Blitzkrieg

Nadallas Bonnine, matrona de la Casa Nurbonnis, había orado ante el altar de Lolth durante horas los últimos días. Al final sus augurios le presagiaban el éxito en el ataque a la Casa Millithor. Los términos de las pasadas afrentas hacía siglos que habían sido olvidados: al parecer fue una suerte de discrepancia entre nobles que se saldó con el asesinato de un miembro de la familia Nurbonnis a manos de Millithor. Evidentemente los Millithor cuentan una historia similar pero intercambiando el apellido del asesino por el del asesinado. Eso no importaba en absoluto, lo único digno de mención es que las consecuencias eran una serie de asesinatos de nobles entre las dos familias que se habían sucedido durante dos mil años. Irónicamente la mayor parte de los asesinos fueron contratados por miembros más jóvenes de cada bando para escalar peldaños en la escala social de sus respectivas familias, pero cada cabeza que rodaba era achacada a la familia rival para depurar responsabilidades.

Así es como Nadallas ascendió al grado de ama matrona, asesinando a su propia madre y vertiendo las culpas sobre los Millithor. Ahora era el momento de que la charada quedase atrás. Debía consolidar su poder y asegurarse de que sus hijas no conspiraban contra ella, y la mejor forma era eliminando definitivamente al chivo expiatorio rival. Sin una Casa Millithor, no se podrían cometer asesinatos tan fácilmente.

Resuelta, Nadallas Bonnine se enfundó su armadura negra. Arañas vivas la recorrían para sentir los «besos» de Lolth en su piel. Dos robustos machos, cegados a fuego, la ayudaban a cubrirse con la metálica piel de batalla. Eran antiguos patrones de la casa, que una vez desechados habían conservado sus miserables vidas a cambio de una existencia esclava como mudos y ciegos eunucos al servicio de su otrora consorte. Ungían con óleos el cuerpo cincelado que antaño habían disfrutado, mientras un escalofrío les recorría el cuerpo al recordar el tormento del día en que cayeron en desgracia y la matrona se cansó de su compañía. La matrona Nurbonnis siempre buscaba machos fuertes para producir descendencia robusta, pero ahora se había inclinado por la magia arcana más destructiva, eligiendo a un mago de guerra como su actual patrón.

Las correas se ceñían sobre la piel de ébano de Nadallas, que recordaba las palabras de su oscura diosa: «La Reina Araña está hastiada de este enfrentamiento y sólo la casa más fuerte perdurará». Para Nadallas el sentido de estas palabras era claro, pues la Casa Nurbonnis ocupaba el vigésimo primer escalafón de la nobleza de Menzoberranzan, mientras que la Casa Millithor ocupaba el vigésimo quito. Era claro cuál era la Casa más fuerte, la suya. Si posponía el ataque esto podía cambiar, por lo que se dispuso para la guerra.

 

Pernictal, actual patrón de Nurbonnis, había alcanzado la más alta calificación de su promoción en Sorcere, seguido muy de cerca por Krécil. La rivalidad entre ambos había durado los treinta años que pasaron en Sorcere, desde el primer día. Ahora Pernictal se enfrentaría por última vez a su némesis, para dejar claro quién era el más fuerte. Corría el rumor de que Krécil había puesto sus talentos al servicio del caos, que había sucumbido a perder el control de las artes arcanas, buceando en los entresijos de la magia salvaje. Una magia poderosa pero impredecible, que a menudo acababa abruptamente con la vida de todo aquel que la practicaba, así como con las de todo aquel a decenas de metros a su alrededor en el momento preciso en que todo salía… digamos… «imprevisiblemente mal». Era un riesgo que Pernictal no iba a correr, por lo que se especializó en la poderosa magia de batalla, enfocada a causar tantas bajas como sea posible en el menor tiempo disponible, sacrificando la versatilidad en aras de la brutalidad. Pernictal preparó su estrategia para recurrir a la magia lo menos posible, por lo que se especializó en convertirse en un Juggernaut del combate. Pervirtiendo las doctrinas arcanas de «Uno con la mente, uno con el cuerpo, uno con la magia» y sustituyéndolas por «Uno con la mente en la estrategia, uno con el cuerpo para el combate, uno con la magia por la guerra».

 

Durante la muerte oscura de Narbondel, instantes antes de que el archimago de la ciudad Gromph Baenre iniciase el ritual que indicaba un nuevo día, la Casa Nurbonnis marchaba a la guerra. Pendones y estandartes eran portados por la totalidad de las tropas de la morada Nurbonnis. Ciento cincuenta arqueros trasgos, y otros tantos infantes marchaban bajo un silencio mágico para evitar alertar. Cien osgos eran la baza que esperaban que inclinase la balanza en su favor, los robustos hombros de estos trasgoides eran cada uno por sí mismos tan grandes como un trasgo ordinario. Millithor no tenía nada semejante, contando solo con doscientos esclavos trasgos. Las calles quedaban vacías ante el paso de la comitiva, por lo que el camino fue rápido y directo. Sabían lo que tenían que hacer, pues habían sido entrenados durante las últimas semanas para ello. Sabían dónde colocarse, dónde atrincherarse, dónde atacar. Sabían qué señal silenciosa tenían que esperar, y cuando el silencio mágico desapareció, comenzó el ataque. Un griterío agitó los muros de Millithor. Descargas de relámpagos provenientes de los muros de la morada abrasaban la carne de los trasgos, que volaban en todas direcciones. Un sonido de cuerno de alarma despertaba a los miembros de la familia Millithor que no estaban de guardia con un sobresalto. El ataque había comenzado.

Umrae y Ryld despertaron al unísono, junto con el resto de las sacerdotisas menores de la Casas Millithor. Umrae se había acostado con la camisola de mallas puesta, para que no tuviese que perder tiempo en caso de ataque por sorpresa. Las sacerdotisas con las que compartía dormitorio se burlaban del diseño extraño de su «pijama», ahora se apretujaban unas con otras ayudándose a ceñirse sus corazas. Umrae era quien se reía ahora.

Ryld siempre desdeñó toda clase de armaduras, entorpecían la fluidez de sus movimientos. Mientras algunos guerreros esquivaban o detenían activamente los golpes de sus adversarios, ella había aprendido a sencillamente apartarse de las líneas de ataque comunes a toda maniobra ofensiva. ¿Para qué esquivar o parar, cuando simplemente no estás allí para recibir un golpe? La geometría anatómica de sus adversarios le permitía predecir desde dónde vendrían los ataques, por lo que una plancha de metal sobre su piel sólo retrasaría sus movimientos.

En el otro extremo de la inmensa estalagmita artificial con forma vagamente de champiñón se encontraba Höel. Y cuando se especifica en el otro extremo no sólo es para referirse a su situación geográfica, sino para describir la inusitada compulsión del duergar por acumular capa tras capa de acero sobre su cuerpo. Todavía no podía correr más que una flecha, pero sí que podía pararla en seco si se embutía en una armadura completa pesada de manufactura duergar. El problema lo tenía Elthelvar, quien trataba de ajustar rápidamente los correajes de la armadura de Höel sorteando las numerosas púas afiladas en sierra que la cubrían ¿Por qué demonios el enano gris se empeñaba en ir disfrazado de puercoespín?

Sus dedos sangraban por varios pequeños cortes y a punto estuvo de dejar a Höel con su problema. Pensaba que era el resultado del matrimonio entre un baúl de acero y una camisa, pero los enanos, grises o no, eran así. Umrae pasó a toda prisa con el maquillaje medio corrido por los efectos de moverse durante la noche. Entró como una exhalación en el dormitorio de Höel, a cuyas puertas intentaba Elthelvar ajustar la armadura del duergar.

Como nadie les había informado de que La Espira, el último bastión defensivo de la Casa Millithor, era una artimaña para despistar a los atacantes, Höel y Elthelvar se encaminaron todo lo deprisa que podían (a paso de enano en armadura pesada) para defender a la flor y nata de los drows de Millithor. Lo cierto es que Elthelvar solamente esperaba destruir a tantos drows Nurbonnis como fuese posible, fiándose de la «elfa» Umrae.

Höel portaba su escudo torreón a la espalda, blandiendo su hacha con ambas manos y sonriendo viciosamente. A las puertas del falso bastión se encontraban varios trasgos y osgos que ya habían trasladado la lucha al patio de armas. Se abrió una brecha en las defensas de Nurbonnis, cuando una lluvia de piedras salió despedida de los dedos de Elthelvar. Varios trasgos trepaban por entre los pinchos de la armadura de Höel, clavando unas diminutas dagas, afiladas como agujas. Pero Höel no daba importancia a esos aguijonazos. Cada vez que su hacha descendía, un trasgo quedaba partido en dos, y al traspasarlo, otro de sus compañeros recibía la fuerza sobrante del impacto en sus carnes (y en sus huesos). El hacha de Höel pesaba más o menos lo mismo que un trasgo, por lo que era como talar briznas de hierba. ¿Qué más daba la carencia de precisión cuando abarcaba áreas inmensas con su salvaje blandir? Los osgos parecían un problema mayor, pero nada que un par de certeros hachazos no pudiesen arreglar. Eones de guerras entre enanos y trasgoides habían motivado que los enanos supiesen bien cómo despachar rápidamente a estos enemigos tan habituales. En ese instante, un Osgo babeante de furia cargaba contra un Elthelvar poco preparado, que ya asumía el impacto. De repente, resbaló cayendo a sus pies. De otro punto, un trasgo saltaba para degollar al elfo, tropezando con el osgo deslizante, quedando de bruces contra el suelo. Elthelvar se sorprendió en un principio, elucubrando si se trataba de una maniobra táctica propia de trasgoides. No era normal que se lo pusiesen tan fácil. Pero encogiéndose de hombros apuntilló a ambos con facilidad preguntándose todavía si no habría algún truco. No era normal que se lo pusiesen tan fácil. Despachados los trasgoides, la vía estaba expedita hacia el falso bastión.

 

Mientras tanto, en el laberinto defensivo de las dependencias de la familia Millithor, Umrae y Ryld se parapetaban para emboscar a las tropas de Nurbonnis. La multitud de puertas secretas y trampas del laberinto tenían por objetivo dividir a las tropas asaltantes, y lograron su propósito. Uno de los pasadizos desembocaba en una amplia habitación rectangular con una única escala al otro extremo de la entrada. La única forma de subir era de uno en uno, y desde gran altura en la pared opuesta, había una plataforma de tiro, equipada con troneras desde las cuales se asaeteaba sin compasión a los atacantes. En esa plataforma estaba Ryld, y al lado opuesto, desde la parte superior de otra escalera que es necesario subir tras superar la precaria escala, se encontraba Umrae. Ambas con sendos arcos largos para aprovechar su velocidad de disparo. Desde su adolescencia en Melee-Magthere Ryld no sostenía un arco tensado, pero confiaba en no haber perdido «el toque». Visualizó a una mujer drow, con armadura decorada, que levitaba por la pared de la escala para salvar el obstáculo.

Al otro extremo Umrae avistaba a un drow con una túnica ricamente elaborada que levitaba invisible por la pared hacia Ryld y los defensores. No era la primera vez que el parche mágico, que el malogrado Hadrog Prol llevaba cubriendo uno de sus ojos, le advertía de un peligro oculto. Con un chillido avisó a Ryld, pero el mago drow ya había comenzado a conjurar. Una flecha de un líquido verde y maloliente se precipitó sobre la ascética Ryld. Afortunadamente se estrelló en los parapetos que había colocados para proteger a los arqueros, gracias a que la advertencia de Umrae permitió a Ryld agacharse en el último momento, sobresaltada al comprobar que el parapeto se derretía ante aquel ácido místicamente conjurado. Desde esa posición, tensó Ryld su arco y disparó, pero por no poder apuntar con precisión, el tiro salió alto; muy alto de hecho, y a punto estuvo de alcanzar en el otro extremo y en la planta superior a Umrae, quien se ocultó con tal habilidad que casi hacía redundante el conjuro de invisibilidad que tenía cubriéndola. Nuevamente el mago conjuró, y cuatro brillantes puntos de luz azulada salieron infaliblemente dirigidos hacia Ryld, pero la innata resistencia a la magia de los elfos oscuros disipó inofensivamente el sortilegio a unos milímetros de su piel. Ryld se dijo «Ésta es la mía», apuntó con infalible precisión al mago, para asegurarse de que no volvería a lanzar un hechizo. Calculó la tensión ejercida con la yema de los dedos sobre la cuerda, previó la trayectoria del mago que levitaba para sortear el parapeto, aisló su mente del bullicio del combate, visualizó la garganta de su enemigo y soltó la cuerda. Desgraciadamente rasgó accidentalmente la misma con sus uñas y la tensión motivó que la cuerda del arco se rompiese con un sonoro «TONG» definitivamente no era el día del arco para Ryld.

Umrae decidió comprometer su escondite y arrojar una flecha envenenada al mago, acertándole de pleno. El veneno de sueño de los drows sumió al mago en el sopor, y éste, al no poder concentrarse por estar inconsciente, comenzó a descender suavemente hacia el suelo de la sala. Ryld miró a otro de los defensores que poseía una de las bombas alquímicas que Höel había elaborado durante el día anterior y destinado a los defensores de la familia Milithor. El joven drow captó la idea y dejó caer la redoma de vidrio hasta el suelo de la sala. Al impacto contra éste, se hizo añicos liberando una explosión de fuego que consumió al indefenso mago y a una horda de trasgoides que se afanaban en trepar por la escala, tratando en vano de escapar de la emboscada.

La sacerdotisa de Lolth buscaba en vano de dónde había provenido la flecha de Umrae, y otras dos le impactaron cada una en la arteria femoral de sendas piernas. Antes de que supiese qué había sucedido, la vista se le nubló y perdió el sentido mientras la sangre manaba a borbotones de sus heridas.

No había tiempo para las celebraciones, pues los agudizados sentidos de ambas elfas captaron que otra de las oleadas de asaltantes había hallado otra ruta secreta del laberinto, y estaban a punto de abrir brecha. Separadas como estaban las dos, Ryld se lanzó pasillo abajo para interceptar a los asaltantes en una posición lo más ventajosa posible, mientras que Umrae en el otro extremo del laberinto se aseguró de que la única ruta hasta la matrona Millithor pasase por su zona de amenaza. Esparció abrojos por las escaleras e invocó a una enorme víbora demoníaca al lado opuesto de Ryld, para atrapar a los asaltantes entre medio. No tenía muchas esperanzas en que una serpiente, por muy demoníaca que fuese, acabase con unas tropas bien entrenadas, pero le daría unos segundos muy valiosos para volver a parapetarse embozada en las sombras, tras una esquina.

 

Elthelvar y Höel penetraron en el laberinto defensivo del bastión señuelo y se parapetaron en las saeteras que defendían la entrada. Veinte trasgos y dos osgos penetraron en el patio ante la puerta, comandados por tres drows. Cada uno de ellos era físicamente imponente, sin duda hijos de la fornida matrona Nurbonnis con un macho escogido por su perfección corporal. Un macho acarreaba un enorme montante, pero no llevaba armadura alguna. Detrás, una hembra ataviada en armadura pesada sujetaba a duras penas con una correa al cuello a otro macho con el frenesí berserker en su mirada. Una máscara ocultaba su rostro, y tatuajes y zarcillos cubrían las partes visibles de su cuerpo que no estaban cubiertas por la coraza que llevaba. Mientras, Höel calculaba:

—…p r2… donde «r» es veinte pies…. ¡Vale, lo tengo! ¡Redoma alquímica centrada en ese trasgo con cara de cadáver!— La explosión resultante abarcó todo el área de entrada, porque era para eso para lo que había sido diseñada originalmente la entrada al laberinto. El resultado fue una barbacoa de veintidós trasgoides y tres drows aceptablemente chamuscados y muy enfadados. El engendro se desató, y se lanzó sobre la puerta. El del montante aprovechó para rozar en el hombro a este ariete viviente y comenzó a crecer desmesuradamente, ahora tenía el tamaño de un ogro, pero la misma determinación. En un instante destrozó la puerta con una vorágine de golpes propinados con dos pequeñas hachuelas que llevaba en sus manos. Höel estaba ocupado peleándose con su mochila, rebuscando otro de sus paquetitos alquímicos para tratar de frenar a los atacantes. Elthelvar entró en acción, lanzando un orbe de fuego sobre el bruto que había reducido la puerta a astillas en unos segundos, con tan buena fortuna que el ímpetu del impacto logró despistarlo unos instantes. Cuando se recuperó le cayó encima una bolsita de una sustancia que al impacto dispersaba unas hebras pegajosas que se endurecían al contacto con el aire. Esto sólo lo retrasaría unos segundos, pero a Höel le resultaba cómico ver el creciente enfado en el drow. Cómico si no fuese porque había aguantado daño como para abrir una brecha en un muro de ladrillos y seguía en pie avanzando hacia el interior del laberinto.

El drow que combinaba la magia con un peligroso montante y su aliada femenina penetraron en el edificio y descubrieron la puerta secreta que daba acceso a los apostaderos en los que se encontraban extrañamente solos Höel y Elthelvar. Al segundo intento, la puerta secreta se abrió con un estruendo, así que Elthelvar imbuyó de energías arcanas su espada y la arrojó con fuerza cuarenta pies hacia el frente, girando en círculos cerrados por todo su recorrido, alcanzando al guerrero arcanista y troceando a la sacerdotisa que estaba tras él. En una fracción de segundo, el arma retornó a las manos de Elthelvar tal y como había partido, dejándole de nuevo presto para el combate. Höel embrazó su escudo y su hacha, y se preparó para resistir el asalto, pues el barbárico y agrandado drow de las hachas gemelas ya se aproximaba a la puerta.

La puerta estaba abierta y Elthelvar estaba preparado. Saltaron dos líneas ígneas en frente del elfo, y se precipitaron a toda velocidad hacia los dos drows que quedaban, pero el astuto mago marcial había previsto la maniobra y se cubrió cerrando la puerta. Los dos rayos destruyeron la puerta, y un cono de llamas remató al drow a pesar de su astucia, e incineró a su barbárico compañero. Höel levantó el pulgar al elfo en actitud de aprobación.

Se encaminaron hasta la estructura defensiva final, conocida como La Espira, y acertaron a ver a una mujer y un macho drow que cruzaban el puente mágico, hecho de fuerza arcana solidificada, y entraban en la estructura. Lo que no vieron es a Krécil que se deslizaba por un ángulo muerto justo tras los dos drows, y se introducía también en La Espira. Súbitamente el puente de energía mística se colapsó sobre sí mismo y desapareció, cortando la retirada o el acceso a todos. Ambos habían detenido la acometida de tropas completamente solos, y no se habían encontrado con un solo defensor. Höel miró al elfo y le dijo:

—Aquí pasa lago raro. No hay nadie. Esto no parece un bastión de última defensa.

Elthelvar asintió contrariado.

—Tienes razón. Aquí no pintamos nada, al fin y al cabo ésta no es nuestra guerra. Volvamos a ver qué hacen las chicas. —Aunque el elfo estaba más preocupado por Umrae que por la drow Ryld. Le traía sin cuidado que la casa Millithor fuese erradicada, pero aun no comprendía cuál era el plan secreto que Umrae fingía tener en mente. Resolvieron regresar hasta el edificio de aposentos de la familia, tratando de enterarse de qué iba el asunto y cuál era la situación del ataque, ya que por el patio de armas sólo quedaban algunos trasgos rezagados y en desbandada.

 

La serpiente recibió los ataques de cuatro magos-guerreros drows y desapareció en medio de una nube sulfurosa, regresando a su plano natal. Luego hallaron la portezuela oculta que conducía hacia las escaleras en las que Umrae aguardaba en su parte más alta. Uno de ellos, el primero se hirió las plantas de los pies con los abrojos que dejó colocados Umrae, y los otros tres ascendieron los peldaños con celeridad, pero la maniobra los había retrasado lo suficiente como para que Umrae se ocultase de nuevo y conjurase para localizar el dichoso libro de conjuros de magia salvaje que había tomado Krécil. Lo extraño es que la impresión que recibió lo situaba, por la distancia y la altura, en La Espira. ¿Qué diantres hacía el libro allí? ¿Estaría allí Krécil?

Ryld llegó justo a tiempo de ver cómo se abría la pared deslizante y reconoció a cuatro antiguos compañeros de Melee-Magthere, quienes tras los diez años de entrenamiento marcial, habían decidido prolongar otros tantos veinte años sus estudios en Sorcere, la universidad de magia de la ciudad. Tras ellos reconoció a una de las hijas de Nadallas Bonnine. Una que en Arach-Tinilith le hizo su estancia especialmente insufrible durante los últimos seis meses de su adiestramiento marcial. Esos seis meses que pasaban aprendiendo los rudimentos de la fe en Lolth antes de graduarse en la escuela de guerreros.

Ryld bloqueó la salida, de forma que sólo podía atacarla uno de los cinco enemigos merced a las cadenas armadas que portaban como armas, con tanto alcance como la guja de Ryld. El segundo de los enemigos se impacientó y lanzó un conjuro que cubrió de telarañas la zona. A Ryld le pareció estupendo, pues era una forma más de bloquear el paso, por lo que se centró en intercambiar golpes con uno sólo de sus enemigos. La sacerdotisa maldijo al impulsivo macho y les ordenó:

—¡Tú, conmigo por el otro lado! ¡Vosotros tres acabad con ella, es una de las hijas de Ki’Willis Millithor! Ya hablaremos tú, yo y mi látigo de colmillos acerca de tus maniobras tácticas cuando todo esto acabe —Sentenció mientras fulminaba con la mirada al que había conjurado la telaraña. La sacerdotisa estaba frustrada, pues tenía preparado un conjuro especialmente para Ryld capaz de parar el corazón de aquellos a quien alcanzase a tocar, pero no llegaba hasta ella desde su posición. El más retrasado de los tres movió sus manos y entonó una letanía en una lengua incomprensible. Una diminuta esfera de color ambarino se precipitó contra la pared quince pies tras de Ryld, estallando en una explosión de llamas de la que Ryld se zafó sin dificultad, gracias a que el mismo fuego consumió la telaraña que restringía sus movimientos. La bola de fuego estaba tan bien calculada que sólo quemó las cejas del más adelantado de los asaltantes, pero nada más. Golpeando con la palma de la mano en el cogote al que lanzó la telaraña, le espetó:

—¡Tira p’alante ya, hombre! Con la dichosa telarañita —El combate se complicaba y tres adversarios versados en el combate y en las artes arcanas eran un reto desafiante para cualquiera. Una y otra vez, las cadenas golpeaban a Ryld, que lograba esquivar a duras penas los impactos más fuertes. No era fácil quebrar la guardia de tantos adversarios, los cuales habían recibido la misma formación militar que Ryld. Aunque Ryld tenía un as en la manga. Mientras sus compañeros de Melee-Magthere descansaban o disfrutaban de escasos instantes de tiempo libre, Ryld se machacaba en el tatami de entrenamiento e ignorar el dolor. Golpeaba bloques de ladrillos para endurecer sus nudillos y aprendía a templar su espíritu y su cuerpo, meditando sobre el concepto esencial de que no hay mejor arma que uno mismo. Ryld era capaz de causar tanto daño con sus puños y piernas como con cualquier arma letal. Estaba más que versada en la lucha cuerpo a cuerpo y esa ventaja podía ser explotada ahora. Con facilidad derribaba a sus adversarios, quienes no estaban acostumbrados a caer al suelo. Una vez ganada la posición, resultaba fácil golpearles. Trataban de acosarla y arrinconarla contra la pared, pero los tres enemigos se habían convertido en dos. Otro agarrón, una zancadilla, un empujón con la cadera y otro luchador rodando por los suelos. Mientras se levantaba y recomponía su guardia, no podía atacar y Ryld seguía implacable, humillándolos una y otra vez. La contienda entró en un bucle que no dejaba lugar a dudas de quien sería el vencedor. Recurrieron a la magia, para darse de bruces con la resistencia innata de Ryld una y otra vez. Al final la elfa oscura obtuvo la victoria, aunque estaba un poco aturdida aun por los numerosos golpes recibidos. Escuchó ruido de batalla desde la posición que ocupaba Umrae y se lanzó en persecución de la sacerdotisa.

Umrae acometió al primer drow que dobló la esquina y se afianzó en la entrada al pasillo, que era el último tramo hasta llegar a los aposentos de la familia. Afortunadamente había tenido tiempo para recurrir a los dones de su fe y tenía enaltecidas sus capacidades combativas gracias a la magia divina que imbuía en su cuerpo. Se aprestó a defender su posición con la espada y sus armas embadurnadas en veneno. Pero al poco, tenía a cuatro enemigos que lanzaban conjuros y atacaban a Umrae desde una dirección. Umrae maniobraba para que se entorpeciesen los unos a los otros, y esquivaba cada golpe que lanzaban.

Mientras tanto, la sacerdotisa y su único acompañante se perdieron en el laberinto al no encontrar el pasaje secreto que comunicaba con las escaleras que conducían hasta Umrae. Doblaron un recodo y se enfrentaron a un ser de aspecto arácnido. No tenía un cuerpo distinguible debido al amasijo de patas velludas y quitinosas que partían de su centro. La Chwidencha, como se conocía a este tipo de criaturas, era un drow que faltó gravemente a los designios de Lolth, y el castigo que se les reservaba era peor que la transformación en araña. Se les condenaba a una miserable existencia como monstruos ciegos carentes de todo atisbo de humanidad. La sacerdotisa se vio obligada a emplear el poderoso sortilegio capaz de parar el corazón de su adversario. Tuvo éxito y el horrendo ser se derrumbó en un amasijo de patas temblorosas. Tuvieron que desandar el camino andado y encontraron el pasadizo oculto que habían dejado atrás. Escucharon la lucha de Umrae, y se apresuraron a subir las escaleras, no percatándose de los abrojos que había dejado Umrae. Sus gritos de dolor alertaron a Umrae de que se aproximaban más enemigos.

La elfa semidrow se defendía como gato panza arriba, recibiendo ataques mientras conjuraba, saltando por entre las cadenas de unos sorprendidos magos-guerreros que eran incapaces de alcanzar de forma efectiva a esta saltimbanqui. No daban crédito a que una sola persona pudiese bloquear a toda una patrulla drow en un pasillo, incluso teniendo ahora el respaldo de una de sus sacerdotisas. Pero el agotamiento iba causando mella en Umrae. Las serpientes del látigo de la sacerdotisa clavaron sus colmillos en la carne de la semidrow, y oleadas de dolor estremecieron su cuerpo. Sus saltos y cabriolas eran cada vez más pesados y empezaba a sangrar por algunas laceraciones causadas por sus enemigos.

Cuando todo parecía perdido, acometió Ryld desde la retaguardia. Había superado los temibles abrojos de Umrae porque subía los escalones de seis en seis, y como una exhalación arremetió contra una sacerdotisa que veía cómo se le había echado encima, impotente y ahora incapaz de usar su látigo de colmillos a tan corta distancia. Recibió el tratamiento de agarrón y derribo que Ryld dominaba, dando de bruces contra el suelo y siendo pisoteada por Ryld con saña. El acompañante trató de trabar su cadena en las piernas de Ryld, y lo logró, pero cuando intentó jalar de ella, ésta se revolvió con un giro imposible en el aire y hubo de soltar su arma so pena de verse arrastrado al suelo por la violencia del movimiento de la drow. Ahora estaba desarmado, a distancia de guja de Ryld, con apenas conjuros en su repertorio, la sacerdotisa de Lolth siendo vilipendiada de la forma más humillante y la desesperación aflorando por cada poro de su piel impregnando cada gota de sudor.

Cuando se vio completamente solo, supo que se reuniría con su oscura diosa en ese día. Los drows ni dan ni reciben cuartel, y sólo le restaba encomendarse a Lolth y morir como el resto de sus compañeros. El pasillo estaba alfombrado de cadáveres de drows y las dos elfas se sonreían mutuamente triunfantes. Era imposible evitar expresar algo de euforia. Pero el peligro parecía que no había concluido. Desde el pasillo se oían unos pesados pasos. Demasiado cortos para tratarse de los de un drow. ¿Qué se acercaba por el pasillo?

Höel resoplaba y bufaba.

—¡Maldición! Estoy agotado. Esto está lleno de muertos. ¿Dónde demonios está la acción?

Elthelvar llegó ante sus dos compañeras, que estaban tan agotadas como él. Parecía que se habían divertido exterminando a muchos elfos oscuros en lo que parecía «El Pasillo de la Muerte».

—¡Rápido! —dijo Ryld—. Todavía puede que la matrona esté en peligro. Acudamos a sus aposentos.

El grupo, reunido de nuevo, irrumpió en los aposentos privados de la matrona Millithor, donde se encontraba la familia noble ahora al completo al entrar Ryld por la puerta. Casi no se habían despeinado, por lo que daba la impresión de que la batalla no había llegado a traspasar el defensivo laberinto de batalla. Junto con la matrona se encontraba el patrón de la Casa Millithor, Krécil. Umrae estaba sorprendida. No alcanzaba a comprender qué hacía el tomo de magia salvaje en la espira si su actual propietario se encontraba aquí. Fijándose más, observó que el lóbulo de la oreja derecha de Krécil carecía de orificio perforado, cuando el día anterior había visto perfectamente cómo Krécil lucía un trabajado pendiente. ¡No era Krécil!

Umrae dio la alarma y todos rodearon al impostor. El falso patrón se disculpó, pero insistió en que todo era parte del plan de Krécil para la defensa de la morada.

—No os alarméis. Es cierto que no soy Krécil. Soy una creación de él. Un conjuro, un simulacro de él mismo. Si todo se desarrolla como lo previó mi creador, ahora se encuentra en La Espira actuando como señuelo para que el patrón de la Casa Nurbonnis no combata aquí. De esa forma la magia salvaje no afectará adversamente a ningún miembro de la familia Millithor.

Evidentemente todos desconfiaron de las auténticas intenciones del patrón Millithor, por lo que Umrae preparó un pequeño pliegue dimensional para dar un salto hasta la localización del tomo arcano, confiando en que Krécil estuviese cerca. Solamente podía llevar consigo a otras tres personas, así que fue Ryld, Elthelvar (que se apuntaba a lo que fuera con tal de tener la oportunidad de matar a más drows) y Höel (muy a su pesar, porque no quería verse envuelto en un último combate contra enemigos tan superiores).

 

Krécil había seguido a las cabezas de la rama Nurbonnis hasta La Espira. Desde el puente manejó los hilos del telar de la magia y la invisibilidad le cubrió. Luego avanzó hasta la entrada de la trampa y susurró «Brorn harl», que en la lengua drow significa algo así como «sorpresa debajo». El puente de fuerza que unía La Espira con los barracones principales, había desaparecido.

Ni Nadallas ni Pernictal escucharon la llegada de Krécil, hasta que éste empezó a pronunciar su hechizo. Reuniendo las energías mágicas, se jugó el todo por el todo y trató de modelar toscamente la esencia de la magia salvaje. Empleó un recurso temerario de la magia salvaje tratando de modelar un Vórtice de energías desbocadas y confiando en controlar la oleada para potenciar la magia. Tuvo éxito y el vórtice golpeó a Pernictal con infalible precisión y efecto. La resonancia arcana entre la magia del lanzador de conjuros Pernictal y la esencia de la magia salvaje, desgarraron el tejido de la urdimbre, dañando en el proceso al mago drow. Al instante lo redirigió hacia Nadallas con similares resultados, desbaratando por el dolor, la posibilidad de que el conjuro que estaba preparando para purgar la invisibilidad de Krécil funcionase. La matrona golpeó con su pesada atarraga el aire, tratando en vano de alcanzar a Krécil. En ese momento el tejido de la realidad fluctuó y aparecieron los cuatro compañeros, justo alrededor de Krécil.

Sólo Umrae podía verlo, gracias al parche de Hadrog, pero a Pernictal no le hacía falta más. Todos los que habían aparecido estaban equidistantes a un espacio vacío central, por lo que supuso que en ese espacio se encontraba su rival. Desató toda su potencia arcana en una descarga que tenía preparada de antemano. Una bola de fugo de poder destructivo incrementado a grado supino barrió a los cinco defensores Millithor. Simultáneamente actuó con una magia que había preparado para evitar una confrontación mágica contra un usuario de la magia salvaje. Su cuerpo empezó a crecer y a transformarse en hierro puro. Ahora era como una suerte de gólem férrico de grandes proporciones y su cetro se transformaba en un hacha de vivos cantos. La sacerdotisa guerrera enarboló un poderoso hechizo, simple en su esencia. Destruir. La más cercana a Nadallas eran Ryld y Umrae y ésta reconoció la alta magia que se cernía sobre ella, así que otorgó al duergar la facultad de volar para huir y ella misma salió corriendo por el pasillo hacia donde antes estaba el puente de furza. Krécil logró redirigir su vórtice justo antes de que Nadallas terminase la ejecución del suyo y la violencia desconcentró a la sacerdotisa, lo suficiente como para malograr su conjuro destructivo. Este choque disgregó el vórtice y varios ópalos salieron desparramados, mágicamente creados. A la vez que dirigía el vórtice, Krécil conjuraba una zona de magia salvaje. Ahora toda la magia que se lanzase en una amplia zona sería de la naturaleza más salvaje, caótica e impredecible. Mientras Ryld salió corriendo por el pasillo hasta el precipicio, empleando sus habilidades de drow innatas para levitar y evitar la caída.

Elthelvar lanzó un conjuro ofensivo a la matrona, pero la magia salvaje alteró el conjuro y la suma sacerdotisa de Nurbonnis se movía a velocidad reducida, casi como si el tiempo se hubiese espesado a su alrededor.

Pernictal recurrió a un sofisticado truco para sortear tanto la zona de magia salvaje como la dificultad de conjurar siendo un coloso de hierro. Había logrado alcanzar con la práctica un grado de maestría inusitado en uno de sus conjuros, interiorizándolo hasta tal punto que lo ejecutaba casi sin pensar, de forma automática y sin depender de gestos o concentración. Este conjuro le transformaba en una máquina marcial, siendo tan diestro en estas disciplinas como el más experimentado de los maestros de Melee-Magthere. Además sus capacidades físicas se potenciaron más aun, llegando más allá de lo concebible.

Pernictal avanzó hacia el duergar y descargó sin piedad su hacha. Höel que seguía sin comprender muy bien el porqué de su presencia en este caos, sucumbió a los ataques del mago ahora transformado en un juggernaut férrico.

Ryld regresaba a toda velocidad para tratar de ayudar a sus aliados. Trató de contener el ímpetu del mago blindado, pero fue gravemente herida. Umrae regresó agitando la varita de curación sobre el castigado Höel, pero al emplearla en la zona de magia salvaje, simplemente no funcionó.

Elthelvar, que en principio iba a emplear nuevamente su magia, se lo pensó dos veces, y se tiró al lado del duergar para deslizar por su gaznate una poción curativa. Una maza descendió en su espalda, resintiéndose ante la contundencia de Nadallas, que lenta pero implacablemente ejecutaba su golpe a paso de tortuga. Aun así logró rescatar a Höel de la inconsciencia.

Krécil trató de poner a salvo al duergar sacándolo de esta realidad y sumiéndolo en otra realidad alternativa, pero no pudo controlar la magia salvaje y su rostro se chamuscó inofensivamente con una pequeña detonación.

Nadallas aun no se percataba del peligro de emplear magia en el área de magia salvaje, así que se preparó para conjurar y todos los demás comprobaron al instante los peligros de esta acción, cuando la esencia salvaje pervirtió el sortilegio inicial y la magia estalló barriendo nuevamente a todos los ocupantes de la sala. La onda expansiva sirvió para impulsar a Ryld, que rebotando y rodando evitó recibir daños. Elthelvar se cubrió en el último segundo con la piwafwi ignífuga y eso le salvó la vida, aunque no le evitó todo el daño. Höel rodaba sin sentido por los suelos nuevamente y Pernictal fenecía por la explosión mágica, debido a que era incapaz ahora de esquivar con efectividad los efectos de la explosión.

Lenta y pesadamente, la matrona Nurbonnis volvía a amartillar su brazo cual resorte. Si conseguía dejarlo caer, era más que probable que cualquiera acabase muerto, pues todos sangraban profusamente por sus heridas. Höel, tras su segundo fundido en negro consecutivo, vislumbraba una luz al final de un túnel. Los ruidos de las forjas de Laduguer se escuchaban al otro lado, y como había sido desagradable con todos durante toda su vida, ningún antepasado acudió a recibirle en la otra vida. En el último suspiro, arriesgando su vida, Elthelvar deslizó la segunda pócima curativa de la jornada por su garganta y el túnel se estrechó. Umrae y Ryld hicieron algo insólito, se interpusieron para proteger a un elfo de la superficie, enfrentándose a Nadallas Bonnine. Krécil asestó el golpe de gracia a la Casa Nurbonis, apuñalando con su daga de asesino a la matrona. Le herida era mortal de necesidad, pero el veneno de Krécil acabó con su vida, y como estaba extraído de las glándulas de un Gorgon (especie de toro con piel metálica cuyo aliento transforma la carne en piedra), las agonizante figura de Nadallas adoptó un rictus imperecedero al adoptar sus facciones la textura del granito. Otra poción más y Höel volvía a abrir los ojos, rescatado de las garras de la muerte in extremis.

—¡Grrrrr! Ya lo decía yo. Aquí no pintábamos nada — Elthelvar sonrió. Sabía que era lo más parecido a un «gracias» que iba a arrancar al enano gris.

La venganza de Krécil sobre Pernictal se había cumplido, la Casa Nurbonnis había fracasado en el ataque, pues ni un solo miembro de la nobleza Millithor había perdido la vida, por lo que la justicia de la ciudad ejecutaría su salvaje sentencia sobre la vigésimo primera familia, incinerando la morada Nurbonnis hasta los cimientos, salando la tierra y prohibiendo que se edifique en aquel espacio durante décadas. La casa Millithor había quedado diezmada, pero sólo las tropas, pues la familia estaba intacta. Durante un año entero estarían a salvo de cualquier ataque de otras casas según las leyes de la Reina Araña. Con el botín de guerra se comprarían nuevos esclavos, y siempre se podían adoptar a algunos desarrapados de las calles hediondas. La magia salvaje había demostrado su valía, pues no solo consiguió sobrevivir la Casa Millithor, sino que exterminó a la familia atacante. La primera Casa, Baenre, quedó complacida con el pequeño aguijonazo asestado a unos protegidos de Barrison Del’Armgo. Aun así se mantuvo suspicaz la matrona Baenre, pues la casa mercantil La Garra Negra había recibido un duro golpe, y la magia salvaje estaba en poder de sus protegidos, no en el suyo propio. La matrona Ki’Willis colocó una nueva estatua en su sala de recepciones, la difunta Nadallas en agónica pose. Le gustaba fantasear sobre si estaría sufriendo la agonía de la muerte durante toda la eternidad y servía de imponente recordatorio del poder de Millithor a todos aquellos que se entrevistaban con la matrona Ki’Willis. La rivalidad de las dos casas era historia, pues se eliminarían de los registros de la ciudad el nombre Nurbonnis. Pero el testimonio mudo de Nadallas perduraría en quienes visitasen a las futuras matronas del clan como advertencia.

Durante los días siguientes se realizó el recuento total de bajas. La victoria fue pírrica: sólo había sobrevivido uno de cada veinte combatientes de ambos bandos, pero ahora todos pertenecían a la Casa Millithor, tal era la costumbre en Menzoberranzan. La reconstrucción sería dura, pero un año da para mucho.

Umrae y Ryld obtuvieron por fin habitaciones individuales en el complejo Millithor, ya que ambas habían mostrado su valía. Höel trabajaba a destajo, alternando la forja de armas y armaduras para las tropas de la familia, con la elaboración de elixires alquímicos que impulsarían la capacidad de combate de las nuevas tropas de Millithor, y Elthelvar en su papel de Szarkai (drow albino) controlándose para no incinerar la morada cualquier noche, esperando a que Umrae le contara por fin su plan.

Lo cierto es que el riesgo compartido mantiene extrañas alianzas. Ninguno de los cuatro es aun consciente de que en varias ocasiones han arriesgado sus propias vidas unos por los otros, al margen de la lealtad de cada uno a una causa, religión o familia. Unos se unieron por dinero, otros por sobrevivir, y otros porque no tenían más remedio. Pero todos han establecido un vínculo que perdurará. Una adoradora de Vhaeraun, una asceta con una testimonial devoción a Selvetarm, un duergar que en secreto adora a Laduguer mientras manufactura sus artesanías y un príncipe elfo nada menos que en Menzoberranzan… ¡Menudos compañeros han entrelazado sus destinos! La aventura es la sangre que bombea las hazañas de aquellos que nacieron para cambiar sus destinos. Este mundo de magia y épica ha forjado de esta forma su línea temporal. Arcilla en las manos de unos pocos elegidos para la gloria y la fortuna. Durante las eras muchos han labrado este mundo. Reinos e imperios se han alzado y caído durante eras, pero el concepto de héroes siempre ha existido y existirá, aunque no se trate de paladines o adalides del bien, lo cierto es que muchos deben hoy sus vidas a unos pocos que lograron lo que los augurios consideraban imposible. Sobrevivir un nuevo ciclo de Nerbondell.

 

EPÍLOGO

Carnaf’Nir, de la casa Nurbonnis, contemplaba en la lejanía cómo las hogueras se apagaban. Se extinguían los últimos ruidos de batalla y se lamentaba de haber tenido razón desde el principio. El menor de los hijos de Nadallas Bonnine era ahora un proscrito, un sin clan. No habría un hogar para él, pero tampoco tenía una posición muy envidiable como el menor de los machos de su familia. Recordó las arengas de su madre tras los augurios: «La Reina Araña está hastiada de este enfrentamiento, y sólo la casa más fuerte perdurará». Obviamente la voluble Lolth había retirado su favor de la casa Nurbonnis. Tal vez la esencia caótica de la magia salvaje complaciese a una diosa caótica hasta la médula. Tal vez no contaron con los aventureros que habían sido reclutados por la familia Millithor. O tal vez habían malinterpretado las palabras de la diosa, pues en ningún caso se dice explícitamente que la casa más fuerte fuese la Nurbonnis.

Tal vez la compañía mercantil La Garra Negra necesite de alguien con sus habilidades, o tal vez pueda unirse a los forajidos de Bregan D’aerthe. Miró las exiguas joyas que había podido afanar de las cenizas de su otrora orgullosa casa y se dijo:

—Bueno… con esto puedo empezar una nueva vida. Es más de lo que tienen muchos en las calles hediondas. Tengo armas de calidad y una capa para el frío. ¡Adiós al hogar de Menzoberra! ¡Adiós a todas las sacerdotisas de la maldita reina de los pozos de la telaraña demoníaca! ¡Nunca más una hembra me ordenará lo que he de hacer! —Se refugió en su piwafwi y se perdió en la infraoscuridad en dirección a Manthol Derith. Lolth había perdido a otro devoto adorador.

En un rincón del abismo sonreía un apuesto drow de cabellos rojos como el fuego que se recuperaba de las heridas causadas por su propio hijo Selvetarm.

—Veo que esta Umrae es en verdad muy divertida. Les prestaré atención a estos aventureros mientras me diviertan —Sacudió la cabeza sin creérselo todavía —Un duergar como un respetado miembro de una casa noble, tan sólo meses después de una guerra contra los duergars que acabó con Ched Nassad y a punto estuvo de destruir Menzoberranzan. Una drow que elige no seguir la senda del sacerdocio de mi madre. Una mestiza que juega a ser una sacerdotisa de mi madre sin tener ni la más remota idea de los ritos del culto a Lolth ¡Y un elfo de la superficie como distinguido y muy valioso miembro de una casta de asesinos.

Vhaeraun aun no se lo terminaba de creer. Seguiría interfiriendo en las adivinaciones de su madre para protegerlos, al menos de momento. Merecía la pena perder algo de poder divino y ver en qué se convertía esta pequeña semilla enterrada en el corazón de la ciudad favorita de la Reina Araña.

—Descansa Umrae. Aun te queda una misión por cumplir, pero esa será otra historia.

FIN

Publicado con el permiso del autor. Queda prohibida la reproducción sin su permiso.

© de la presente edición, este blog y el aquí firmante.

Esta entrada ha sido publicada en D&D.

3 comentarios para “Blitzkrieg

  1. Épica culminación del módulo. Actualmente sigo escribiendo desde el principio toda la historia, que calculo comprenderá unas 70.000 palabras. Cuando la termine se la daré al Cubano para que la disfrute, que también ha sido parte de ella.

    Se agradecen comentarios acerca del estilo literario, sobre todo los del tipo «eres fascinante, impresionante, el mejor que he visto, ya puedo morir tranquilo, quiero donarte 1.000.000 €…» aunque cualquier aportación que sirva para mejorar será bienvenida.

  2. Tremenda. Me di por muerto y bien muerto por meterme donde nadie me llamaba (y donde, al principio de la partida, me propuse firmemente NO ir). Magnífico cierre de una campaña que empezó errática y tuvo un largo parón, caídas de jugadores y mil problemas más.

  3. Ufffffff. Ya voy por 77.000 palabras, y no he terminado la novela. Calculo que faltan por escribir 2 o 3 capítulos. Creo que mi firme propósito de culminar la narración de toda la historia antes de fin de 2012 va a dar resultado negativo. Espero poder acabar a principios de 2013.

    PD: Sigo esperando comentarios tipo: «eres un Shakespeare pero en bueno», «tu capacidad narrativa es equiparable a la de un bardo de nivel 20» o «si publicas la novela pagaría 500 € por poder leer cada una de sus páginas», pero bueno… ¿qué se le va a hacer? XD

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