Día 21. Entramos en el último tercio del desafío con una pregunta que da para el flame y tirarnos los trastos a la cabeza. A mí me coge ya mayor para entrar en estas discusiones. Cada cual que juegue a lo que quiera, que hay gustos para todo. Un buen máster puede abstraer el sistema o usarlo de forma que te encante, por más que experiencias anteriores hayan sido un desastre o las propias bases del juego nos produzcan sarpullidos.
Sin embargo, hay algo que, por mucho que viva, jamás alcanzaré a comprender: el bum de Vampiro en los años 90, como sólo se jugaba a Magic y Mundo de Tinieblas (Vampiro, principalmente), ignorando al resto de juegos del mercado. Quizás el bum del D20 fuera algo similar, pero mientras que el primero me cogió, más o menos, en mi propio bum rolero personal, en el segundo ya estaba de misionero en tierra extraña intentando formar un grupo con el que tener una partida semanal y ni me enteré de su existencia hasta varios años después.
Desde mi punto de vista de entonces, Vampiro tenía un sistema que era un horror estadístico y que era narrativo por lo que era. El sistema de creación de personaje era a base de clases (llamadas «clanes») tan rígidas como en el venerable AD&D y las mesas se llenaban de «el brujah, el gangrel, el ventrue» como en otros juegos eran «el guerrero, el clérigo». La ambientación me resultaba asfixiante, sin margen de maniobra para los jugadores y sin mucho sitio para que el máster montara sus aventuras.
No es menos cierto que nunca tuve un buen máster de Vampiro y que, por aquel entonces, yo era joven e inexperto. Bueno, joven, joven, igual no tanto. Yo no empecé a jugar hasta la universidad. Una vez descubiertos los juegos de rol, jugué a todo lo que pude (ventajas de estar en un club bien nutrido de manuales y de másters). Quizás era demasiado novato para apreciar las bondades de Vampiro frente a MERP, AD&D, Cyberpunk, Comandos de Guerra, Pendragón y tal. También es posible que madurara demasiado rápido, pues poco después encontré Nephilim y, después de leer Selenim, Vampiro me ha parecido un luminoso juego de superhéroes metrosexuales haciéndose los atormentados.
En todo caso, nunca he podido entender el éxito que tuvo. Es decir, por la temática y la época, es normal que se vendiera y que se jugara, pero monopolizar las mesas y las estanterías como lo hizo… Jamás lo entenderé.