Con la muerte de Arturo y de muchos de los caballeros de la Tabla Redonda Britania se descompuso en una miríada de pequeños reinos. El Pacto del Dragón estaba roto con la muerte del Alto Rey y su hijo y sin posibilidades de refundarlo: sólo dos nephilim –Nerrad-Morgana y la Doncella de Hielo– conocían de su existencia, pero nada sabían de cómo se realizó o cómo contactar con el Dragón. El desánimo cundió entre los nephilim del Otro Lado, que veían como, tras un breve florecimiento, todo empezaba a desvanecerse como si fuera un largo y cálido sueño.
Pírixis decidió abandonar la Isla de los Poderosos; ya nada la ligaba a ella, sólo recuerdos. Guardó sus libros y manuscritos, su biblioteca, en vasijas selladas que escondió en grutas cercanas a su lago. Luego, fue a Wallingford a despedirse de sus tierras y de su pueblo y dar su bendición al nieto de Uisnach, quien sería ahora el señor de Wallingford.
Sin embargo, antes de irse de Britania quedaba algo por hacer. O, mejor dicho, no podía irse con las manos vacías. Las islas se asomaban a un destino incierto, pero sin duda lleno de guerras entre britanos, sajones y Dios sabía qué más; no podía dejar el Grial a su suerte. Sabía (ya porque lo hubiera visto en su morada, ya por eliminación de otros candidatos) que el Grial lo tenía la Doncella de Hielo, lo que añadía una incógnita más: ¿qué pasaría con su morada ahora que el Otro Lado se alejaba de Este? Además, en el agua de roble entreveía un peligro, algo que la impulsaba a actuar ya. Así, acompañada por Yaltaka, se dirigieron rápidamente a Cornualles, bajo las continuas lloviznas de un otoño que se adelantaba.
Cuando vieron el acantilado de la Doncella de Hielo les dio un vuelco el corazón: varias figuras iniciaban el descenso. Picaron espuelas y alcanzaron el arranque del camino que descendía a la cala, un sendero estrecho donde apenas cabían tres hombres hombro con hombro. Bajando por él, a algo menos de medio descenso, ocho o diez hombres, algunos con armas y armaduras, otros con apariencia de monjes. Luego supieron que eran Hijos de Judas: habían descubierto la morada de la Doncella de Hielo siguiendo a Adarán y, tras años de paciente investigación, habían averiguado que había muchas posibilidades de que el Grial estuviera ahí. Ahora, aprovechando el caos tras la muerte de Arturo, hacían su movimiento. En cuanto vieron a los Guardianes del Grial aparecer en lo alto del risco, tres de ellos se volvieron para interceptarles el paso.
Sin dudarlo, Yaltaka embrazó su escudo, empuñó su lanza y cargó por el irregular camino contra los asaltantes, intentando abrir camino para Pírixis y poder llegar a la entrada de la morada de la Doncella de Hielo antes que ellos, pero los Hijos de Judas eran soldados experimentados y no cedieron. Por tres veces cargó Yaltaka y las tres tuvo que retroceder para desesperación de Pírixis, que veía como perdían un tiempo precioso. La quimera negra no estaba ociosa, empero, y buscaba otra forma de bajar. Finalmente, tomó una decisión desesperada. Retrocedió a la cima del acantilado, llevando consigo los caballos de carga, y siguió por su borde hasta estar, más o menos, encima de la entrada de la morada de la Doncella de Hielo, buscó una roca o un árbol al que afianzar las cuerdas y descendió por el acantilado haciendo una magnífica demostración de rápel, llegando a la playa cuando los primeros Hijos de Judas cruzaban la entrada.
Los dos guerreros que quedaban fuera miraban con asombro a la viejecilla arrugada como una pasa que se desembarazaba de la cuerda, tosía, crujía como una carraca y empuñaba un cuchillo grande. Cuando la viejecilla se les echó encima gritando y el cuchillo grande cortó sus pesadas cotas de mallas como si estuvieran hechas de papel de seda, también miraron con asombro sus miembros cercenados, sus intestinos en el suelo, y murieron asombrados, sin terminar de comprender qué había pasado.
Pírixis entró corriendo, exigiendo a su pobre simulacro más de lo debido, y se encontró con Eliot luchando a solas con el resto de los Hijos de Judas. Gritando, atacando, retrocediendo, golpeando aquí y allá consiguieron echar fuera a los invasores, en el momento en el que Yaltaka, que había conseguido, por fin, arrojar a sus oponentes por el acantilado, llegaba a la playa. Agotada por el esfuerzo, Pírixis dejó que Yaltaka y Eliot dieran cuenta de los Hijos de Judas supervivientes y entró en busca de la Doncella de Hielo.
La morada había cambiado mucho desde la última vez que estuvo. El verano eterno daba paso al otoño y el invierno: el césped de la pradera estaba marrón y quebradizo, los manzanos, desnudos; el arroyuelo apenas llevaba un hilillo de agua, el viento aullaba frío y solo, la claridad lechosa del valle había dado paso a una penumbra inquietante. Las estancias no estaban mejor: la pintura se desconchaba, el polvo correteaba por los pasillos describiendo caprichosas figuras.
La Doncella de Hielo estaba en una mecedora, en una pequeña celda. Todo el suelo, paredes y techo estaban cubiertos por elaborados pentáculos y la magia se palpaba en el aire: Kelekwen estaba concentrando su poder para sellar su morada, su pequeño plano y dejarlo al margen del tiempo a la espera de que viniesen tiempos mejores. Había sido una desgraciada casualidad que los Hijos de Judas atacaran en ese momento del ritual, el único en el que era vulnerable. Antes, los podría haber rechazado sin problemas; después, la entrada habría estado cerrada. Tendría que haber hecho el ritual antes, justo al morir Arturo, pero había querido esperar todo lo posible a que los Guardianes del Grial vinieran a recoger su carga. Este esperaba en una pequeña mesita junto a la mecedora. Pírixis recogió el Grial, pero entregó Excalibur a la Doncella de Hielo.
–Pertenece a esta tierra. Cuando llegue el momento y vuelvan los viejos tiempos, el elegido vendrá a buscarla –le dijo. Luego, envolvió con delicadeza el Grial en su capa y salió de la estancia sin mirar atrás mientras la Doncella de Hielo se despedía de ella.
–¡Adiós, Rhonwyn Pírixis! No volveremos a vernos.
Cuando salió a la playa, sintió como la entrada a la morada de la Doncella de Hielo se cerraba tras ella como la losa de un sarcófago. En la playa, todo había terminado, Yaltaka había arrojado sin piedad a los Hijos de Judas al océano. Sólo unos pocos cuerpos quedaban diseminados por la fría arena. Se despidieron del dragón Eliot y emprendieron camino de vuelta a Londinium.
Pírixis estaba decidida a abandonar Britania. Yaltaka dudó, pues se avecinaban tiempos de grandes oportunidades para el Emperador, pero, igual que su amiga, se dio cuenta de que su tiempo en Britania había acabado. Dejó el Arcano en manos de Ethiel y partieron en uno de los barcos del Emperador, protegidos por las tormentas de invierno, con rumbo desconocido.
Los últimos años de los Guardianes del Grial en esta época nos son casi desconocidos. Pírixis se estableció en el noroeste de Hispania, donde fundó un culto druídico que sobreviviría durante generaciones. Yaltaka es probable que actuara como jefe guerrero de algún caudillo rebelde del norte de la Península, haciendo la pascua a suevos y visigodos. Tras la muerte de Rhonwyn y la reintegración de Pírixis en su estasis, contactó con la rama burocrática del Arcano El Loco, confiándoles el Grial y sus estasis. Fue premonitorio, porque él mismo desaparece de la Historia poco después.
Y así empieza…
Nota final: la Doncella de Hielo no tuvo Excalibur mucho tiempo. Madog fue a verla un tiempo después; había conseguido mantener su reino de una pieza y con varios caminos a Este Lado abiertos. Aunque no era tan poderoso como la Doncella de Hielo, tenía una corte grande y entre todos colaboraban con rituales y conjuros. A él le entregó Excalibur, haciéndole prometer que no la usaría, sino que la guardaría para dársela a quien debiera empuñarla.
Jejeje, me hubiese gustado verle el careto a los hijos de Judas cuando se encontraron a la «venerable» Pirixis y su magnífico Gladio.
Seguro que fue muy divertido. (Doy fe de lo afilado que estaba, yo llegué a tener un par de espadas igual de afiladas)
Y así empieza… Una época llena de viajes y aventuras, conocer nuevos personajes y un nuevo mundo para mí.
He de decir que mi «cuchillo grande» (mucha sociedad secreta y no saben lo que es un gladio) corta armaduras como un cuchillo la mantequilla y necesita poco mantenimiento, será cosa de que lo forjó un «dios»; eso sí parece que es superpersonalizado, sólo es efectivo cuando lo manejo yo (que se lo pregunten a Yaltaka un poco más adelante).
«Y así empieza…» es una referencia a una serie de televisión. A ver si alguien sabe a qué me refiero :DDDDD
Para que quede constancia es Babylon 5.