Las sombras de Pírixis se infiltraron en el castillo sin ser detectadas. La Bella Dama las hizo revisar el torreón y las torres buscando la habitación del astrólogo Astartes, evitando encontrarse con este y con el barón Arnulfo. La puerta de la estancia estaba cerrada, claro, pero es no supuso impedimento para la sombra, que se deslizó por una rendija. Tuvieron suerte: aquello era un caos de signos astrológicos, dibujos místicos, artilugios variados y montones de pergaminos y libros, pero, abierto y a la vista, aquí y allá, Pírixis pudo leer, a través de los ojos del espíritu del bosque de basalto lo que necesitaban saber. Retazos de información que, juntados, les permitió hacerse una idea de la situación:
Astartes había encontrado en una especie de abadía en ruinas cercana (había un mapa encima de una mesa) información sobre una puerta sellada que encerraba a poderosos espíritus o diablos. Logró encontrarla y, con sus conocimientos, consiguió abrirla un poco y uno de esos demonios salió. La criatura, que se presentó bajo el nombre de Nimaminanión (Nima, para los amigos), le había dado poderes a Astartes a cambio de su ayuda para abrir del todo la Puerta. Pírixis supuso que Nima había poseído al barón Arnulfo, lo que explicaría lo que vio en él. Yaltaka aceptó lo que decía su compañera y Menxar se plegó a la experiencia de los Guardianes, pero el fénix no terminó de escuchar o no fue capaz de seguir la conversación entre Pírixis y Yaltaka y decidió por su cuenta presentarse ante el barón Arnulfo y desenmascarar al mago Astartes.
Por supuesto, fue hecho prisionero. Es más, es lo que necesitaban Astartes y Nima para abrir completamente la puerta: sacrificar un nephilim. A esta conclusión también llegaron los Guardianes, tras analizar cuidadosamente la información que habían logrado mediante las sombras.
—¡Ah, qué fastidio! Ahora tendremos que rescatarlo.
Pírixis, Yaltaka y Menxar se retiraron de los alrededores del castillo, para evitar las posibles patrullas que mandara Arnulfo o los extraños atacantes de la noche anterior que, suponían, serían siervos del tal Nima. Decidieron ir a las ruinas de la abadía, por si lograban encontrar alguna pista de cómo detener al extraño ser de luna. Las ruinas eran muy antiguas y casi cubiertas de vegetación. No tenían un estilo arquitectónico reconocible y, salvo un ala que debía haber contenido la biblioteca, apenas quedaban unas pocas piedras repartidas por el fondo de un pequeño valle. Registraron cuidadosamente la biblioteca, pero Astartes se había llevado todo lo aprovechable. Encontraron una puerta secreta oculta en una columna hueca. El mecanismo que la accionaba hacía mucho que había dejado de funcionar, así que tuvieron que abrir la columna a las malas. Dentro, unas empinadas escaleras bajaban a través de la roca, una oscura caverna que olía a viejo. Bajaron con cuidado y con antorchas y encontraron una biblioteca cuidadosamente sellada pero ya vencida por el tiempo. Recorrieron y registraron los viejos estantes, encontrando montones de polvo, de pergaminos desmenuzados y papiros desintegrados, de tablillas de arcilla cubierta de extraños signos. Encontraron libros (si se les podía llamar libros) en griego, en esa extraña escritura que, reconocieron Pírixis y Yaltaka, usaban en Creta, en lenguas que ni les sonaban y en ennochiano muy, muy antiguo. Los que entendían hablaban de telas, de bordados, de extraños conjuros y de la Puerta. Recomponiendo los trozos de varios volúmenes en un griego tan antiguo que apenas lograban entenderlo (¡Qué sería de nephilim sin los idiomas!) averiguaron que la Puerta estaba en una cripta bajo la Torre y se podía llegar a ella a través de un túnel que arrancaba en el bosque, bajo unas peñas cercanas a la abadía que no les fue difícil encontrar.
También encontraron un manuscrito que los dejó muy, muy confundidos. Pero de eso hablaremos después.
Pertrechados con antorchas y conjuros, los Guardianes y Menxar se internaron en la gruta, un estrecho túnel que sólo les permitía avanzar en fila india y más oscuro de lo que, siguiendo leyes naturales, debía haber sido. Quizás por ello no se dieron cuenta de que, más adelante, el túnel se bifurcaba y cada cual tomó un camino.
El túnel: (1) la Marca de la Diosa; (2) el sueño de Pírixis; (3) las escaleras; (4) la urna; (5) la cripta con el altar y la Puerta (6)
Pírixis pisó en falso y cayó en un pozo, quedando inconsciente. Tuvo un extraño sueño. Soñó con Jesucristo, otra vez, un sueño que cambiaría su destino para siempre. Desgraciadamente, lo que soñó se ha perdido en las brumas del tiempo. ¿Qué fue? ¿Qué aprendió? ¿Qué eligió? Me encantaría saberlo.
Yaltaka oyó el golpe y acudió en ayuda de su amiga, estando a punto de caer en el mismo pozo. Juntas, buscaron a Menxar, que había desaparecido por el otro lado. Y lo encontraron, asustado, con una especie de símbolo brillante tatuado en su esencia, visible en visión-ka y que picaba a rabiar.
Reunidos y cada vez más convencidos de que tenían que haber ido por el otro lado (a hostias, por el castillo), llegaron a unas escaleras algo más anchas que bajaban. Ya iban más alerta y, cuando un escalón cedió y se abrió parte de la escalera sobre un profundo foso lleno de afiladas estacas (trampa estándar nº27, modelo patentado; saldrán más de estas, debían fabricarse en serie), se limitaron a sonreír despectivamente. Excepto Menxar, que se estaba rascando.
Después de las escaleras llegaron a un tramo donde el túnel era más ancho y estaba mejor construido, con el suelo cubierto de fina arena. En la pared vieron una urna metálica, mágica (en visión-ka no hay duda, aunque la magia es difícil de precisar. ¿Quizá un conjuro anti-corrosión?), que contenía 7 barras metálicas de sección cuadrada iguales en tamaño. Sobre la urna había una clavija hembra con la forma y tamaño justos para introducir una barra. Junto a ella, una placa de piedra con una inscripción en griego arcaico: «La barra de hoy te protegerá».
Los nephilim examinaron las barras de la urna. Eran todas metálicas, salvo una, que era de algún tipo de cristal y contenía mercurio. Las otras eran de planta, de oro, de algo que podía ser estaño, de plomo, de cobre y de hierro. Tras pensarlo, llegaron a la conclusión de que debían escoger el metal correspondiente al día de hoy. Como era jueves, día de Júpiter, cogieron la barra de estaño, metal correspondiente a este planeta, y la introdujeron en la clavija. No pasó nada. Siguieron adelante, con mil precauciones. Tampoco pasó nada.
La trampa era mágica y sus efectos dependían del día de la semana (locura alucinatoria el lunes, resistencia con Ka; fuego el martes, Constitución o ka-fuego; una inundación el miércoles; una terrible nube venenosa el jueves, que se resistía con constitución o ka-tierra y un derrumbe el viernes; del sábado y el domingo no queda constancia; las trampas que se podían resistir tenían un POT de 50). Como eran mágicas, sólo afectaban a la zona (diez metros a cada lado de la urna) y a la hora todos sus efectos y restos desaparecían.
Corredor adelante, llegaron a la cripta, una sala más o menos ovalada, cubierta de dibujos y tallas esotéricos y situada, más o menos, bajo la Torre y que, como aquélla, era terreno mágicamente muerto, aunque ahora, con la Puerta entreabierta, se podía realizar magia normalmente. La puerta dominaba la estancia: una gran losa negra como la Torre, en un marco de piedra terroríficamente tallado y cubierto de advertencias, y separada de la pared tres o cuatro palmos. Estaba entreabierta y dejaba ver un paisaje de pesadilla que no pertenece a este mundo. En el centro de la cripta habían colocado un antiquísimo altar de sacrificios traído de Dios sabe dónde.
Cuando los nephilim, convenientemente preparados, entraron en la cripta, se encontraron con el fénix atado en el altar, Astartes a su lado, con un cuchillo ritual, túnica ritual y salmodiando oscuros rituales y, a su lado, el barón Arnulfo. En la cripta el poder de Maestro del engaño de Nima no funcionaba, así que todos pudieron ver, con su visión-ka, la apariencia andrógina del ser de luna que Pírixis ya había advertido en la Torre.
Astartes aulló de rabia cuando los Guardianes entraron y de dolor cuando Menxar lo envió al otro lado de la cripta de un puñetazo. Nima hizo ademán de atacarla, pero de repente quedó paralizado, con un rictus de terror absoluto en su rostro. Cuando quiso reaccionar y huir del portador de la Marca (que seguía picándole a rabiar) por las escaleras a la Torre, Yaltaka ya había rodeado el altar y cortado esa vía de escape. Sin posibilidad de huir, el miedo pudo con Nima. Abandonó el cuerpo del barón Arnulfo, que cayó inconsciente, y huyó a través de la Puerta.
Sin embargo, esto no cerró la puerta. Estudiando las tallas y símbolos de la estancia y viendo los restos de los dibujos que Astartes había usado en su ritual para abrirla, llegaron a la conclusión de que hacía falta el alma de quien la había abierto para cerrarla, así que liberaron al fénix y pusieron al mago humano en el altar.
El barón Arnulfo, cuando recobró el conocimiento, ya en la Torre, apenas recordaba nada de lo sucedido. Para él, era como un sueño, tan confuso e irreal. No fue difícil convencerle de que había sido poseído por un demonio invocado por Astartes y que, gracias a ellos, se había librado del demonio y del mago.
Dejaron la baronía del Valle Soleado y su Puerta del Infierno ampliamente recompensados por el barón y con su gratitud eterna, tras un par de días para recuperarse y comprobar que la puerta permanecía cerrada. Siguieron camino a Bizancio, pero ahora, más que por el Grial, estaban preocupados por la Puerta, el extraño manuscrito y, sobre todo, por la marca que tenía Menxar y que, aunque ahora no picaba tanto ni relucía en visión-ka, ahí seguía.