Ethiel había despertado a principios de la década de 1230. Llevaba, pues, más de diez años despierto. En esos años no se había preocupado por la ausencia de Uzbia y Yaltaka, ni por el hacer de Ephram como Imperator. Para los estudiosos del Emperador que no lo conocieron, este comportamiento siempre les ha extrañado, pero lo cierto es que Ethiel nunca tuvo ni la constancia ni la ambición que sí tenía Yaltaka. Para él, esos años empezaron siendo unas vacaciones bien merecidas; poder disfrutar de su tiempo sin que nadie le buscara gritando para que apagara algún fuego. Es en estos primeros años cuando empezó a interesarse por la aparición pública del Temple y su refundación como orden monástico militar. Siguiendo sus indagaciones, había llegado a París a finales de 1243. Tras la caída del Montségur, contactó con la ondina (o, más bien, él acudió a Ethiel en busca de ayuda para desaparecer de la circulación), de quien supo que los Guardianes volvían a recorrer el mundo.
Por entonces, el gato tenía sus más y sus menos con Ephram. El Imperator sabía que Yaltaka había despertado, posiblemente desde antes de que entrara en el Montségur, y tener a Ethiel en su feudo haciendo preguntas y moviéndose por aquí y por allá no se sabe por qué motivo le puso muy nervioso y bastante paranoico. En verano, Ethiel tuvo que abandonar París tras sufrir varios accidentes y ataques que achacó al Imperator, abandonando de momento sus investigaciones sobre el Temple. Según testigos, estaba algo molesto con el Imperator y enseñaba el colmillo cada vez que oía hablar de él.
La carta que le enviara Yaltaka en otoño le alcanzó en el Languedoc, camino de la Península Ibérica. Al ver lo que le pedía el silfo, sonrió maliciosamente, y luego, al ver los plazos que le daba, juró en arameo (lengua que dominaba perfectamente). Siendo como era, no obstante, no podía dejar de lado el reto y, aún rezongando, forzó la marcha para cruzar los Pirineos antes de las primeras nieves. Ya en la Península, tiró de agenda, aunque procurando ser discreto: la situación en Hispania era peor que en las Galias y si se corría la voz de que buscaba a Uzbia se iba a encontrar con un invierno muy movido.
Con el tiempo que tenía y las precauciones que tuvo que tomar, no pudo seguir un rastro de más de ochenta años. Cuando se reunió con Yaltaka, Pírixis, Menxar y el fénix en Barcelona, a finales de la primavera de 1245, todo lo que llevó fueron ambigüedades y suposiciones. En 1161 Uzbia, junto con dos nephilim de confianza, partió hacia el norte para resolver un conflicto entre sedes que afectaba a las provincias de Gallaecia y Tarraconensis y a la relación de la Emperatriz con el Emperador. No llegaron.
Meses después aparecería uno de los nephilim, encarnado en otro simulacro. Contó cómo habían sido atacados por bandidos, cayendo todos los del grupo del Emperador asesinados. Uzbia y su compañero, afirmó, fueron reabsorbidos por sus respectivas estasis y él pudo huir encarnándose en un perro. El relato del superviviente era tan confuso que nadie supo rehacer el camino seguido por Uzbia. Se pudo confirmar, por métodos indirectos, que ambos nephilim estaban, efectivamente, en sus estasis, y se dejó el asunto hasta que volvieran por su propio pie.
Ethiel había planteado su investigación de un modo distinto. Con el modo conspiparanoico activo, se olvidó de la investigación oficial y los relatos de los testigos para buscar, en la Emperatriz, alguien que supiera dónde se iba a celebrar la reunión secreta entre ellos y Uzbia que nadie nombraba. Una vez averiguado, cogió un mapa y marcó ese lugar y el punto de partida de Uzbia e, intentando recrear las precauciones de Uzbia, trazó posibles rutas que hubiera podido seguir el Pater Imperator. Todas confluían en un estrecho pasillo en el reino de Navarra, lejos de las indicaciones dadas por el nephilim superviviente de la expedición.
Llegados a este punto, a Ethiel no le quedó otra que desechar sus rutas o suponer que el testigo mentía. Tras meditar sobre la situación del Emperador, tomó como hipótesis de partida que el nephilim superviviente formaba parte de un complot organizado por Ephram y otros para quitar a Uzbia de en medio, por lo que se quedó con sus rutas estimativas. Como se le había acabado el tiempo, dio los datos de estas rutas a Yaltaka, encomendándole su reconocimiento en busca de alguna pista, mientras él seguiría investigando, buscando algo que sostuviera mínimamente sus ideas conspirativas.
Así pues, los Guardianes del Grial se vieron guiados a recorrer, arriba y abajo, montañas, bosques y valles, el reino de Navarra. El primero de los muchos viajes que les llevarían por el norte de la Península en los años venideros, y el más incómodo por la falta de recursos y medios. Preguntaron a nephilim de la zona, a pastores, a cazadores, a algún bandido despistado y lento, a caballeros. Pírixis hasta preguntaría al agua de roble, indagando en las brumas del pasado y el futuro. Y sus pasos les llevaron a Echauri a comienzos del otoño…
Un anochecer cualquiera los atrapa en el pueblo de Echauri, a orillas del Arga y bajo la Sierra de Andía. Alguno de los poquísimos campesinos que hay en las calles les informa de la fiesta que se celebra en el castillo, donde —dice— pueden pedir alojamiento y cena.
Lágrimas, módulo de Akelarre
Juan Miguel Mancheno Chicón
N. del A.: los módulos de Akelarre, como los de Pendragón, se adaptan muy bien a Nephilim. Para la campaña usé muchas veces módulos ya hechos que adaptaba a la trama de la misma. Tenía la trama y luego buscaba algo que se pudiera meter ahí. En este caso, necesitaba una aventura para la recuperación de la estasis de Uzbia y el módulo de Lágrimas, aparecido en el número 38 de la revista Líder, resultó muy adaptable ya que tenía lo que necesitaba: restos de un combate donde poder encontrar objetos. En la próxima entrada haré un resumen muy resumido de la aventura. El módulo original lo podéis encontrar en la venerable página de Ricard Ibáñez.