Si, tras ver a Benjamin Schmid, Charles Wetherbee y Hugh Marsh, pensaba que los violinistas están algo locos, Barnabás Kelemen no hizo sino confirmármelo en el concierto, quinto de la temporada, del sábado pasado en Badajoz. Con una gran complicidad con el director, Jesús Amigo, y la orquesta, nos cautivó con un hermoso y cálido Mozart (Concierto para violín nº 4 K.218 en Re M.) y nos maravilló con la ejecución enérgica (casi diría violenta) de Aires bohemios de Sarasate. Con el postre ya directamente tuve que recoger la mandíbula del subsótano. Leo que tocó con un violín Guarneri del Gesú de 1742
Con la segunda parte (versión orquestal de Schoenberg del Cuarteto para piano n.1 de Brahms) la orquesta recobró protagonismo. Es una obra de mediados del siglo pasado que presenta mucha instrumentación. Teníamos ración extra de todo: cuerda, viento madera, metal, percusión… Ha sido la primera vez que he visto un clarinete bajo. La pieza en sí me dejó un poco frío. Tiene partes que están muy bien, con garra, pero otras son más anodinas y tiene un par de toques demasiados modernos para mí. Gustos aparte, es una obra para lucimiento de la orquesta y disfrutamos mucho con ella.
Hablando de la orquesta, repetía como concertino Juan Luis Gallego, que ya lo fue en el concierto de Leshnoff. Tuvimos un trompa infiltrado (eran cinco, pero el programa sólo nombraba a cuatro) y unos leotardos morados en la sección de percusión. Fue, en todos los aspectos, una noche muy divertida.