El ascensor estaba atascado en algún piso, cortesía del tic pulsatorio de Cedric, pero a Morslav no le llamaban zahorí de minerales por nada. Usando su poder logró controlar el mecanismo y llevarles a la planta por donde entraron. Una voz femenina que sonaba algo artificial les acompañó todo el trayecto y, a mitad de camino, sintieron un instinto asesino y unas ansias de matar terribles. Mauser, Garrison y Anna también lo sintieron y dieron media vuelta para ayudar a sus compañeros. Mientras, en el cielo, les sobrevolaba una gran águila blanca.
Nos llevaría mucho contar lo que pasó. Muchas carreras, nervios y miedo, y Kursinskov, el último en salir, que volvió a atascarse en el pozo. Pero todos salvaron el pellejo y huyeron corriendo ladera abajo.
—Pero, ¿qué encontrasteis ahí dentro?
—Sólo maldición y muerte.
Mitad hermanos marx, mitad el octavo pasajero,mitad el templo maldito…espera, ¿cuantas mitades llevo? En cualquier caso , una sesión memorable…
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto dirigiendo una partida, que me exigiera tanto y a la vez me diera tanto.