Estábamos ya hasta las narices del puñetero dungeon: parecía que no se acababa nunca. Jugábamos a AD&D y era la segunda o tercera sesión revisando pasillos, bodegas, pasadizos y pegándonos con goblins. Por lo que habíamos visto, allí debía mandar alguien poderoso y posiblemente no sería un goblin. En una de estas encontramos una zona bien construida, con pasillos regulares y puertas. Tras unas cuentas habitaciones revisadas sin problemas, toca una puerta que no parece de almacén o celda. Después de que el ladrón revisara posibles trampas, el bardo soplagaitas (o sea yo; el máster me daba un +2 en lugar del +1 habitual de la canción del bardo por la gran gaita de batalla que llevaba conmigo) abre la puerta. Y antes de que pueda preguntar al máster qué veo, JS entra.
Empieza la descripción: una gran sala rectangular, de techos altos, con un trono allá al fondo. Un «gran» goblin (el caudillo) al lado del trono y, sentado, un tipo demasiado grande para ser goblin con una túnica con capucha y un cayado. El cartel luminoso «soy mago y estos son mis esbirros» brilla como si fuera un casino de Las Vegas. El salón es tan grande que el mago nos puede freír a gusto antes de que lleguemos a su lado.
El cuadro en ese momento es el siguiente: el grupo se bate en retirada. El bardo sigue en la puerta, sujetándola. De hecho yo estoy con el brazo extendido y la mano cerrada sobre el imaginario picaporte. Miro a JS. JS me mira. Tiene el «la he cagado» escrito en la cara. Mira mi mano. Sabe lo que va a pasar a continuación. Y yo también, y no me va a poder reprochar nada. En el lío se ha metido él solito, por impaciente. Los errores se pagan.
Pues, no. Ocurre algo imprevisto: Pímer grita «cargo» y se lanza contra el mago. JS y yo nos miramos. JS con una gran sonrisa: acaba de renacer. En cuanto Pímer pasa por su lado le hace un gesto inequívoco al máster: «salgo de aquí por patas». Yo le hago otro: «en cuanto éste salga, cierro la puerta».
Mientras nos retiramos para reunirnos con el resto del grupo, oímos un «floaaaaashhhhh» y los gritos de Pímer. Nunca olvidaremos su sacrificio.