Guardianes del Grial: Interludio

El Rey Pescador y la Doncella de Hielo tenían razón al advertir a Merlin de que, si despertaba a los Guardianes del Grial, posiblemente no lo estuvieran cuando debieran estarlo y el daño sería mayor. Así fue.

Estamos a finales del siglo VI, pocos años después de que Pírixis y Yaltaka se reintegrasen a sus respectivas estasis. El Arcano sin número, El Loco, ha perdido cualquier control que tuviera sobre el cristianismo. Las enseñanzas de Jesús han perdido su significado, convirtiéndose en una religión estatal, una herramienta de poder mundano que, a través de distintas iglesias, controlan (o se disputan su control) sociedades secretas humanas y arcanos nephilim. En este desolador panorama, El Loco decide actuar de nuevo, otra vez sacando un Gran Profeta y, otra vez, con los Renovadores detrás.

Recordemos que los Conservadores eran mayoría en el Arcano antes de Jesús. Sin embargo, antes de la Rebelión de Bar Kojba, El Loco se escindió: parte de los Conservadores se quedaron con los judíos, abandonando el Arcano y formando una nueva organización. Como resultado, los Conservadores en el siglo VI no eran más numerosos que los Renovadores y habían perdido gran parte de su influencia. Aun así, los Renovadores no dominaban el Arcano. Por ello, aunque ya tenían el profeta y las enseñanzas, les faltaba unir al Arcano en torno a este para conseguir un Gran Profeta y no uno de tantos cuyas enseñanzas se olvidan en una generación.

Necesitaban el Grial.

El Grial lo tenían (Yaltaka se lo había entregado en custodia a la Rama burocrática de El Loco), pero no tenían a los Guardianes. El simbolismo es muy importante: si a Jesús le habían reconocido los Guardianes del Grial, entregándole en Grial, a su profeta, para ser el siguiente Gran Profeta, debían reconocerle los Guardianes del Grial entregándole el Grial. Simple pero no sencillo: un chamán pueblerino y salvaje los había despertado antes de tiempo y ahora acababan de ser absorbidos por sus estasis. Ni todos los conocimientos y la magia del Arcano lograría despertarlos antes de cien años.

Lo que hicieron entonces los Renovadores fue lo habitual: retorcer un poco las cosas. Guardián del Grial, dijeron, es cualquiera que guarde el Grial. Pírixis y Yaltaka fueron los primeros, pero fueron seguidos por una orden de nephilim y humanos que veló por la reliquia hasta que se perdió cuando Nabucodonosor arrasó Jerusalén. Cuando los Guardianes originales aparecieron de nuevo, recuperando el Grial y devolviéndoselo al Arcano, esta orden de guardianes se refundó. Así, el de Arimatea, el Rey Pescador y el novatillo al que Yaltaka enmarronó eran Guardianes del Grial. Y, ¡qué casualidad!, el de Arimatea, que había sido el principal valedor del Arcano durante los años de Jesús, que había patrocinado al Bautista, que era quién inició a Jesús en los misterios del Arcano, que había localizado el Grial perdido y a los Guardianes originales (Pírixis y Yaltaka sólo habían tenido que seguir sus indicaciones, ¿sabes?; se habían limitado a ir adónde decía el de Arimatea y coger el Grial), el de Arimatea, digo, que había hecho todo esto, estaba despierto.

Así que al de Arimatea le tocó entregar el Grial a Mahoma, reconociéndolo como el siguiente Gran Profeta. Sólo que no todos estuvieron de acuerdo en que fuera un Gran Profeta porque los Guardianes originales no lo habían reconocido. Esta vez no fue un enfrentamiento entre Renovadores y Conservadores con la Rama en medio. Hubo nephilim que apoyaron la idea de Mahoma como Gran Profeta, hubo a quienes Mahoma no les gustaba y hubo otros que, simplemente, consideraban que no era el momento de un Gran Profeta o que, desde el fiasco de Jesús, un Gran Profeta era una mala idea. El resultado de esta desunión es que, como pasó con Jesús, todo quisqui se auto-invitó y metió baza: el Sumo Sacerdote, el Emperador, la Emperatriz, el Sol, la Rosa-Cruz, viejas sociedades iniciáticas arábigas…

Mahoma tuvo mucho más éxito que Jesús y sus enseñanzas llegaron razonablemente puras a muchísima más gente, pero el resultado final fue más o menos el mismo: castas sacerdotales detrás de las cuales había o se pegaban diversas sociedades secretas se hicieron con el control de la Palabra, ocultándola a los fieles, que lo único que consiguieron fue un yugo más grande y más pesado.

Cansados de que todo intento de profeta fuera usurpado y pervertido por otros, un grupo de nephilim del Arcano, entre los que estaba el de Arimatea (con el Grial en su poder) llegaron a la conclusión de que El Loco había perdido el camino al dar la espalda al Grial como fuente de conocimientos y piedra angular del Arcano y reducirlo a un mero papel de símbolo religioso. Este grupo se autodenominó la Raíz.

Se unieron a un grupo de los Conservadores que había vuelto sus ojos hacia el culto creado por uno de los suyos y que, perseguido por todos, permanecía bastante puro. Era la religión fundada por Manes, un profeta considerado menor ya que no había sido «elegido» por el Grial (como sí lo fueron Jesús y Mahoma, y gran parte de los profetas del Antiguo Testamento). De la unión de la Raíz y los conocimientos del Grial que logran traducir, de los Conservadores y de las enseñanzas de Manes surgirían durante la Edad Media las principales corrientes del gnosticismo cristiano: paulicianos (Imperio bizantino, siglo VIII), bogomilos (Bulgaria, siglos X y XI) y cátaros. Perseguidos por los poderes mundanos y ocultos, cada una es evolución de la anterior, tanto en doctrina como temporal.

El catarismo tuvo un gran auge en el Languedoc y la región de Albi durante los siglos XI y XII y fue apoyado y defendido por muchos nephilim, que vieron en la unión de la doctrina cátara y la cultura del Languedoc una reedición del Reino del Verano de Arturo Pendragón. En ciertos aspectos, fue así: el amor cortés y la caballería idealizada, la convivencia de los Perfectos cátaros con los nephilim, el despertar de muchos nephilim que vivieron durante el reinado de Arturo, el resurgir de viejos núcleos de poder crean un clima de cooperación muy similar al vivido en Camelot.

Sin embargo, la Iglesia Católica, como poseedora de la Verdad Última (también llamado el Chollo Supremo) no puede estar quieta ante estos desmanes. Ya en el pasado tuvo que luchar con arrianos y mitraditas, luego con ortodoxos y celtas, luego vinieron los musulmanes… una doctrina tan distinta a la suya, que prometiera salvación y no castigo, con una estructura difícil de corromper no podía dejarse suelta, así que fue combatida desde el principio. Roma empezó enviando, entre 1177 y 1203, diferentes misiones y legados pontificios que instaron a los cátaros a retractarse de su error, que contaron con la más soberana indiferencia como respuesta. Santo Domingo de Guzmán y Bernardo de Claraval, el reformador del Císter (y templario que organizó la transición del Antiguo al Nuevo Temple), fueron algunos de los enviados papales que intentaron convertir a los cátaros.

En 1198 se nombra Papa a Inocencio III, un ambicioso, instruido y calculador pontífice que consagró toda su vida a convertir al sucesor de San Pedro en el más grande poder (espiritual y terrenal) de la Europa cristiana. Inocencio III nombra legado a un amigo personal, Pedro de Castelnau. Éste consigue, en apenas cinco años, algunas victorias contra los cátaros, pero también solivianta a toda la Iglesia francesa con sus ataques (incluso con amenazas de excomunión) al arzobispo de Narbona y obispos cercanos. Termina excomulgando al conde Raimundo VI de Toulouse. Con tal colección de enemistades, Pedro de Castelnau es asesinado el 8 de enero de 1209.

Es la excusa que necesitaba el Papa. Se nombra un nuevo legado, Arnaud Amaury, peor que el anterior, que comanda la expedición de castigo, la cruzada contra los albigenses. Es la primera cruzada contra cristianos y la primera que se usa única y exclusivamente como herramienta política por el papado. Felipe Augusto, rey de Francia, que ya antes se había negado a participar en ninguna guerra contra el Languedoc, ha de dar permiso a sus señores vasallos a participar en la cruzada.

El ejército de aventureros y mercenarios al mando de Amaury entra por oriente, desde Béziers, a sangre y fuego: 20.000 muertos en Béziers, a la orden de Amaury de «matadlos a todos. Dios ya reconocerá a los suyos». Pese a la intervención de Pedro II de Aragón, los cruzados llegan hasta Carcasona donde, por medio de la traición, capturan y matan a Raimundo Roger Trencavel.

Un aventurero fanático, avaricioso y sin escrúpulos, Simón de Montfort, se hace cargo del feudo de Trencavel y continúa la cruzada con mayor dureza, mutilando a los defensores que se rinden, quemando a los cátaros que no se convierten (nota curiosa: parte del ejército de Simón de Montfort participó en la cruzada española que culmina en las Navas de Tolosa en 1212; sin embargo, abandonaron la expedición antes de la gran batalla porque el rey castellano no les dejaba arrasar las ciudades conquistadas, matar a los judíos ni quemar a nadie).

El conde Raimundo VI se había mantenido al margen, intentando que la Iglesia le levantara la excomunión. Exasperado, se levanta en armas en 1211, dando lugar a la segunda cruzada.

En 1213 se produce la tercera. Esta vez Pedro II de Aragón participa activamente en ayuda de sus vasallos del Languedoc, pero es derrotado por el de Montfort, muriendo en la batalla. Simón de Montfort es dueño de casi todo el Languedoc.

Sin embargo, su gobierno es tan cruel que en 1217 estalla la revuelta. En julio de 1218 Simón de Montfot muere en un nuevo asedio a Toulouse. Inocencio III ya había muerto en 1216. Cuando en 1224 Raimundo VII de Toulouse y Roger Bernardo II de Foix reconquistan Carcasona, el Languedoc parece regresar al mensaje de caridad, amor y esperanza de los cátaros.

Craso error. Luis VIII, rey de Francia, es mucho más ambicioso que su padre, Felipe Augusto, y consigue lanzar otra cruzada, por razones principalmente expansionistas, de 1226 hasta la rendición de Raimundo VII en 1229.

A partir de esta rendición, la Inquisición entra a saco en el Languedoc con muy brutales métodos, incluyendo la exhumación y quema de cadáveres, aplastando sin miramientos cualquier indicio de rebeldía.

Los cátaros se refugiaron en la fortaleza de Montségur, desde donde, dirigidos por Pierre-Roger de Mirepoix, lanzan algún que otro golpe contra las autoridades locales. Uno de ellos, el asesinato de todo el cuerpo inquisitorial de la ciudad de Toulouse en 1242, supuso el lanzamiento de la quinta cruzada: más de siete mil hombres bajo el mando del senescal de Carcasona Hugues de Arcis sitian el Montségur en la primavera de 1243.

Dentro del castillo está el Grial y los últimos restos de la iglesia cátara. También hay numerosos nephilim, aunque muchos, la mayoría, han ido abandonando el Languedoc estos últimos años, por las guerras y el abandono, cuando no hostilidad directa, de los grandes Arcanos.

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2 comentarios para “Guardianes del Grial: Interludio

  1. Si es que nos tomamos un descansito y mira la que arman; y lo mejor es que cuando nos despiertan es para toparnos de frente con el lío, se ve que las estasis tienen un cartelito que pone «despertar en caso de emergencia».

  2. En cierto modo es así. Lo que el cartelito no pone, me temo, son los efectos secundarios que puede provocar despertaros.

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