Guardianes del Grial – Interludio

Hay veces que me da la sensación de que hay Alguien ahí arriba velando por nosotros.

Moisés

Su historia es curiosa. Fue parte del equipo del proyecto Edén, que terminó abruptamente cuando las Espadas prometeas entraron a sangre y fuego en el Jardín. Aunque se tiene por cierto que los supervivientes escaparon encarnándose en animales y que, desde entonces, le cogieron gusto al asunto y siguieron con la costumbre hasta que formaron el Arcano XVIII, no todos lo tomaron como norma. Él, aunque en más de una ocasión tuvo que recurrir a un simulacro mamífero cuadrúpedo, siguió prefiriendo los humanos y, con él, un pequeño grupo de supervivientes de Edén, que se establecieron de forma seminómada entre la costa norte de Asia Menor y las orillas del Tigris y el Éufrates.

En plena época de Pactos forjó uno con un clan familiar, siguiendo la costumbre común en esa época de presentarse como un dios o, por lo menos, como un semidiós. Las fuentes no se ponen de acuerdo en si se trataba de una importante familia de comerciantes o de una pequeña familia noble afincada en la ciudad de Ur. Por razones no del todo claras (se habla de alguna purga, la acción de una familia rival o que estuvieron en el bando equivocado de alguna guerra o disputa dinástica) el clan tuvo que abandonar sus tierras. En retribución por los servicios que le habían prestado ellos y sus antepasados, y de acuerdo al espíritu del pacto firmado, les guió hacia Canaán, donde les prometió que tendrían tierras y poder.

En un par de generaciones se convirtieron en un pueblo poderoso y belicoso que, guiados por sus «dioses» locales, pronto dominaron no sólo las tierras de Canaán, sino que incluso avanzaron sobre Egipto, atraídos por su esplendor y riquezas y, secretamente, para acabar con el Pacto de la Ignominia. Los egipcios los conocieron como los hicsos y ya hemos comentado como se rebelaron contra ellos. Fue en esta guerra que conoció a su némesis, Ibenheb, y perdió contra él. Su pueblo fue derrotado, dispersado o absorbido culturalmente. Los hicsos y el Pacto que tenía con ellos desaparecieron y él, derrotado, se retiró a una aldea cercana a Jerusalén a esperar el fin de sus días.

Que, para un nephilim, puede ser mucho tiempo.

Su retiro acabó cuando ante la puerta de su cabaña se presentó un joven quimera negra  (Pírixis, no creo que haga falta decirlo) con la última voluntad de Ibenheb: un vaso tallado de una sola esmeralda de proporciones descomunales, con inscripciones por dentro y fuera siguiendo un código que él podía leer: uno de los legados de Akhenatón. El mensajero continuó camino, atrayendo sobre sí a sus perseguidores de forma que el paradero del Grial quedase oculto y fue capturado poco después, torturado y estasiado.

En cuanto al nephilim cuya historia nos ocupa hoy, al principio no hizo nada. Dejó el Grial en un estante y se dedicó a vivir como un humano normal. Pocos años después ocurrió algo que cambió para siempre su vida y las nuestras: llegó a sus tierras un humano fugitivo, un miembro de la familia real egipcia que se había visto envuelto en un turbio asunto de muertes y luchas de poder. El egipcio llegó en el momento preciso: el simulacro del nephilim se moría y, aunque había preparado el siguiente adoptando un muchacho de la zona, sintió que debía encarnarse en el extranjero. Para él fue la iluminación. De los recuerdos del egipcio aprendió que los hicsos no habían desaparecido, sino que muchos de ellos seguían en Egipto, manteniendo sus usos y costumbres, y habían abrazado la fe de Atón, por lo que ahora eran perseguidos y esclavizados. Su pueblo aún existía y él tenía un pacto con ellos, así que, adoptando el nombre de su simulacro, decidió ir a Egipto para liberar a los suyos y llevarlos, una vez más, a la tierra prometida.

Los nephilim de la zona que conocieran sus propósitos le tacharían de loco. Hacía muy pocos años que los nephilim egipcios habían tenido que huir con el rabo entre las piernas, entre ellos algunos de los nephilim más poderosos que quedaban de las Guerras Elementales. Todos tuvieron que tragarse sus palabras cuando, unas cuantas plagas más tarde, Moisés sacaba a su pueblo de Egipto.

El Éxodo de Moisés y los adoradores de Atón empezó a atraer a los Arcanos entonces nacientes que estaban en Oriente Medio. Pronto, se convirtió en un símbolo de una nueva era, humanos seguidores de las enseñanzas de Akhenatón con los que los nephilim seguidores (y depositarios) de las enseñanzas de Akhenatón podrían fundar un nuevo mundo o, siendo más pragmáticos, encontrar un poco de paz y un nuevo hogar tras el caos que había seguido a la caída del Pacto.

El primero en acudir fue el Sumo Sacerdote, luego llegó la Fuerza, los Enamorados… aún así, en el primer intento de invasión de Canaán fueron derrotados. Sin embargo, para la segunda, una generación después, tuvieron el apoyo del Emperador de Seqenenra, Arcano que no abandonaría al pueblo de Israel hasta el auge del pueblo romano.

Con el pueblo de Israel hicieron los Arcanos un Pacto, el último gran Pacto, llamado a menudo el Pacto Olvidado, porque todos los historiadores coinciden en que la época de los Grandes Pactos acabó con la ruptura del de Egipto. El Pacto, basado en un culto monoteísta derivado del de Atón pero reformado por Moisés y el Arcano del Sumo Sacerdote durante la travesía del desierto, contemplaba la adoración de las Tablillas de Akhenatón por humanos y nephilim, y que la protección y uso de éstas quedaba a cargo de una casta sacerdotal, la tribu de Leví, formada tanto por humanos como por nephilim.

Cuando se construyó el Templo de Jerusalén, las tablillas de los Arcanos que permanecían con el pueblo de Israel fueron guardadas en él, siendo la única vez que tantas tablillas han estado juntas. Es ésta una época de gran auge del Arcano sin número, en la que está muy unido al Sumo Sacerdote. Desgraciadamente, el Pacto terminó abruptamente con la toma de Jerusalén por parte del rey babilónico Nabucodonosor, que supone el final de los levitas, y con ellos del Pacto, y el saqueo del Templo. De las tablillas que guardaba, algunas pudieron ser puestas a salvo antes de la caída de la ciudad. Otras fueron trasladadas a Babilonia, al tesoro real de Nabucodonosor, de donde fueron rescatadas por los Arcanos y, algunas, volverían después a Judea. Sin embargo, varias se perdieron, entre ellas el Grial. La muerte o desaparición de los Guardianes del Grial, aquellos entre los levitas elegidos para proteger la tablilla del Arcano sin número, supuso que no se pudiera buscar realmente el Grial porque nadie sabía cómo era.

Así, el Grial estuvo perdido y olvidado hasta que, acercándose el cambio de Era astrológica, con Judea dominada por los romanos y cada vez más movimientos mesiánicos, hubo alguien del Arcano que decidió que ya era hora de tener otro gran profeta y que el Grial era indispensable para lograrlo.

Pero eso lo veremos en la próxima entrega.

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