—¡De verdad que lo lamento, hime-sama! La cena con los notables es esta noche. Por el correo de vuestro padre, os esperábamos hace cinco días.
Diez días habían tardado Ishikawa Reiko y su escolta en hacer el trayecto entre el Segundo Castillo y la ciudad de Aimi. Para lo que de normal, por la carretera principal, se hacía en tres o cuatro días a caballo, ellos habían invertido casi el triple por el camino del oeste. La aventura del hijo del hatamoto tenía la culpa principal del retraso, pero los torrentes crecidos, el tiempo errático, las pocas casas donde cobijarse y lo corto de los días se habían conjurado para retrasarles lo indecible. Y ahora, cuando, cansados, ateridos, doloridos y polvorientos, habían llegado a la casa de la madre de Reiko, deseando un baño y la compañía durante muchas horas de un acogedor futón, Manobu el mayordomo, postrado en el camino de entrada, echaba por tierra sus esperanzas y anhelos.
Fue la joven Nakamura Nobi quien reaccionó primero, pidiendo a las damas y criadas de la casa que preparasen un baño y llevaran el equipaje al ala de los señores. Hosoda Genji y Nakamura Ken tuvieron que contentarse con los baños públicos, so pena de recibir a los invitados oliendo a sudor y a caballo. Cuando volvieron, encontraron todo su equipaje y sus armas en la habitación del séquito y dos criados esperando para vestirles con las mejores galas. El veterano Ken no pudo evitar una sonrisa melancólica: cuando venían con el daimio, no menos de veinte samuráis dormían en aquella enorme sala.
Los invitados empezaron a llegar poco antes de ponerse el sol: samuráis notables de la ciudad y los alrededores, familiares lejanos, algunos ricos burgueses y los señores Fujimura y Washamine, los dos oyabun de la yakuza más poderosos. Una extraña mezcla de invitados debido a las peculiaridades de Aimi, la ciudad del vicio.
La última en llegar fue la señora de la ciudad, Shigeko Kaoru, en palanquín y escoltada por doce samuráis. La prima de Reiko era una hermosa joven de 21 o 22 años de edad, viuda desde hacía año y medio. Vestía un hermoso kimono con un colorido motivo floral y llevaba un maquillaje juvenil y muy llamativo que contrastaba con los ropajes invernales del resto de los asistentes. Tan pronto bajó del palanquín, corrió de forma nada protocolaria a abrazar a su prima, momento en el que el veterano Nakaruma pudo ver el tanto de hoja corta que llevaba oculto en el obi.
Ya todos presentes, pasaron a la sala de recepciones. Presidían Reiko y Kaoru. Chiba Isshin, el apuesto guardaespaldas de Kaoru se sentó a su izquierda, seguido de Manobu el mayordomo y el señor Washamine. A la derecha de Reiko estaban Nobi, su padre, Hosoda Genji y el señor Fujimura. Y así hasta veinte invitados por lado, algunos con guardaespaldas tras ellos. Los criados trajeron las bandejas con la comida, productos de las tierras de los Ishikawa para mostrar la fertilidad de sus campos y los suficientes ingredientes exóticos para exponer la riqueza sin caer en la ostentación. Los naturales recelos se fueron derritiendo gracias al sake, claro como el agua, y a las geishas que lo servían y pronto conversaban todos con naturalidad. Aunque sólo Nakamura Ken había asistido antes a estas cenas, pues llevaba veinte años de escolta, primero del padre y luego de la hija, los tres escoltas de Reiko conocían la ciudad, así que hablaron con ganas con sus vecinos de cena, enterándose de muertes, nacimientos, bodas y otros acontecimientos, información que luego les sería requerida por familiares y amigos a la vuelta a casa.
Hosoda, sentado junto a los oyabun, fue quien más habló con ellos, descubriendo que los poderosos señores de los bajos fondos podían ser tan educados como el más grande samurái y tan bastos como el más bajo campesino en la misma frase. Washamine controlaba gran número de prostíbulos y geishas del barrio de las luces, mientras que Fujimura hacía lo propio con salas de juego, tabernas y teatros. El primero tenía una hija de dieciséis años y Hosoda y él estuvieron implícitamente de acuerdo en que sería bueno que Reiko y ella se conocieran: pese a la diferencia de status social, ambas tenían obligaciones parecidas.
Los dos Nakamura, padre e hija, se centraron más en Kaoru, sorprendidos por su ropa y maquillaje y por la presencia del tanto oculto. Sospecharon que podría tener una relación indecorosa con el apuesto y joven guardaespaldas, Isshin, que había tomado el puesto en otoño, tras retirarse su predecesor a un monasterio. Pero tal sospecha se fue disipando conforme el sake corría y un desinhibido Isshin empezaba a tirarle los tejos a Nobi.
Ishikawa Reiko, por su parte, se comportó como se esperaba de la heredera del dominio de los valles de Minako-hime. Aunque aún no lo era oficialmente, el padre le había prometido nombrarla como tal en la próxima festividad del florecimiento de los cerezos y la joven se había tomado muy a pecho su papel de futura heredera, hasta el punto de colocar su katana en el lugar de honor del salón, bajo el mon de los Ishikawa. Trató con gran respeto a sus visitantes, preguntando cuando debía, alabando lo justo y calculando el tiempo que le dedicaba a cada uno para que nadie pudiera sentirse insultado y, al final, apenas pudo hablar con su prima de temas personales.
Llegó un momento en que el cansancio acumulado del viaje le pasó factura. Los muros de su mente cedieron y empezó a recibir pensamientos y sensaciones fugaces de los invitados (incluyendo pensamientos lascivos, tan nítidos y fuertes que pudo identificar su fuente, un joven samurái del fondo; más tarde pediría a Nobi que averiguara quién era). Reunió toda su fuerza de voluntad para no traslucir ni el dolor que sentía ni la incomprensión ante lo que sucedía, pero su prima y sus escoltas notaron que algo le ocurría.
—Prima, debes estar cansada por el viaje. Vete a descansar: ya es tarde y nadie podrá reprocharte nada.
—No. Yo soy la anfitriona, así que me quedaré hasta el final.
Kaoru sonrió ante la respuesta. Unos minutos después, se le escapó un sonoro e indecoroso bostezo que llamó la atención de todos los presentes. Pronto, otros invitados (los más pelotas) hicieron públicas muestras de cansancio y al poco ya estaban todos levantándose para irse.
—Me llevo a los borrachos, prima. Te dejo el resto.
La dama Kaoru cumplió su palabra y arrastró consigo a los invitados. Los criados fueron recogiendo y limpiando, Reiko y Nobi se retiraron a descansar y los samuráis de la casa pudieron sentarse y relajarse un rato servidos por las últimas geishas. Ken aprovechó para preguntar a Manobu el mayordomo por Isshin y el retiro de su predecesor.
—Nada se sabe con certeza, Nakamura-sama. Pero hay rumores insistentes que dicen que la dama Kaoru ha sufrido varios intentos de asesinato en los últimos meses. Uno, al menos. El retiro del antiguo guardaespaldas de la señora coincidiría con estos supuestos ataques.
Bien entrada la madrugada, las geishas, Mariko y Remi, se despidieron.
—¿No lleváis escolta? —se extrañó Hosoda.
—Se fueron con nuestras compañeras. Pero el camino del río es tranquilo en esta época del año: hace mucho frío para los duelos.
—Iré con vosotras. Sería descortés dejaros solas habiéndoos quedado más tiempo del estipulado para hacernos compañía.
—Yo también voy. Necesito tomar el fresco —dijo Nakamura Ken.
Sakura, un cuento de Lannet 1×02. Con Hosoda Genji (guerrero acróbata), Ishikawa Reiko (guerrero mentalista), Nakamura Ken (maestro de armas) y Nakamura Nobi (sombra).