El pasado fin de semana entramos en la recta final de la temporada 2008-2009 con uno de los, a priori, conciertos más interesantes de toda la temporada, tanto por el programa como por el director y la solista. Y se cumplieron las expectativas: bajo la batuta del director surcoreano Nanse Gum (y bastantes músicos surcoreanos también infiltrados en la orquesta) disfrutamos de uno de los conciertos más bonitos de la temporada.
Ya desde la primera pieza se vio que estábamos ante una gran noche. Finlandia de Sibelius es una preciosidad y la orquesta la interpretó con soltura, aunque me dio la impresión de que la sección de viento empezó el concierto algo rígida. Continuamos con el Concierto para violín y orquesta en Re mayor de Tchaikovsky, una obra para lucimiento del solista. Sí, ya sé que es una frase manida, pero si hay un concierto compuesto para lucimiento del solista es este. La orquesta está para acompañar, arropar, dar unos momentos de descanso y realzar al solista, sin robarle protagonismo en ningún momento pero contando con pasajes bonitos, pegadizos incluso, donde la orquesta puede lucirse al máximo y unirse al solista, a la vez que le deja plena libertad para demostrar su virtuosismo; después de tanto concierto estridente y cacofónico moderno que llevamos esta temporada, escuchar una obra tan equilibrada y completa es como encontrar un oasis en el desierto.
Y como solista, la joven y menuda Jang Yoo-jin que, con un espectacular vestido rojo, parecía una frágil muñequita… hasta que empezó a tocar. Con fuerza, con pasión, con maestría, dejándonos mudos en nuestras butacas.
Para la segunda parte de este largo concierto tocaba la Sinfonía nº2 en Mi menor de Rachmaninov, compositor al que apenas conocía (nada más allá de su Concierto nº2 para piano y orquesta) y del que, de repente, me han entrado ganas de escuchar más obras. En su segunda sinfonía la orquesta suena como un todo, combinada con genial maestría. La orquesta resolvió con maestría la pieza. Nanse Gum supo aprovechar la habitual fuerza de la Orquesta de Extremadura en los movimientos más vivos y sacó un sonido limpio y cálido, lleno de emoción, que yo sólo lo había escuchado este año en el concierto de Rösner, en el Adagio.
En resumen, fue una gran noche, con un gran director, una gran solista, una gran orquesta (casi no cabían en el escenario, sobre todo los de cuerda) y un gran programa. La lástima es que, con tan buen concierto y el cartel de «no hay entradas» colgado, quedaran tantos asientos vacíos de abonados. Es una pena que hubiera gente que no pudiera ver el concierto cuando quedaron más de un centenar largo de butacas vacías.
Menxar y yo cada vez estamos más convencidos de que Esteban Morales es un maniático perfeccionista. Por otra parte, volvíamos a tener en la orquesta a Chiaki Mawatari, tuba habitual esta temporada (no sé si también en las anteriores). Siempre destaca porque el suyo es el único instrumento plateado en viento-metal, y una tuba no es, precisamente, algo pequeño. Hoy he encontrado, de rebote, su space.