Fin de semana en Madrid, de frikivisita: había algo llamado Japan Weekend (como el Expomanga, pero algo más pequeño e igual de aburrido y lleno de gente) y Menxar y yo nos dejamos caer por allí para saquear el stand de Selecta. Había series a muy buen precio y no era cuestión de dejarlas pasar. El finde se cerró con algunas adquisiciones que han hecho que mi cartera aúlle (y no sólo la mía) y un dolor de piernas y un cansancio que me va a durar varios días, vaya. A ver si ya, por fin, esta semana retomo el ritmo en los blogs, aunque el fin de semana que viene empieza la temporada 2009-2010 de la Orquesta de Extremadura, así que ya se verá.
Hablando de la Orquesta de Extremadura, dio la casualidad de que el viernes hubo en Madrid un concierto homenaje al compositor y guitarrista cubano Leo Brouwer, dentro de todo un ciclo de conciertos y actividades con motivo de su 70 cumpleaños. Bajo la batuta del propio Brouwer teníamos en el programa Canción de Gesta, Concierto para violín y orquesta (siendo este estreno nacional), y en la segunda parte, Concerto da Requiem, su último concierto para guitarra y orquesta. La entrada era gratuita y nos encontramos situados entre las personalidades, con Teddy Bautista dos filas más atrás.
El concierto en sí fue un horror. Uno está acostumbrado a ir con la mente abierta y aún así encontrarme con piezas que no me gusten, como el concierto de Leshnoff de la temporada pasada, o bastantes de los discos del sello ECM que escuché en Tak. No le termino de encontrar la gracia al jazz y el blues me cansa en grandes dosis. Sin embargo, siempre (incluso con ciertas piezas minimalistas que espero no oír nunca más) hay una diferencia entre un no me gusta y un pero mira que es malo. Que no me guste es una aproximación respetuosa con la pieza y el compositor: el fallo es mío, por no apreciarla. Sin embargo, tanto el concierto de violín como el de guitarra de Brouwer son malos de cojones. El de violín podría encuadrarse de una forma pratchettiana como antimúsica: aquello contrario a la música, al otro extremo (de la misma forma que la sobriedad no es lo contrario de la ebriedad, sino su ausencia). Es un castigo inenarrable al oído y a los instrumentos, basado en la fealdad, la no armonía y la no transmisión de sentimientos. En el concierto de guitarra la orquesta siguió siendo maltratada, pero de una manera más tosca y banal, con una pobreza de recursos insultante y una total falta de sentimiento que lo deja sencillamente en malo. Y eso que la Canción de gesta, aunque simplona, había sido divertida y prometía una buena noche.
En fin, desconozco el talento de Brouwer como intérprete y como compositor en otros campos, pero como compositor para orquesta y como director de orquesta me decepcionó mucho. El tiempo que pasé en el auditorio podía haberlo aprovechado tomándome unas guinness o pescando atunes en el Manzanares. El fin de semana que viene nos resarciremos escuchando un violín sonar como un violín (no como el lamento de un gato despellejado vivo) y una orquesta sonar como una orquesta.