El Ícaro — La caída de Nidik, primera parte

Segundo comandante Edana Conway

Diario personal

Me resulta difícil decir si podríamos haber actuado de otra forma. Mantenernos al margen y no involucrarnos como lo hicimos. Si habría cambiado nuestro futuro o si nuestro destino ya estaba escrito desde que abandonamos Lucrecio, hace ya una vida.

Tras la extraña explosión que derruyó parte de las murallas de la orgullosa ciudadela de Nidik, el comandante O’Hare decidió ofrecerles ayuda humanitaria. No teníamos mucho que ofrecerles, más allá de ayuda médica y de ingeniería, pero el comandante quería afianzar lazos con nuestros vecinos, de los que esperábamos obtener la lona necesaria para reparar la cubierta del dirigible y provisiones de boca, que descendían a ojos vista. Creo que también albergaba la sospecha de que el grupo del capitán Paolo tuviera algo que ver en la misteriosa explosión, por más que nada dijeran en su informe.

El ingeniero jefe, Rayner Lute, se ofreció voluntario para ayudar con la reconstrucción de la fortaleza. Fue una sorpresa para todos, pues desde que descubrimos la base que ahora nos cobija parecía que nada más existiera para él. El comandante aceptó el ofrecimiento, pero le asignó una fuerte escolta, formada por Zoichiro y Patrick Ivarsson. De los informes del capitán Paolo sabíamos que la presencia del duk’zarist puede levantar recelos entre la población local o incluso algo peor, pero la presencia de un asesino con capacidades sobrenaturales nos obliga a extremar las precauciones: Lute es el único que puede llevarnos a casa. Completaban el grupo el profesor Jorgen Forgen, que es quien mejor habla el idioma local, el profesor Smith, naturalista y nuestro mejor rastreador, y la señorita Sassa Ivarsson, la civil rescatada en el desierto.

Las órdenes llevadas por Lute eran las siguientes:

1) Ayudar en la reconstrucción de la ciudad y estrechar relaciones con los nativos.

2) Localizar a Ffáfner, el comerciante, que desapareció tras el intento de asesinato.

3) Encontrar y neutralizar al asesino, a ser posible capturándolo vivo para interrogarlo.

4) En cuanto la situación lo permitiera, el capitán Paolo debería volver a Caer Dubh para interrogar al padre Mario, pues pertenece a la Iglesia de Finisterra y sospechamos tenga algo que ver con los asesinos.

El esperar al equipo de Lute retrasó a Paolo y White un día que resultaría crucial, pero también permitió a los heridos descansar y recuperarse e incluso que celebraran una pequeña fiesta de cumpleaños a Dragunov. Al caer la tarde, un quinto de nuestras fuerzas estaba en la ciudad de Nidik, incluyendo un tercio del destacamento de Wissenschaft: el capitán Paolo, Renaldo, Kuro, Su Wei, Zoichiro e Ivarsson; de la tripulación, el ingeniero jefe, Rayner Lute, y el oficial de derrota, Walter White, tercero y cuarto en la cadena de mando respectivamente, y el artillero Dragunov; del equipo científico estaban Ryan Smith y Jorgen Forgen, acompañados por la civil Sassa Ivarsson.

La búsqueda de Ffáfner

A Dragunov, Smith y Su Wei se les encomendó encontrar al comerciante enano, partiendo de su última ubicación conocida, esto es, la posada Los Colmillos del Gato, del también desaparecido Ostakker Tres Cicatrices. Un primer reconocimiento les permitió encontrar una trampilla oculta en un barril vacío que daba acceso al subsuelo de Nidik: antiguos sótanos y salas, estrechos pasadizos bajo las calles y siguiendo las murallas hasta un riachuelo subterráneo, por donde accedieron, vía conducto de ventilación, a un amplio bulevar que cruzaba bajo la ciudad desde el Valle del Ojo hacia la costa. Dos carriles por sentido, vías de acero, paseo central, algunos callejones laterales y edificios de tres y cuatro plantas (viviendas, salas grandes con pupitres y pizarra, tiendas y talleres en la planta baja…), todo ello excavado en la roca, bajo techo abovedado de hormigón. Misma arquitectura que la Ciudadela Alta donde hemos encontrado refugio y que nos lleva a pensar que en esta isla hubo toda una metrópolis subterránea en el lejano pasado.

En el bulevar, a un par de kilómetros hacia la costa, encontraron a Ostakker, a su familia y a Ffáfner. El posadero conocía los túneles y había labrado el paso desde el bulevar a los subterráneos de Nidik y también hacia el puerto, pues resultó que compaginaba el aburrido trabajo de tabernero con el más emocionante empleo de contrabandista. Ostakker, batidor en la Guerra de Religión, era un experto trampero que se guardaba bien sus espaldas y a nuestro equipo le costó lo suyo salir indemnes de aquel laberinto. Además, pronto descubrieron que alguien les seguía. Quizás, pensaron, habían atraído al tipo que derrotara a Paolo, Kuro y Renaldo. No tuvieron tal suerte: era otro asesino, aunque igualmente hábil con la espada. De no ser por Su Wei, Dragunov habría acabado sus días en aquel bulevar.

Ffáfner estaba malherido, había perdido una pierna, pero cualquier intento de rescate tuvo que esperar. Algo se acercaba a la isla, algo grande, con motores y volador. Se acercaba por el lado de Nidik, por levante. No podía verlo (aún sin niebla) desde la torre de control de la base, a poniente del Valle del Ojo y apenas me servían los aerófonos que Dragunov me instalara el día anterior, así que el grupo tuvo que seguir hasta el puerto, trocada su misión de salvamento en una de reconocimiento.

El puerto resultó ser una serie de cuevas en el acantilado, unidas entre sí y con salida a la superficie, donde había una aldea. Las cuevas tenían portones de madera que cerraban sus bocas, raíles y pescantes para recoger a los barcos, bancos de trabajo, almacenes… y barcos. Barcas grandes y un par de barcos largos, todos peculiares, como no podría haber sido de otro modo.

En el puerto encontraron un marinero preparando una de las barcas que resultó ser un cómplice de los asesinos. Aprovecharía la confusión para escapar.

Llega la Máquina

¿Qué confusión? La que se montaría cuando lo que se acercaba a la isla atacó la aldea. Un grupo de aldeanos buscaron refugio en el puerto, perseguidos por el enemigo: eran moscardones mecánicos, similares a los que Dragunov encontrara en el complejo bajo el Pico del Hada días atrás, cosa de una veintena. Y fuera había más, muchos más. El artillero y Su Wei intentaron contenerlos mientras Smith cerraba las puertas. Era imposible enfrentarse a todos.

—¡Cuidado! Se rreparan eios solos. Hay que destrruirr un cristal que ievan en el abdomen. Hay que avisarr al capitán.

El aviso llegaría tarde. El enemigo, terrible como una plaga de langosta, alcanzó la ciudadela de Nidik pocos minutos después. El pánico cundió en la ciudad, para sorpresa nuestra. Los guardias tiraban sus armas y huían, la gente corría llorando o se tiraba al suelo. Nadie intentó organizar una resistencia ni coordinar la huida. Incluso Bodoni, el capitán de la guardia, que no se había inmutado cuando, un par de horas antes, el primer asesino había vuelto a aparecer para, esta vez sin suerte, ser abatido por nuestros hombres, había arrojado sus armas y esperaba la muerte. Paolo y Lute intentaron hacer reaccionar a la gente, pero sólo obtenían la misma respuesta:

—¡La Máquina! ¡Es la Máquina! ¡Estamos muertos!

Nuestra gente estaba en el patio-cementerio, el que fuera destruido al hundirse las catacumbas por la misteriosa explosión que, el día antes, casi había matado al capitán Paolo, a Kuro y a Renaldo. En las operaciones de desescombro organizadas por Lute habían accedido a la celda donde se había producido la explosión. La pared del fondo había cedido, dando acceso a una sala que se extendía bajo el templo y que tenía un amplio pozo en su centro. Era un pozo de sacrificios: los antiguos habitantes de Nidik habían arrojado a su interior a centenares de víctimas y sus huesos se acumulaban en el fondo, una amplia sala que, a través de unas puertas dobles y unas extrañas escaleras de escalones metálicos, daba al mismo bulevar que había seguido el grupo de Dragunov.

Era una vía de escape. Paolo ordenó a sus hombres retener al enemigo mientras Lute y Jorgen guiaban a todos los nativos posibles al bulevar. Si sólo hubieran tenido enfrente a los drones lo hubieran conseguido. Pero entre ellos había un enemigo más poderoso. Humanoide, de andares rígidos y muy parecido a aquella cosa que Kuro encontrara en la celda y causante de la explosión.

—¡Tecnócrita! —gritó la gente. Técnócrita.

Con andar lento y majestuoso cruzó las derruidas murallas. Telequinético poderoso, rechazó sin problemas a todo el que le salió al paso. Paolo y su grupo tuvieron que retroceder hasta la derruida celda. Sassa Ivarsson, la civil que rescatamos en el desierto, dio un paso al frente. Era también telequinética y pudo levantar una barrera que detuvo al tecnócrita y a su drones. Durante un momento, antes de caer fulminada ante el asalto mental del tecnócrita, pero lo suficiente como para que el resto de los civiles y nuestra gente pudiera bajar por el pozo. Renaldo la pondría a salvo. Paolo, siempre el último, golpeó con su martillo sagrado el inestable techo de la celda, provocando un derrumbe que cubriría su retirada.

—¡Por los clavos de Cristo! ¿Qué son esas cosas?

La Máquina, la maldición de este mundo. El horror que ojalá no hubiéramos conocido.

Odio tenerr razón

El grupo de Dragunov retrocedió hasta el refugio de Ostakker guiando a su propia comitiva de refugiados, una veintena de personas. Al pasar por el muelle donde encontraran al marinero y su barca vieron que ésta había desaparecido y el portón, al final de un camino descendente, estaba destrozado. Sin poder contener su curiosidad, Su Wei se asomó. No era para menos: estaban a más de 3000 metros sobre el nivel del mar.

Lo que vio le quitó el aliento

—Dragunov, ¿qué decías de que podíamos estar en una isla flotante?

Ynys Mawr, la Isla Grande. 52 kilómetros de longitud por veinticinco de anchura. 6000 metros de quilla a perilla. Volando a mil metros sobre el mar. A menudo sitio nos ha traído, señor White.

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