Salíamos Fixer y yo de tomarnos unas copas en el Forlon Hope cuando un par de francotiradores de los Monjes Altos empezaron a vomitar plomo desde la terraza del edificio de enfrente. Nos cubrimos como pudimos tras un vehículo mientras a nuestro alrededor volaban esquirlas, plomo, cristales… Desventaja de altura y con unas inútiles pistolitas (bueno, una AMT 2000 o similar Fixer, una Superjefe yo) pintaban bastos.
Estaba pensando si sería capaz de llegar a la furgo, aparcada algo más abajo, sin que me friesen, cuando Fixer se dirigió a los parroquianos del Forlon, que se habían asomado a ver el espectáculo, y demostró, una vez más, por qué era el fixer de fixers, el arreglador de arregladores, el genio de los bajos fondos:
—¡Diez mil al que me los baje!
Acto seguido la entrada del Forlon se convirtió en un volcán y los Monjes Altos caían deshechos (me imagino que también todo aquel que viviera en el último piso, de paso) mientras yo sacaba un par de buenos habanos. Luego, se pagó religiosamente y para casa. Problema resuelto.
En Cyberpunk hay que hacer las cosas con estilo.