Éramos malos, malos, malos y era en Warhammer. Un grupo de lo más variopinto, que incluía un par de elfos oscuros, un viejo enano del caos, algún guerrero del caos, algún humano y un largo viaje por delante: cruzar el Viejo Continente de este a oeste. Estábamos pensando cómo obtener fondos para semejante viaje (¿buscar trabajitos por el camino? ¿Ofrecernos como mercenarios y escolta a alguna caravana?) cuando caímos en la cuenta de que la posada donde estábamos hospedados era una señora posada y la familia que la regentaba, sin duda alguna, adinerada.
Entonces, surgió un perverso plan (para eso éramos los malos).
El mago, con mucha labia, les convenció de que su anillo era mágico: cogía una imagen de lo que tenía delante y la dibujaba en papel (¡Oooooh!), así que se ofreció a hacer un retrato de la familia como parte del pago por nuestra estancia, o algo por el estilo. El anillo en cuestión sí era mágico: de los que llevan Este lado hacia el enemigo grabado en él.
Así que imagínense ustedes al mago con el brazo derecho, con el anillo, extendido, un ojo cerrado, y con la otra mano dando indicaciones: Júntense un poco. Más a la derecha, que no sale. Sonreíd. Decid «Patata».
Y, ¡fushhhbouum! Bolón de fuego y familia a la brasa. Rápido e indoloro. Bueno, bastante rápido. Luego saqueamos a conciencia el local y nos llevamos, de paso, algunos buenos caldos de la bodega por los que esperábamos sacar un dinerillo extra en occidente.
Durante el viaje nos hicimos pasar por estudiantes de la universidad (no me acuerdo de cuál), así que nos referíamos jocosamente a los fondos que obtuvimos de la posada como nuestra beca de estudios. Beca de estudios que, entre otras cosas, pagó saunas, baños, barbería de lujo…
Creo recordar que la hija de los posaderos, en edad de merecer y bastante guapa, tuvo un final bastante más macabro: teníamos en el grupo un guerrero del caos con cabeza de tigre, alas y no sé cuántas mutaciones más que era un pelín… salvaje.