El teniente de navío Walter White era el oficial de puente de mayor edad del Ícaro y llamaba la atención. Era un hombre de mediana estatura y complexión delgada, de gestos comedidos y pocas palabras. Tenía la piel, negra como todos los daevar, envejecida prematuramente por los elementos; el cabello muy corto y una eterna mirada melancólica en sus hermosos ojos azules. Siempre iba inmaculado, con el uniforme abotonado hasta el cuello, guantes y gorra. En los días más calurosos (casi todos, en una nave con problemas de sobrecalentamiento crónico), llevaba un pañuelo bajo la gorra.
El teniente de navío Walter White era el oficial del Ícaro más temido y repudiado por la tripulación. No era un problema de racismo: el comportamiento del teniente estaba muy alejado de la prepotencia y superioridad que se presuponen a los daevar. Era que la gente a su alrededor enfermaba y moría. Lo llamaban «el problema del teniente» y, entre otras cosas, era responsable de que el oficial fuera el único, junto con el comandante, en tener un camarote propio. Con un sistema de ventilación especial.
El misterio rodeaba al teniente y su problema espoleaba aún más la imaginación de la tripulación. ¿Qué hacía un daevar de, a juzgar por su educación, Togarini en la armada de Lucrecio? ¿Por qué era sólo teniente a sus cuarenta años? Su historial era sólo conocido por el comandante que, como con todos los demás, guardaba un absoluto silencio, pero eso no había impedido las especulaciones.